“Ella con su actitud, logró en mí el amor por los libros, hizo que me inquietara por lo desconocido sin mostrármelo, cedió parte de su sabiduría sin desprenderse de ella, abrió las puertas de mi inquietud por la aventura con sólo tocar en ellas”
“Ningún hombre puede revelaros cosa alguna que no se encuentre ya medio aletargada en el albor de vuestro conocimiento. El maestro que camina a la sombra del templo, entre sus discípulos, no os hace partícipe de su sabiduría sino más bien de su fe y de su afecto. Si es en realidad sabio no os impedirá el acceso a la morada de su sabiduría, sino más bien os conducirá hasta el dintel de vuestra propia inteligencia”.
Gibrán Kalhil Gibrán
Recuerdo mi primera escuela en la ciudad de Pereira. Juan Manuel González es su nombre y, aunque la distancia del tiempo no me permite recordar con precisión espacios geográficos de la misma, si han quedado grabados en mi memoria los aspectos más importantes de mi paso fugaz por esa querida y añorada institución.
Doña Edilma Ramírez, aquella mujer de aspecto inofensivo, casi rayando con la inocencia, pero con un carácter puramente militar, fue mi primera experiencia con los sistemas educativos. Ella, con su estilo, era la encargada de guiar por los caminos del conocimiento a un grupo de niños -entre quienes me encontraba-, ávidos de ingresar al mundo de los que aprenden cosas nuevas y las aplican en su diario vivir.
Aunque enseñaba con la palabra y el “rejo”, poseía algo importantísimo que nunca podré olvidar. El cariño y el amor con que nos impartía sus conocimientos, su amor por la enseñanza. Ella con su actitud, logró en mí el amor por los libros, hizo que me inquietara por lo desconocido sin mostrármelo, cedió parte de su sabiduría sin desprenderse de ella, abrió las puertas de mi inquietud por la aventura con sólo tocarlas. Sin embargo, es un personaje que, como muchos con sus mismas características, pasan desapercibidos para aquellos que tienen como yo, la fortuna de ser guiados hacia la proximidad del conocimiento.
Don Jorge Fernández, mi profesor de español en el Nocturno de la Universidad de Antioquia. Cariñosamente llamado el Profesor Jirafales por su parecido con el comediante y actor. Él fue mi gran guía por los caminos de la lectura y la escritura. No recuerdo una clase suya donde nos impartiera información sobre los componentes de la oración, las conjugaciones verbales, la suma y resta de sílabas en la construcción de la rima u otros temas relacionados; lo que sí recuerdo y nunca olvidaré es el amor que sentía por lo que impartía como conocimiento y el verdadero amor por sus alumnos; su tolerancia, su escucha, los espacios de reflexión sobre las problemáticas individuales aunque no tuviesen nada que ver con su o las asignaturas impartidas en tan querida y recordada institución educativa.
Doña Edilma y don Jorge, son dos modelos cuyos moldes se han perdido y encontrarlos es tarea sino imposible, sí muy difícil.
El Maestro Manuel Mejía Vallejo, en su taller literario de la Biblioteca Pública Piloto, más que instrucción sobre las características y vericuetos del estilo y la forma ideales para escribir, fue un gran guía en nuestros problemas cotidianos, acompañándonos con su sabiduría y con el amor que sentía por una profesión que debió haber desarrollado más ampliamente; La docencia.
Ya en la universidad, formándome en una línea que me ha dado excelentes experiencias en mi vida laboral, personal y profesional, debo decir con cierta tristeza, que el sentido de pertenencia por una profesión que sólo se debe desarrollar por vocación, ha perdido su razón de ser: formar.
Los distintos proyectos educativos institucionales, así como los novedosos modelos pedagógicos implantados hoy día no sólo en las instituciones de educación superior, sino también en aquellas de formación básica y media, e incluso en las técnicas, han hecho del “MAESTRO”, un ser mecánico, alguien que no tiene espacios para compartir con sus alumnos, que no puede escucharlos, que debe mostrarse riguroso e incluso inhumano para ganar respeto, para generar temor.
El “MAESTRO” de hoy, debido a los distintos mecanismos de vinculación institucional, sólo lo guía una necesidad estomacal, que le hace olvidar su verdadera misión, por satisfacer sus requerimientos materiales, dejando de lado la tarea para la que se formó: Formar.
La globalización de la economía ha logrado penetrar en las instituciones educativas, adecuando los estilos formativos a las necesidades de mercado locales, regionales y nacionales; formando personas competentes para esas necesidades y dejando de lado lo social, lo ético, lo recto, lo adecuado para la solución de la problemática del ser humano. Hoy el profesional, debe ser formado para producir, para generar excedentes comerciales, no para generar problemas institucionales por su condición de ser humano.
Los directores de todas las instituciones educativas, deben responder sólo a las necesidades del mercado, y “formar” de acuerdo a esos requerimientos sin importar los verdaderos perfiles profesionales y ocupacionales de sus futuros educandos. Por eso, para ingresar a una de esas instituciones basta con garantizar por parte del futuro estudiante, el pago de una anualidad o semestralidad.
¿Y qué decir de los estudiantes? ¿Cuál es la motivación que los lleva a las aulas? ¿Qué persiguen con su formación? ¿Están realmente preparados para afrontar retos de tal magnitud?
Para responder estos interrogantes, basta con analizar el compromiso del estudiantado con su propia formación y podría asegurar que responde a las mismas necesidades estomacales de los “MAESTROS”: buscan aquello que les pueda asegurar su futuro económico, olvidando la gran responsabilidad social que implica tener una formación que les puede dar poder de decisión.
Para finalizar esta disertación, invito a profesores y estudiantes a reflexionar sobre su actual situación: ¿Qué logros pretenden en sus vidas? ¿Será más importante un Proyecto Educativo Institucional que el ser humano como tal? ¿Es acaso de riguroso cumplimiento un modelo pedagógico establecido, sobre las necesidades de conocimiento del alumnado?
¿Es acaso posible que aquellos que hoy nos forman, no hayan tenido el privilegio de contar como tutores en sus aulas a una doña Edilma o un don Jorge? Y lo más preocupante hoy, es que la gran mayoría de los estudiantes no tienen esa gran oportunidad, donde su docente ame lo que hace, y que lo que hace, lo hace porque lo ama; ama a quienes imparte su conocimiento y está convencido que ese conocimiento o mejor aún ese espíritu investigativo inculcado en sus educandos será la punta de lanza que alcanzará los objetivos para el mejoramiento de la calidad de vida del entorno, la región, la nación y por qué no del mundo.
A todos aquellos que se sientan aludidos con estas cortas y sencillas palabras, los invito a buscar a personas como doña Edilma y don Jorge, a integrarlos a la sociedad educativa, a construir sociedad humana con ellos y por qué no, a convertirnos en Edilmas y Jorges.