“Los recientes acontecimientos en la relación de Colombia con Estados Unidos sirven como ejemplo paradigmático de la incapacidad administrativa de Gustavo Francisco Petro Urrego. Las deficiencias personales de su presidente, caracterizadas por un exagerado sentido de prepotencia y una imposibilidad para regular sus emociones y pensamientos, lo han colocado en una situación altamente comprometedora. Son muchos los que han cuestionado si los mensajes publicados en la cuenta X de su mandatario fueron escritos con plenas facultades cognitivas o si se encontraba bajo los efectos de algún tipo de sustancia.”
Colombia está experimentando importantes retos frente a la insensatez y la falta de juicio de Gustavo Francisco Petro Urrego al frente del gobierno. Ejercicio del poder a manos de su dignatario, que no siempre se encuentra en el uso de sus cinco sentidos, tiende miedo en el ambiente por los gustos y comportamientos que acompañan al Sensei de la Izquierda. Locuacidad que llevó su presidente a X en horas de la madrugada generó una ruptura diplomática que sacó la bravuconería progresista que horas más tarde se tuvo que tragar para encontrarse en una posición de vulnerabilidad y dependencia de la administración de Donald Trump. El deterioro de las relaciones con Estados Unidos sin duda tendría un impacto significativo en el comercio con el principal socio de Colombia, lo que potencialmente conduciría a la detención de la inversión extranjera, el incremento del costo de la tecnología y el deterioro del sistema de salud, particularmente en lo que respecta a medicamentos y tratamientos de alto costo. La inflación probablemente aumentaría y la reputación del país en las organizaciones multilaterales se vería comprometida. Se perdería el apoyo a la lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo, y disminuirían los recursos financieros necesarios para hacer frente a las desigualdades.
La principal conclusión de esta situación es que Colombia está actualmente bajo el liderazgo de una persona que desconoce el principio fundamental de las negociaciones: no es prudente participar en disputas que no tienen posibilidades de ganarse. Las repercusiones de este error de apreciación fueron evidentes en la crisis que instigó, su mandatario no ha comprendido que Colombia es bien diferente a Venezuela. Es evidente que la población, la prensa y los empresarios de Colombia no están dispuestos a aceptar que se les amordace y, en su lugar, hacen cada vez más firme su postura contra la invasión de los ideales socialistas. La izquierda y sus aduladores han demostrado que solo una pequeña minoría es la que come y compra su sustento básico con «dignidad». Resulta desconcertante que Gustavo Francisco Petro Urrego abogue por el decoro y la moderación en ciertos asuntos mientras desprecia estos principios en otros, aparentemente ignorando su pasado guerrillero y cómo gestó la devolución de rehenes en condiciones deplorables. La corta memoria de los colombianos parece haberles llevado a pasar por alto el papel del M-19 en la degradación de la vida de los ciudadanos durante las detenciones ilegales.
La dignidad que ahora reclama su presidente para los connacionales deportados dista mucho de la que él y sus camaradas tuvieron para los prisioneros encadenados a manos del M-19 en los años setenta y ochenta. La experiencia y el sentido común enseñan que quienes celebraron la postura progresista frente a la política estadounidense pensaron que Colombia se alinearía con Cuba, Venezuela, Rusia y China en un abrir y cerrar de ojos. Esto sirve como recordatorio cauteloso de los continuos esfuerzos de la izquierda por mantener su influencia. Cabe destacar que el manual socialista incluye el concepto de «golpes blandos», afirmando que la oposición capitalista les impedirá gobernar y que necesitan un enemigo externo para mantenerse en el poder. El resultado de un enfoque errático y poco diplomático de la toma de decisiones es que, como en esta situación, en medio de su euforia socialista, se quedan sin nada y con otro sapo que tragarse.
