“Para muchos empleadores, el tatuaje es un símbolo inequívoco de delincuencia y marginalidad, y solo aquellos que gozan del éxito y la fama “demuestran” ser tatuados válidos.”
La piel, órgano externo del ser humano, lo que da forma a nuestro ser e identidad. Receptora de nuestras ropas, miradas e incluso, de las caricias más íntimas. Para la fortuna de nuestra sociedad y civilización, el transcurso del presente siglo XXI ha traído consigo, entre otras cosas, avances significativos en cuanto a políticas contra el racismo y la segregación. La ciencia ha demostrado que las diferencias genéticas existentes entre distintas poblaciones humanas son demasiado insignificantes. Apenas unos pequeños vestigios adaptativos correspondientes a la región y a la alimentación. Ahora bien, puede que como sociedad transitemos hacia la superación de conductas arcaicas y discriminatorias respecto a la “raza”. Pero una nueva problemática concerniente a la piel parece haberse instalado, y esta tiene un impacto significativo en algunos contextos laborales y sociales.
Estrellas de rock, cantantes de reggaeton, música popular y ranchera; empresarios alternativos, atletas, influenciadores y diseñadores de moda, ¿qué pueden tener en común todas estas personas a pesar de las diferencias entre sus acciones y oficios? para empezar, tienen dinero, y, en muchos casos, tatuajes, dibujos de tinta adheridos a sus pieles ¿qué hay de interesante en ello?, pues bien, resulta un tanto irónico que muchos sectores de la sociedad pueden llegar a validar la peculiaridad presente en este tipo de personas tatuadas, entre otros motivos, muchas veces ajenos al talento o la inteligencia, por el simple hecho de que tienen dinero.
Por tanto, no es poco usual escuchar la expresión “no te vayas a tatuar, porque en muchas partes no te van a dar trabajo”, ya que, para muchos empleadores, el tatuaje es un símbolo inequívoco de delincuencia y marginalidad, y solo aquellos que gozan del éxito y la fama “demuestran” ser tatuados válidos. Lo anterior constituye, en palabras de Cortina (1995) un acto de Aporofobia, la cual se define como “Rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio». En países desarrollados o de primer mundo, esta situación parece haber sido superada. No es raro que un familiar que haya viajado por Europa o Estados Unidos nos cuente que ha sido atendido en un comercio por una persona tatuada, sin que nadie se fije, ni se escandalice por ello. Se estima que en Colombia cerca del 10,4% del total de personas en edad laborable carecen de empleo y sustento, esto sin contar a aquellas que trabajan en la informalidad, y que por tanto, sus condiciones de vida no suelen ser las óptimas DANE (2022).
Más allá de los requisitos formativos y experienciales, muchos empleadores hacen especial hincapié en la llamada “presentación personal”, la cual es, en términos generales, llevar una buena higiene, vestimenta y conducta de acuerdo al cargo que se desempeña o pretende desempeñar. Sin embargo, según distintas experiencias particulares, esta “presentación personal”, se ha tornado, en varias ocasiones, en un simple eufemismo corporativo que discrimina a miembros de la comunidad LGTBI, personas tatuadas y a otros individuos considerados indeseables. No importando a los empleadores que estas personas cumplan con la formación y experiencia necesarias para desempeñar el cargo. Si bien los derechos humanos dictan que “Toda persona tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad si no se violan los derechos y libertades de otras personas, y tiene deberes ante la sociedad en los que se garantiza el desarrollo libre e integral de su personalidad”. Esta epidemia de discriminación silenciosa hacia las personas tatuadas sigue vigente en nuestra sociedad, pese a los avances que se hacen en cuanto a diversidad e integración, ideales a flor de piel.
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