“En medio de las críticas y más allá de los problemas de nuestro sistema de salud, es hora de celebrar nuestra profesión”.
Para nadie es un secreto que el gremio médico ha sido la “lanza de batalla” en la lucha contra el virus del SARS-CoV-2, enfermedad que ha puesto de rodillas al mundo. Esta columna está dedicada a todos los médicos que han fallecido por ponerle el pecho y la vida a la pandemia, especialmente al Dr. Carlos Fabian Nieto, el primer médico fallecido por este virus en Colombia.
El gremio médico vive una crisis crónica desde que entró en operación la ley 100 de 1993, año en el cual el modelo neoliberal invadió como un cáncer metastásico a nuestro sistema de salud, que aunque ha tenido aciertos comparados con otros países, sobre todo en materia de salud pública (hay que reconocerlo, no todo ha empeorado), ha entrado en un estado terminal por causa de la excesiva tendencia al control financiero y a la casi maniática obsesión por la calidad y la seguridad del paciente, que si bien en principio es algo que debemos buscar para mejorar nuestra profesión, por el contrario, ha causado una nefasta avalancha de procesos burocráticos, secretariales y administrativos que en vez de mejorar la relación con nuestros pacientes nos han alejado de ellos, contribuyendo al detrimento del buen trato y el consecuente descuido de la humanización de nuestra profesión. Pero en medio de las críticas y más allá de los problemas de nuestro sistema de salud (que seguro serán tema de otra columna), es hora de celebrar nuestra profesión.
El pasado 3 de diciembre se celebró un día más del día panamericano del médico. Una fecha para conmemorar la vida y obra de un ilustre colega, y de paso para conmemorar los logros de esta noble profesión.
Desde 1946 se celebra el día internacional del médico, creado por la Confederación Médica Panamericana para conmemorar la vida y obra del doctor Carlos Juan Finlay, médico nacido el 3 de diciembre de 1833 y fallecido en 1915, a quien se le adjudica el descubrimiento del mosquito Aedes Aegypti como vector transmisor de la fiebre amarilla. Sus aportes en temas de salud pública fueron fundamentales en una época de escepticismo científico.
Nació en Cuba cuando ésta aún era parte de los territorios de ultramar de España, por lo tanto, algunos lo consideran español de ultramar y otros cubano. Fue el primero en decir que la fiebre amarilla era transmitida por un mosquito y sus aportes fueron tan importantes, que le permitieron a los Estados Unidos terminar la construcción del canal de Panamá, empresa que había sido abandonada por los franceses. Los galos, que venían de un enorme éxito después de construir el Canal del Suez, no contaban con que la fiebre amarilla terminaría diezmando a sus trabajadores en Panamá, de modo que dejaron literalmente abandonado el proyecto de canal. Luego los estadounidenses reiniciaron esta colosal obra, y lograron acabarla después de un retraso de casi 20 años usando los conocimientos aportados por el Dr. Finlay, mediante el cual podían controlar la reproducción de los mosquitos, que a su vez, por supuesto, controlaba la transmisión de la enfermedad.
La historia de este personaje es muy interesante. Resulta que era hijo de un escocés y una francesa, aunque hay algunas fuentes que dicen que su padre fue un médico escocés que luchó en las guerras de independencia de Suramérica junto con Simón Bolívar y que su madre era española, lo cierto es que la familia tenía una propiedad donde cultivaban café. (Hay otras fuentes que dicen que fue un tío de él quien luchó junto a Bolívar). Vivió hasta los 11 años en La Habana y en 1844 fue enviado a Francia para seguir con sus estudios, sin embargo, en 1846 regresó a Cuba por un ataque de corea del cual al parecer le quedaron algunas secuelas en el habla. En 1848 regresó a Francia para terminar sus estudios, pero una revuelta lo obligó a vivir por un tiempo en Londres. Logra culminar sus estudios en Francia, y en 1851 tuvo que regresar a Cuba para recuperarse de una fiebre tifoidea.
