Al madrugar demasiado, realizar labores de relleno, trabajar tanto, y de forma presencial, hemos estado sacrificando nuestro propio tiempo; aquel que va más allá del puesto de trabajo y de su rutina desde que nos levantamos.
Cada mañana nos despierta el perro, el gallo, el gato, los hijos o el famoso ¡ring, ring, ring! que posponemos las veces que sea necesario solo por permanecer un rato más en la comodidad de nuestros sueños. Nos levantamos a diario, observamos nuestro celular, nos bañamos, encaminamos a nuestros hijos en la rutina escolar –quienes pueden hacerlo y no madrugan más que sus hijos– exponiéndolos al sueño y al alarmante frío. Salimos agotados, con afán, positivos, a abordar el medio de transporte que nos deje en el trabajo (en un trayecto caótico, largo y desgastante), donde pasamos aproximadamente nueve horas diarias –e incluso a veces más–. El madrugar se ha convertido en uno de los suplicios físicos y mentales de nosotros los bogotanos (y colombianos). Es casi un deber que debe ejercerse con una sonrisa de oreja a oreja, en la mayoría de casos, de lunes a viernes, con total devoción para cumplir con una serie de rutinas que creemos nos hacen más productivos.
Nos acostumbramos a ver el sol salir mientras nos alentamos con refranes como <<Al que madruga Dios le ayuda>>, <<A Dios rogando y con el mazo dando>>, <<A juventud ociosa, vejez trabajosa>>, <<El que de mañana se levanta, en su trabajo adelanta>>, <<el que busca a Dios recibirá instrucción, y el que madruga para consultarlo tendrá respuesta>>, y hasta el más quijotesco <<El que no madruga con el sol no goza del día>>, entre otros. Los bogotanos, en general en Colombia y ni hablar de las zonas rurales, sí que sabemos madrugar –aspecto relacionado con la desigualdad, las brechas en educación y formación para el trabajo–. Mujeres y hombres que se desplazan desde las periferias hasta sus lugares de trabajo. Estudiantes trasnochados, niños y niñas durmiendo en sus rutas escolares y en los salones de clase. A merced del sol y la lluvia seguimos realizando este tipo de prácticas que hemos sacralizado y que no nos gustan.
De acuerdo con World of Statistics los colombianos somos quienes más madrugamos, ya que nos despertamos en promedio a las 6:31 de la mañana (aunque nos parezca incluso tarde a muchos). Sin embargo, la controversia que se presentó radica en que siendo madrugadores somos también los más improductivos, ya que aportamos US$19,50 a la economía en el país teniendo una de las jornadas laborales más extensas en el mundo. Según la Ocde, se encuentran Irlanda, Luxemburgo y Noruega, con menos horas de trabajo semanales, liderando la lista de países más productivos. Entonces nos encontramos con muchas horas de trabajo, madrugando, Dios olvidándose de quienes madrugamos y, sin embargo, siendo menos productivos que en otros países.
En muchos trabajos, incluso después de la pandemia, aún no hay flexibilidad en cuanto a la presencialidad ni con respecto a los horarios de trabajo. A nuestros superiores aún les encanta vernos en nuestros lugares de trabajo para tener control sobre nuestro tiempo –que es su tiempo, el que ha comprado y el cual le pertenece por 48 horas semanales–, ya que esconfía de nosotros si trabajamos desde un lugar distinto al que él o ella han acondicionado. Muchas actividades, reuniones inútiles, capacitaciones inventadas, formatos innecesarios, interminables bases en Excel (que responden a la desconfianza), podrían hacerse, o mejor no hacerse si en verdad no se requieren, desde el lugar en el que nos sintamos más cómodos. Al madrugar demasiado, realizar labores de relleno, trabajar tanto, y de forma presencial, hemos estado sacrificando nuestro propio tiempo; aquel que va más allá del puesto de trabajo y de su rutina desde que nos levantamos. Si hubiese mayor flexibilidad laboral –incluso eliminar tareas innecesarias que impiden que realicemos la verdadera labor para la cual fuimos contratados– podríamos tener más tiempo para nuestros hijos, mamás, abuelas, parejas, mascotas, nosotros mismos. Leer un buen libro, ver una buena película o tan solo mirar al techo.
La directora de Recursos Humanos de Unilever en Colombia, Gloria Valdelamar, asegura que debemos cambiar nuestra forma de ver el trabajo <<no sólo con modelos de trabajo híbrido, sino brindando herramientas y beneficios de flexibilidad e invitando a que con eso cada persona se empodere de su bienestar>>. Así mismo, la Universidad de Cambridge realizó un estudio en el que la reducción de la jornada laboral podría significar mejoras en la vida de los trabajadores –incluso se demostró que mejoraron los ingresos de las empresas–. Al madrugar tanto nos estamos sometiendo innecesariamente al agotamiento físico, emocional y mental, lo que también podría ser una de las razones de la improductividad (aunado a muchos otros factores).
Los bogotanos permanecemos ocupados desde que nos levantamos hasta que nos acostamos pensando en el siguiente día. Buenos madrugadores ocupamos el puesto que nos han asignado… Así vivimos muchos de nosotros en la capital: inmersos en una desgastante rutina. Entre mis recuerdos y experiencias, como niño madrugador bogotano, lo primero que llega a mi mente al pensar en levantarme es ‘Franklin’, ‘Brandy y el señor Bigotes’, los desayunos de mi mamá –con mi perro al que le daba a escondidas la mitad del desayuno–, el programa de la ‘Finca de hoy’, Jota Mario (y no precisamente Arbeláez), la neblina, ver a mi mamá madrugar para ir a trabajar–mal remunerada–, el sonido del horrible despertador y, ahora, siendo adulto, recuerdo con algo de ironía y gracia a Truman Burbank: <<¡Buenos días, y en caso de que no los vea, buenas tardes, buenas noches!>>.
Comentar