Diptico: Obra divida en dos partes para llevar en el bolsillo

Solo hay una persona que puede decidir lo que voy a hacer, y soy yo mismo.” Orson Wells como Charles Foster Kane en Citizen Kane


Anacronismo:

La detención domiciliaria del exsenador y expresidiario Álvaro Uribe Vélez en su finca el Ubérrimo en Córdoba, me llevó a pensar en las similitudes con el retiro del magnate Charles Foster Kane en su lujosa mansión, Xanadú en la película de Orson Welles Citizen Kane; lo imagine el ocaso pensando en todos aquellos proyectos fracasados, aquellas revoluciones perdidas, el avance del fantasma rojo que amenaza desde siempre con tomarse Montería; dando las órdenes a sus emisarios cada vez más reducidos, cada vez más conscientes del inevitable hundimiento.

Esta es la primera relación que puede establecerse entre Uribe y el ficticio personaje de la obra maestra de Wells. La segunda sería quizás los orígenes humildes de ambos personajes; Uribe, un chalán de Salgar; el otro, un niño hijo de unos muertos de hambre en Colorado cuya fortuna cambia con el descubrimiento de una mina de oro. La tercera, podríamos decir, sería su fascinación por el sensacionalismo mediático; mientras que Foster Kane compra periódicos y difunde lo que quiere, Uribe cobra favores y difunde lo que desea. La cuarta y última similitud podría ser  el fin del gran hombre -de los grandes hombres diría Víctor Hugo- para permitir la llegada de los grandes tiempos; el magnate muere encerrado en su gigantesca mansión, representación de los vericuetos de su mente, una mansión repleta de bártulos innecesarios, de estandartes de la gloria carcomida mientras que Uribe morirá encerrado en su conciencia atrapado con los crímenes que se niega a confesar, incapaz de salir de allí a causa del embrollo que ha inventado para evadir sus responsabilidades -una hojarasca de muerte y engaños-; allí se recrea el gran hombre en su ocaso, en sus triunfos pasados que le evitan la molestia penuria de reconocer su infamia actual.

Uribe morirá solo en alguna de sus fincas, recreándose en su mayor logro: el triunfo de una guerra contra su propio pueblo, una guerra que no ganó porque la guerra no libró al país de nada; la guerra que el libro fue contra la búsqueda de la paz, por eso la perdió, porque sumió al país en una guerra infinita contra los detractores, contra un país cansado de sangrar; por eso su más grande legado no será más que una cortina de humo para tapar las propias incapacidades como dirigente político.

Cuando un dirigente no tiene mayores luces como gobernante y no consigue mayores avances desde el ejercicio del poder, se inventa triunfos externos, pero a falta de triunfos externos se inventa conquistas internas, pero en el caso de Uribe no consiguió ni triunfos externos y el supuesto triunfo interno que consiguió fue la derrota más grande a la democracia en Colombia.

Varito:

Uribe es como Burt Lancaster actuando como J.J Hunsecker en Chantaje en Hollywood de Alexander Mackendrick; llevando un teléfono a todos los lugares donde su presencia se solicita; es la línea directa con él manda más, con el hombre de atrás, la autoridad superior en la jerarquía; de la cual se requiere la autorización para cualquier acción -como movilizar tropas especiales sin el escrutinio de las autoridades competentes-. 

Este teléfono suena cada que un nuevo dato de utilidad para el expresidiario empieza a rondar; es una comunicación instantánea con sus periodistas de la patrística -como Vicky Dávila en Semana y Blu radio de caracol con sus entrevistas a confesos formadores de grupos paramilitares-; cuando un intelectual publica un estudio, cuando el periodismo de investigación abre las puertas de los procesos políticos que se mantienen en secreto y expone a la luz pública sus inmundicias, el teléfono vibra. Tienen a sus juristas mercenarios, con sus denuncias y rectificaciones, para retardar procesos más importantes y atrofiar -el ya de por si saturado- sistema legal.

Quien lo ven recibir llamados conjeturan que ha de ser un hombre de importancia política, tomando decisiones sobre el devenir del país; quizás perdió el amor a sus ideas y ya no busque la instauración de su seguridad democrática defendida por cooperativas comunitarias de seguridad privada; quizás ahora solo busque la manera de sostener el poder, y desde allí, impedir cualquier acción de la justicia en su contra; quizás ya no sea ese prometeico capataz de quinta que abrió las selvas de esta patria que vomita muertos para salvar su corazón de la infamia. El lo sabe muy bien; tiembla cada que el teléfono suena.

Es capaz de vender a su madre por un dólar, igual de ladino a Sídney Falco interpretado por Tony Curtis; todo lo que sea necesario para evitar verse tras las rejas; pero en sus malabares con la verdad, acabará por perder el equilibrio y Colombia sabrá de sus crímenes.

Adenda.
Vean las dos películas, salgan a las calles a marchar, amen al prójimo, peguen dos pa’ no rotar y sean felices en su infinita miseria.

Vicente Rojas Lizcano

En mis inquietudes esta la búsqueda de una forma autentica y novedosa de retratar las problemáticas sociales (conflictos armados, emergencias ambientales, actualidad política, la cultura). Ello me ha llevado a incursionar en la novela de ideas, el cuento, y demás formas narrativas como herramienta de teorización sobre la política y la sociedad.

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