¿Por qué el horizonte histórico del uribismo ha sido el tránsito hacia un régimen dictatorial?
Dos años después de haberse iniciado este gobierno, no deja de sorprender que aún haya personas que crean que la solución a la grave crisis política que atraviesa el país sea que Duque se aparte de Uribe. Pensaba que en estos dos años habíamos entendido que Uribe había escogido a Duque por sumiso y por su carácter “moderado”, es decir, porque no es grosero ni patán como muchos de sus copartidarios. Solo podía ser Duque porque la correlación de fuerzas no daba para más; no podía ser alguien como Fernando Londoño, por ejemplo, quien abiertamente llamaba a “hacer trizas los acuerdos”. Pensaba que habíamos entendido que la ya célebre “moderación” se refería a la personalidad de Duque y no al proyecto político que encarna, y en el cual cree fervorosamente. Como veremos, no había lugar a engaños.
En el 2003, la Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo publicó un informe sobre el primer año de Uribe. En uno de los artículos del informe, el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo advertía que las reformas constitucionales efectuadas o previstas hasta ese momento por el gobierno Uribe se proponían “[…] modificar la estructura misma del Estado, incluida la administración de justicia, afectando los avances constitucionales de la carta del 91, recortando elementos del Estado social de derecho, y buscando colocar todas las instituciones, incluso la rama judicial, bajo la dirección del Ejecutivo (reforma política, reducción del Congreso, supresión de organismos de control como las personerías y las contralorías y reforma a la administración de justicia) en función de profundizar el conflicto, de involucrar a la población y a todas las instituciones en la llamada guerra contra el terrorismo y guerra contra las drogas”.
Casi veinte años después, la revista Semana, de manera cínica, muestra cómo Iván Duque, “calladito”, “se está quedando con todos los factores de poder”: Fiscalía, Procuraduría, Defensoría, Contraloría, y “ahora tiene en la mira” al Banco de la República y a la Corte Constitucional. Es decir, su gobierno sigue el mismo camino que siguió el de Uribe. Transitamos hacia una dictadura, y lo que debería ser un escándalo es visto como un chiste.
De hecho, la misma plataforma de derechos humanos que lanzó el informe sobre el primer año del gobierno Uribe acaba de publicar un balance sobre los dos años del gobierno Duque. En este se observa la misma tendencia autoritaria del gobierno de su mentor, agravada por el uso de las facultades extraordinarias para “enfrentar” la pandemia. Hay que sumarle a esto el desconocimiento del equilibrio de poderes y la violación de la independencia judicial en el caso Uribe. Por eso no sorprende que, frente a la masacre del 9 y 10 de septiembre, al Gobierno no le interese reformar la Policía, a pesar de las evidentes violaciones a los derechos humanos. Y es que el problema va más allá de la violencia policiva, es el tipo de Estado que necesita el uribismo para impedir el cambio social: un Estado destructor.
Si hace casi veinte años ya sabíamos lo que significaba el régimen uribista, ¿por qué algunos creyeron que con Duque cambiaría de rumbo? Puede deberse a la falta de conocimientos e ingenuidad de algunas personas, pero creo que a otras las mueve una estrategia deliberada que busca aplazar los cambios estructurales que el país necesita. En una de sus columnas, el filósofo brasileño Vladimir Safatle decía que el uso desmesurado del término “populismo” en el debate público, además de servir como “término paraguas”, pues cualquier fenómeno acaba siendo definido como “populista”, también sirve para separar tendencias políticas aparentemente opuestas en “populismos de derecha” y “populismos de izquierda”, algo que vimos muy claramente en las pasadas elecciones. Sin embargo, más avanza el gobierno Duque, más nos damos cuenta de que este no era comparable con el proyecto político adversario. Al hacer esta equivalencia, analistas, periodistas y políticos que decían situarse en el centro del espectro político normalizaron la extrema derecha. No era “populismo de izquierda” versus “populismo de derecha”, era democracia versus dictadura.
Inútil seguir pidiéndole a Duque que se desmarque de Uribe, ese no es el debate. La cuestión es entender: ¿por qué el horizonte histórico del uribismo, como proyecto político, ha sido el tránsito hacia un régimen dictatorial? ¿Por qué el uribismo pretende modificar la estructura del Estado y revertir los avances establecidos en la Constitución del 91? ¿Por qué pone permanentemente en entredicho los principios democráticos? Dejen de decir que el uribismo está desconectado, que no entiende o que no ve. Sí entiende y sí ve, pero su objetivo nunca ha sido ampliar la democracia, sino destruirla.
En medio de ésta situación social y política cuasi-apocalíptica del país, es muy grato encontrar gente de la academia que hace «lecturas» tan acordes y descriptivas de la realidad nuestra, tan fieles a lo que se está observando además, muy seguramente, apoyadas y respaldadas por estudios históricos concienzudos. Y uno como ciudadano de a pie reflexiona: maravilloso… hay gente que ya ha descifrado al ‘monstruo’, nos está facilitando el trabajo, nos puede advertir cuál será el paso que éste va a dar… pero la gran incertidumbre que agobia es ¿cómo evitar que estos valiosos aportes, estas «lecturas» abstractas -por ahora- se queden sólo en eso? ¿pasarán como voces aisladas en medio de un desierto? ¿por qué la gente no atiende éstas advertencias? ¿es difícil que ésto lo comprendan las mayorías? ¿están idiotizadas? ¿qué acaso no está muy claro todo? ¿cómo ‘desactivar’ ese poder de influencia del maldito tirano, reo-impune, que tiene sobre unos cuantos «millones» que lo eligieron y lo mantienen campante?