“Es imposible no sentir los latidos del corazón de muchas madres, padres, hermanos, hermanas, hijos, que cada semana salen a la calle a cantar, pedir, soñar y a esperar “por un día distinto sin apremios ni ayuno, sin temor y sin llanto, porque vuelvan al nido nuestros seres queridos”.
“Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos…” es el fragmento de esperanza de muchas madres latinoamericanas. Es la poesía que acompaña cada sollozo de quienes han esperado noticias de un desaparecido por culpa del “ingenio del odio que destierran al olvido a nuestros seres queridos”, este verso de Víctor Heredia, cantautor argentino y que le ha dado voz a las Madres de Plaza de Mayo, también le da un valor a la esperanza de Marlene Herrera, a quien conocí en una tarde gris del año 2017 en el Museo Casa de la Memoria de Medellín, anhelando saber, por lo menos, dónde está el cuerpo de Henry Antonio Saldarriaga Herrera, su hijo, para ir a recogerlo.
En ese entonces, caminaba con mi cámara fotográfica para congelar detalles, narraciones, historias, memorias, vida y lo primero que vi fue a la señora Marlene, sostener en su cuello las fotografías de su hijo y de su nuera, Luz Mila González Rojas, como si fuesen cadenas, cadenas que por supuesto sujetan en el corazón muchas madres en Colombia.
«…no tengo familiares víctimas de militares que iban por la vida engañando a civiles y disfrazándolos de guerrilleros, ni mucho menos un conocido que esté en los más de 45 mil desaparecidos, pero, al observar la mirada de Marlene, supe de inmediato que sus desaparecidos son los míos: son colombianos»
Henry Antonio Saldarriaga, desapareció el 2 de junio de 2002 con su esposa mientras se dirigían a Barbosa, Antioquia, y si bien no hace parte de los falsos positivos, representa el dolor de muchas décadas donde el terror ha desaparecido a más de 45 mil almas colombianas; para darnos una idea de la magnitud de esta tragedia, busquemos en Google cuál es la capacidad de espectadores que tiene el estadio Metropolitano de Barranquilla.
Esta símil, es para mí la más acorde que tiene la situación del país con respecto a los falsos positivos -que pueden llenar la tribuna norte alta y sur alta del estadio Metropolitano- y las demás víctimas de la desaparición forzada en el país. Es triste, arruga el alma y es imposible evitar no asomar lágrimas en honor a quienes les han callado su voz; es imposible no sentir los latidos del corazón de muchas madres, padres, hermanos, hermanas, hijos, que cada semana salen a la calle a cantar, pedir, soñar y a esperar “por un día distinto sin apremios ni ayuno, sin temor y sin llanto, porque vuelvan al nido nuestros seres queridos”.
A esta cifra de más de 45 mil personas desaparecidas, están incluidos los 6.402 colombianos víctimas de falsos positivos en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, resumido en manos asesinas que lideran el poder, que cuidan, que brindan una mano amiga, que brindan confianza y que tienen como lema “Patria, Honor, Lealtad, sin embargo, no vengo a juzgarlos, la historia se encargará de condenarlos.
Hoy muchas de las madres siguen con su fuerza y energía, con su espíritu de esperanza a pesar de que muchas de ellas envejecen rápidamente y en ese caminar por la vida no obtienen respuestas, otras ya han fallecido y se han llevado a la tumba sólo el silencio de quienes deberían decir la verdad y que hoy siguen libres, pero seguramente encadenados por la maldad y el cargo de conciencia que evoca insomnio.
Señores, señoras, no tengo familiares víctimas de militares que iban por la vida engañando a civiles y disfrazándolos de guerrilleros, ni mucho menos un conocido que esté en los más de 45 mil desaparecidos, pero, al observar la mirada de Marlene, supe de inmediato que sus desaparecidos son los míos: son colombianos; supe, además, que durante todos estos años la ausencia de su hijo ciegamente la mira, aprieta, comprime, invade, irrumpe, penetra y consume su alma. El tiempo la amenaza, intimida, apabulla, perturba, trastorna, lleva a la hecatombe su ser. Pronto serán veinte años de la ausencia de su hijo Henry y esposa, como otras ausencias que cumplen menos y muchos más años. Esto, queridos lectores, es una soledad que quebranta, transgrede, vulnera y desangra el corazón de quienes de manera sempiterna preguntan ¿Dónde están?
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