Diatriba al centro comercial

“Que no lo vean de brazos cruzados, que lo vean con buena actitud, sonriente, dispuesto a vender, a venderse, a regalarse”


Ya aprendí a decir todo lo contrario a lo que siento, ya sé cómo aparentar que estoy dispuesto, por fin puedo obligarme a hacer las cosas que no quiero y me siento encantado de que haya una cuenta bancaria que pueda justificar mi mediocridad espiritual.

Tengo media hora de luz solar al día, el tiempo que me tardo en llegar aquí. Luego no veo las nubes, no siento las variaciones de temperatura, no encuentro sonidos que tengan sentido. Aquí la iluminación y temperatura siempre son lo mismo, a todas horas de las que pierdo noción, en un blanco deslumbrante y un frío intenso pensado para la conservación de los objetos que se ponen en los altares que tengo que cuidar para que vengan a rendirles culto. La banda sonora es una trampa para que olvidemos la fatiga y nos mantengamos despiertos. Dice palabras repetitivas en un dialecto de una nación que no conocemos, que si Oh, Oh, Oh y Yeah, yeah, baby y Happy Holiday, Happy Holiday todos los días, todo el día, en la misma hora.

Me canso de las reglas de este juego de rol, las sillas son solo para los clientes, los baños aseados son solo para los clientes, el agua del dispensador es solo para los clientes -si quiere hidratarse haga vaca con sus compañeros y son nueve mil quinientos por cabeza para el bidón nuevo, o sea un cuarto de su día laboral-, y la alegría es solo para los clientes; usted escóndase para tomar un descanso, un trago de agua o el recuerdo de que tiene una vida social más allá de esta prisión de descuentos que nunca existieron realmente. Que no lo vean de brazos cruzados, que lo vean con buena actitud, sonriente, dispuesto a vender, a venderse, a regalarse, más bien, a regalar las mejores horas de su vida en irle a buscar los nuevos tenis en tendencia para Don Berraco y su legión de pequeños primates.

Porque usted es una máquina que lee códigos de barras, que sube una escalera, busca cosas entre otras miles de cosas, las baja, pregunta, convence, halaga falsamente, ignora la obvia displicencia con la que le exigen que proceda, se inquieta por los presupuestos y las metas con la que miden su supervivencia en la compañía, insiste, es rechazado: es que el sistema está caído, es una cosa absurda. Como hacer la misma cosa treinta dos mil veces el mismo día. Como comer a deshoras porque primero está el cliente, y usted saluda, y usted mueve la colita, y usted va y busca, como un perrito robot, porque lo de verdad sí tienen alma, como ya no la tendrá usted, que la sigue vendiendo con indolencia a través del paso de los días… y las noches, salga de aquí y que descanse, porque mañana toca madrugar.


Todas las columnas del autor en este enlace: Cristian Felipe Leyva Meneses

 

Cristian Felipe Leyva Meneses

(Armenia, Quindío, Colombia, 1997) ha publicado su trabajo literario en ERRR Magazine, Seattle escribe, Himen, Palabrerías y otras. Ocupó el segundo lugar en el V concurso departamental de cuento Humberto Jaramillo Ángel; fue invitado al XI Festival internacional de poesía de Manizales y al XXXVI Encuentro nacional de palabra, proclamado como escritor del año en el XIV encuentro nacional de escritores Luis Vidales, autor del poemario «Ansiedad sobre los senderos» y participante de numerosas antologías de microrrelato, cuento y poesía.

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