La tendencia de Gustavo Francisco Petro Urrego a tomar decisiones basadas en la imaginación, más que en consideraciones diplomáticas, y su enfoque errático en la toma de decisiones, han tenido un impacto negativo en la nación. A la luz de los recientes acontecimientos, es esencial hacer introspección y evitar confiar en soluciones externas. Es imperativo reevaluar la gestión de los recursos, las relaciones y las prioridades. La ineptitud de su mandatario está causando inseguridad a los colombianos y a su futuro. La izquierda progresista en Colombia ha demostrado aptitud para la destrucción, careciendo de un plan concreto para el país. La nación se enfrenta actualmente a las consecuencias naturales de tener al frente del Estado a un individuo que no ha rendido cuentas por sus acciones pasadas, en particular por su papel en el M-19, y que sigue adherido a una postura ideológica fundamentalista de comunismo puro y duro. Sus acciones y declaraciones indican un potencial de inestabilidad en su dignatario, que podría llevar a la nación a un periodo de crisis política, económica y social significativa.
Los recientes acontecimientos con Estados Unidos sirven como ejemplo descarnado de la incapacidad de Gustavo Francisco Petro Urrego al frente de la nación, poniendo de relieve las preocupaciones sobre la gestión del país y el radicalismo de los «petristas», que han adoptado una postura de insensatez y recurren a justificaciones para cualquier acción. Resulta desconcertante que a partir de este momento pueda aplicarse a cualquier situación el término «impase», o incluso una crisis diplomática significativa. La situación actual, que se diseñó como una distracción para abordar la cuestión del Catatumbo, ha resultado contraproducente, llevando a una instancia en la que las acciones y declaraciones de su presidente se perciben como erráticas y fuera de lugar. El ego y el orgullo de su dignatario deben dejarse a un lado para navegar eficazmente por la política internacional y la diplomacia; confundir las diferencias en una lucha de poder caracterizada por la arrogancia y la falta de previsión erosionará inevitablemente la confianza de los inversores en Colombia y sus instituciones.
Colombia se enfrenta actualmente a un costoso error de apreciación que ha sido provocado por las acciones de un solo individuo cuya conducta es reprochable, irresponsable y errática. La confianza de la nación en la toma de decisiones no convencionales de su presidente, influenciadas por su conducta personal, es perjudicial para los intereses del país a largo plazo. Es imperativo que la izquierda política colombiana reconozca que la estabilidad económica de la nación está entrelazada con Estados Unidos. La narrativa en torno al imperialismo, perpetuada por ciertas facciones, es una herramienta política destinada a conseguir apoyo mediante una retórica barata. La situación actual en Colombia demuestra las consecuencias potenciales de tener un presidente que carece de un juicio económico sólido, lo que puede afectar gravemente a las finanzas de la nación. Es imperativo que los ciudadanos ejerzan su derecho al voto para garantizar un cambio positivo. La transformación en las políticas que se prometió y promovió no ha sido efectiva. El logro más significativo de Gustavo Francisco Petro Urrego ha sido su promoción del socialismo, el comunismo y el progresismo durante más de tres décadas, lo que ha llevado a su desaparición y mutación en un concepto farsesco en un lapso de menos de tres años.
México y Brasil, con gobiernos de izquierda y que también se enfrentan a importantes deportaciones, han adoptado enfoques divergentes ante la crisis. Ambos han fijado un enfoque diplomático, basándose en una gestión cuidadosa y un juicio sensato. Colombia, en cambio, está sufriendo las consecuencias de las acciones impulsivas de un megalómano que solo está interesado en perpetuar su propio poder, alentado por las acciones de los dictadores regionales. Desde una perspectiva de izquierda progresista, se privilegian las relaciones con una dictadura cruel y narcoterrorista por encima de las relaciones empresariales generadoras de empleo y «dignidad». Es lamentable que su mandatario se comporte de una manera que recuerda a un niño malcriado, aparentemente imperturbable por las consecuencias. La estabilidad y el bienestar de la economía colombiana están en juego. La discordia con Estados Unidos ha puesto de manifiesto la preocupación que suscita la gobernabilidad de Colombia, lo que sugiere un exceso de confianza en la ambición personal que pone en peligro el bienestar y la seguridad económica de millones de personas. Las acciones del progresismo socialista podrían desembocar en una crisis de proporciones considerables.
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