Educación crítica como forma de resistencia

La educación crítica de las bases sociales le genera terror a la dirigencia de un país como Colombia. Que se ha encargado de generar condiciones de desigualdad en todo el sistema de educación pública, desde los niveles de preescolar hasta la educación superior, para mantener en el poder una minoría privilegiada sobre la diversa mayoría de la población. Por eso, a medida que una población dista del centro del país, las posibilidades de recibir educación pública y de calidad se vuelven igual de lejanas.

Para evidenciar esto, basta con retirarse un poco de las cabeceras municipales, donde las actuales generaciones, que viven en la época de mayor acceso a la información, porque en internet se puede acceder a grandes bases de datos, bibliotecas digitales, documentales y guías de aprendizaje, tienen que estudiar en instituciones educativas con déficit de aulas, de docentes, sin salas de cómputo, desarrollando las clases a la intemperie, en una gallera, debajo de un árbol o simplemente en la finca de algún vecino que presta su corredor como escenario de aprendizaje. En Colombia recibes una u otra educación dependiendo de dónde nazcas, y si es en la ruralidad en muchos casos estarás condenado a realizar solo la primaria.

Sumado a lo anterior, esta educación se ha dedicado a replicar el sistema económico neoliberal, imponiendo sus lógicas de competencia desmedida, el privilegio de los “primeros puestos”, más preocupada por imponer estándares estéticos desconociendo la Constitución Política y el derecho al libre desarrollo de la personalidad, al estar pendiente del color de las medias, uñas y zapatos o qué tan encajada está la camisa del uniforme; que lo único que busca es crear mano de obra reglada, condicionada y obediente. Allí no se requiere más que hacer tareas, entregar cuadernos, llegar puntual y no contestar a la autoridad.

En este contexto, la educación crítica propone espacios de educación donde se interlocute con los demás, se pueda controvertir opiniones, argumentar posturas, comprender que las discusiones son con las ideas y no en contra de las personas, lo cual nos permitirá ir superando la lógica del enemigo que tanto daño nos ha hecho.  Esto requiere de un sistema que no esté afanado en terminar un plan de estudio, de docentes capaces de ver a sus estudiantes como interlocutores legítimos en la construcción de conocimiento, así como, de estudiantes con la suficiente tolerancia a la frustración para experimentar la no respuesta de quien se supone tiene el saber.

Este tipo de educación termina saliendo del salón, y empieza a ver el aula en la realidad, porque lleva a que se busque entender los por qué , para qué, cómo, dónde y de qué depende, de las cosas y la realidad misma. Redundando en un cambio de enfoque, pues nos han dicho que la educación debe ser “para la vida”, sin embargo, la educación crítica se propone “en la vida”, es decir, comprendiendo el mundo en el fragmento de espacio-tiempo en el cual los sujetos están viviendo. No es una promesa para un mañana, sino una realidad en el presente, siendo útil para desenvolverse conscientemente en el mundo de hoy.

El conflicto armado y la violencia política nos han quitado la posibilidad de tener en la escuela lugares de construcción de conocimiento, porque han llegado a ella a imponer el miedo, el horror, el sometimiento y la desesperanza. “Tranquilos, no nos va a pasar nada, echémonos en el piso[1] decía la docente en El Tarra-Catatumbo mientras intentaba calmar a sus estudiantes acostados en el suelo, al mismo tiempo que los violentos, muchos de ellos víctimas de la desigualdad del estado, se enfrentaban con armas de fuego.

Esas realidades no las cambiará la escuela como institución, pero como nos lo plantea Mauricio García (2020)[2] una educación dedicada a propiciar espacios de autoconocimiento, situada en comprender nuestra historia y entendiendo estos posibles cambios como un camino lento de largo plazo, sí.

Es tiempo de entender los procesos educativos al servicio de las comunidades, sus gentes, sus historias y su devenir. Para aprender nuevas formas de vida, en las cuales según Estanislao Zuleta (2020)[3] tengamos mejores conflictos, unos en los cuales no nos hagamos daño por ser o pensar diferente. De esta manera le haremos resistencia a la violencia.


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/victortrujillo/

[1] Tomado de: https://www.lafm.com.co/colombia/angustiante-video-de-profesora-calmando-a-ninos-en-medio-de-fuego-cruzado-en-el-tarra

[2] García Villegas, M. (2020). El país de las emociones tristes. Ariel

[3] Zuleta, E. (2020). Colombia: violencia, democracia y derechos humanos. Ariel.

Víctor Daniel Trujillo Tabares

Hijo de Margarita y Carlos, urabaense empedernido y senderista amateur.
Psicólogo-UdeA
Mg. en Educación-UdeA
Docente orientador IE Belén de Bajirá
Docente de cátedra UdeA
Integrante del Colectivo Saberes-Urabá

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