Dictadura impune

Por asombroso que parezca, cuando Nicolás Maduro y su pandilla ven como alrededor del mundo se lanzan invasiones armadas con ánimo expansionista, ataques masivos a población civil con toda la impunidad, pues qué más da robarse las elecciones de un país tercermundista”.


“A estas alturas, ya no nos importa lo que diga el mundo”. Esta frase, altanera y desafiante, fue pronunciada por Diosdado Cabello en su acostumbrado discurso televisivo, horas antes del acto de posesión, o mejor, de usurpación de la presidencia de la república de Venezuela por parte de Nicolás Maduro.  En lo dicho, su desparpajo no solo dejo ver la falta de vergüenza, sino también el poco respeto o temor que le tienen a la comunidad internacional, sus instituciones y gobiernos.

Si miramos hacia adentro, para que se ejecutara el robo de las elecciones, durante muchos años menoscabaron la institucionalidad de la República con decisiones antidemocráticas como: permitir a las fuerzas armadas ser parte del ejecutivo, entregándole ministerios. Modificar la constitución política con artimañas y leguleyadas para apoderarse de las altas Cortes de justicia y eludir los organismos de control. Alterar el sistema electoral afectando la parcialidad y el equilibrio de las fuerzas políticas, reduciendo las posibilidades de los opositores acceder al poder.  Cooptar a la Asamblea nacional para elaborar leyes a la medida de las intenciones del dictador. Crear grupos civiles armados como autodefensa, entre otras.

Sumado a lo anterior, el atrevimiento de estos delincuentes, también nace de la incapacidad que tiene el mundo para contener los impulsos autoritarios y las represiones de las dictaduras.  ¡Que va de la Organización de Estados Americanos -OEA-!, ¡que va de la Organización de Naciones Unidas -ONU-!, ¡que va de la Corte Penal Internacional -CPI-!  El mundo entero ha sido espectador de la consumación del delito de fraude y usurpación de poder que inicio el 28 de julio de 2024, de la represión, secuestros, persecuciones y encarcelamientos, con la impotencia de tener que aceptar la impunidad de tales actos.

La realidad es que no existe capacidad de poder coercitivo que desde afuera ponga fin a esta dictadura. Contrario al anhelo de muchos, ninguna organización internacional o Nación va a intervenir con las armas. No se puede esperar que “tío Sam” despliegue su capa invocando los principios de la libertad y la democracia para tumbar la estatua de Hugo Chávez o Nicolás Maduro en suelo venezolano. Cuando justamente, desde el norte vienen elevando la voz con la intensión de apoderarse del canal de Panamá o presionar comercialmente a Canadá para sumarse como uno más de los estados unidos de América.

Por asombroso que parezca, cuando Nicolás Maduro y su pandilla ven como alrededor del mundo se lanzan invasiones armadas con ánimo expansionista, ataques masivos a población civil con toda la impunidad, pues qué más da robarse las elecciones de un país tercermundista.

Lo que sucede en Venezuela con el impostor no es un mero asunto doméstico, es algo serio y relevante que tiene consecuencias fuera de las fronteras. Coloca a prueba la eficacia de los organismos multilaterales de la comunidad internacional y exige que se reevalúe el principio y derecho de “soberanía de los pueblos”.  Obliga a dotar a los organismos existentes de herramientas jurídicas que realmente sirvan para disuadir el impulso autoritario, pues hasta ahora la eficacia es simbólica y no genera la prevención de los actos que se reprochan desde el derecho internacional.

John Fredy Arango

Soy politólogo y abogado especialista en contratación estatal, desde los 18 años he sido colaborador en diferentes medios de comunicación escrita (caricaturista del Periódico el mundo 1998-2006; columnista y caricaturista en medios comunitarios de la ciudad). Apasionado por los asuntos políticos y la filosofía política. Reflexión crítica y debate responsable son mis principios.

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