Intentó validar sus estudios en Europa en su natal Cuba y con ello ingresar a la Universidad de la Habana a estudiar medicina, pero en aquella época en la isla no aceptaban ésta titulación, de modo que se fue a Estados Unidos a estudiar medicina en el Jefferson Medical College de Filadelfia donde se doctoró en 1855. Estudió con médicos renombrados como John Kearsly Mitchell y su hijo S. Weir Mitchell ambos defensores de la teoría microbiológica de las enfermedades, lo cual probablemente influenció al Dr. Finlay.
En 1857 revalidó su título de médico en La Habana. Entre 1860 y 1865 hizo algunos estudios complementarios en Francia, especialmente de oftalmología, y en 1865 se casó con su esposa.
Estando nuevamente en Cuba inició sus investigaciones y, en 1881 es enviado como delegado del gobierno colonial de la isla ante la Conferencia Sanitaria Internacional donde habló por primera vez de su teoría vectorial de la transmisión de la fiebre amarilla.
En 1898 durante la guerra hispano-americana, se aprestó del lado americano haciendo “vida de campaña” en Santiago de Cuba. Esto se le presentó como una oportunidad valiosa para comprobar sus teorías en campo. Al terminar la guerra, el Dr. Finlay se dirigió a los oficiales de Sanidad Militar de USA, la prensa médica y al gobierno de turno para presentar una estrategia para controlar la fiebre amarilla en la región.
Para aquella época se encontraban en La Habana el Dr. H. E. Durham que, junto con el Dr. Walter Myers, habían viajado en comisión de investigación a nombre de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, a estudiar la fiebre amarilla en el Brasil, y aprovechando el evento fueron unos días a Cuba a observar los experimentos, notas y documentos de investigación del Dr. Finlay acerca de la transmisión de la enfermedad por un “agente intermediario”, como le llamó en aquella época.
Siendo ya Cuba un país independiente, en 1902 lo declaran Jefe de Sanidad de la República, algo así como ministro de salud en aquella época. A éste médico también se le adjudica un descubrimiento importante en la transmisión del tétanos neonatal, ya que en 1903 adelantó una investigación microbiológica de los instrumentos con los cuales se les cortaban y anudaban los ombligos a los recién nacidos. Encontró que en la superficie de los hilos, que por cierto estaban hechos de algodón, se cultivan los bacilos del tétanos.
Aparte de documentos sobre patología y terapéutica, también fue un avezado ajedrecista y filólogo. Incluso desarrolló teorías complicadas del cosmos.
Como es frecuente en las ciencias, al inicio nadie creyó en sus teorías. Pero el tiempo le daría la razón, pues sus teorías de control del vector permitieron acabar con 20 años de retraso en la construcción del mencionado canal de Panamá.
Según las fuentes consultadas, durante la Conferencia Sanitaria Internacional, el Dr. Finlay mencionó a un agente intermedio que intervenía en la transmisión, pero no mencionó al mosquito, porque aún no habían concluido sus investigaciones, y sólo hasta cierto tiempo después de dicha conferencia logró demostrar qué tipo de mosquito era el vector. Probablemente por esta razón no le dieron la importancia que se merecía al inicio.
Por alrededor de 20 años los postulados del Dr Finlay fueron ignorados, hasta la terminación de la guerra. Fue entonces que gracias a la intención del General Leonard Wood se pudo probar la teoría del vector.
A este célebre médico cubano le debemos la conmemoración del día internacional del médico, en reconocimiento a su vida y obra, y al espíritu que siempre acompaña a los médicos del mundo: la vocación de servicio, pero también la curiosidad de una mente científica.
A todos mis colegas médicos, feliz día.
La fuente bibliográfica para elaborar esta columna es un artículo publicado por el Sindicato Médico del Uruguay.
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