“No es posible que la resiliencia ciudadana compense el importante número de incidentes críticos que se producen a diario bajo la administración de Gustavo Francisco Petro Urrego. Colombia, como muchas otras regiones del mundo, parece haber sucumbido a una forma de socialismo que ha dado lugar a una inercia social colectiva, una falta de empatía y un sentimiento general de apatía.”
La situación en Venezuela debe servir de llamado de atención a los colombianos. Si no se aborda la actual trayectoria del gobierno del cambio, conducirá inevitablemente a un desenlace similar al que ya vive el pueblo patriota. La aplicación de políticas socialistas durante los últimos 23 años ha provocado un aumento significativo de los niveles de pobreza en la nación vecina. Esto ha creado un entorno desfavorable que ha provocado que millones de personas abandonen su país de origen. La espiral de inestabilidad política y social, unida a una inflación descontrolada, ha provocado una notable disminución del poder adquisitivo de la población. Esto ha llevado a una reducción del PIB de una de las economías más estables y prósperas de América Latina a un nivel comparable al de 1970. Es un hecho ampliamente reconocido que existen importantes desafíos a los que se enfrentan los valores democráticos en el sur del continente americano. Cada vez es más evidente que hay menos países en esta región que puedan considerarse plenamente democráticos, dado el auge de los gobiernos autoritarios dirigidos por la izquierda.
Las dictaduras que ya se están consolidando en la región y las que van camino de hacerse explícitas, como la de Colombia, preocupan a la comunidad internacional, que ve limitada su capacidad para influir en ellas y hacer frente a las continuas violaciones de los derechos humanos. Países como Cuba, Nicaragua y Venezuela ya han experimentado una pérdida de libertad como consecuencia de regímenes socialistas que se vendieron como progresistas y llegaron al poder por medios democráticos. Deterioro del entorno social que es provocado por gobiernos de izquierda que distraen al colectivo social con escándalos y discursos polémicos mientras provocan una parálisis social. Narrativa de ilusiones que capta la atención de la opinión pública al tiempo que se ejecuta una estrategia política que conduce a la represión. Plan táctico que, en el caso de Colombia, está siendo liderado por Gustavo Francisco Petro Urrego y está llevando a la nación por el mismo camino que Venezuela.
El proceso de descomposición democrática, que ahora se produce en Colombia con total impunidad, tiene el efecto de corroer el poder legislativo y judicial. Los tribunales, las ONG y los organismos de control son incapaces de tomar medidas y, desde un silencio cómplice, están permitiendo consolidar un régimen de corrupción desenfrenado que está dejando al país a la deriva. Quienes tengan la capacidad de ver la situación actual de Colombia sin preconceptos ideológicos se darán cuenta del daño significativo y generalizado que día a día está causando la administración de Gustavo Francisco Petro Urrego. Es indispensable que los colombianos se quiten la venda de los ojos y reconozcan el nefasto impacto del Pacto Histórico. La izquierda, debido a su ineficacia, tiene que invertir fuertemente en un montón de bodegueros para ganar credibilidad y promover una realidad distorsionada. Paso a paso Colombia está avanzando y regresando a su cruel pasado, entorno de oscuridad guerrillera, narcotráfico, violencia y corrupción que tanto daño le causó.
En Colombia existe una conciencia cada vez mayor de la importancia de los derechos humanos, sobre todo en relación con la ideología de izquierdas que domina actualmente el panorama político. Sin embargo, esta postura no es estática y puede cambiar significativamente en función de los vientos políticos dominantes. Existe una erosión gradual del respeto por la independencia de poderes y la autonomía judicial. La izquierda intenta apropiarse del fruto del trabajo de la gente honrada, escudada en un ideario de paz total y falsa equidad social. Lo que empezó con las pensiones ahora se consolida con la inversión forzosa de los ahorros. Esto tiene el potencial de causar un trastorno significativo en el tejido social, lo que podría tener un impacto perjudicial en las perspectivas de futuro de los jóvenes. La pérdida de principios y valores, tanto patrióticos como sociales, ha provocado una ruptura en el comportamiento de una parte de la población que, sin principios religiosos ni educativos, pretende volver a un pasado caracterizado por el miedo. Desde la improvisación, Gustavo Francisco Petro Urrego y su equipo de gobierno intentan crear adversarios para erosionar los cimientos del establecimiento social e incitar a la confrontación.
La actual inestabilidad política, económica y social en Colombia está sirviendo para reforzar el ego de su presidente, creando un ambiente propicio para el establecimiento de una estructura de gobierno que recuerda a la de Hugo Chávez Frías o Nicolás Maduro Moros. La falta de memoria de los colombianos les impide reconocer la trascendencia del reciente plan de atentar contra las Altas Cortes, constitucionalmente encargadas de bloquear los proyectos corruptos y empobrecedores del gobierno del cambio. La situación actual no es muy diferente a la del genocidio de 1985, financiado por Pablo Emilio Escobar Gaviria y perpetrado por el M-19. La noticia de un atentado terrorista contra el Palacio de Justicia es motivo de gran preocupación. Es inaceptable que Gustavo Francisco Petro Urrego no se haya pronunciado. Dados sus antecedentes como ex miembro de las filas guerrilleras, debería ser el primero en rechazar con firmeza la amenaza terrorista y ordenar las máximas medidas de protección para los magistrados y sus familias.
La posibilidad de poner en peligro el Estado de Derecho conlleva importantes implicaciones para el proceso democrático. Es crucial que Colombia reconozca que si no responde a tiempo, el ascenso de Gustavo Francisco Petro Urrego y la izquierda al Palacio de Nariño no será un hecho pasajero. Es crucial resaltar la trascendencia de las elecciones de 2026 y la necesidad inmediata de una importante participación electoral. Un país con una fuerza laboral profesional y ética no puede dejarse llevar por un grupo de jóvenes inexpertos a quienes la izquierda les paga un millón de pesos mensuales para defender un sistema político viciado. Las clases populares están infravaloradas y por ello consienten la narrativa incoherente de una corriente que tiene los días contados y que lejos está de constituirse como referente de liderazgo mundial.
Sería imprudente ser excesivamente pesimista sobre el futuro de Colombia. Sin embargo, cada vez está más claro que lo único que acelera este mandato gubernamental es el robo. Gustavo Francisco Petro Urrego y su séquito de aduladores están afectando negativamente a la economía y a la seguridad nacional. El país está experimentando una serie de eventos que reflejan el colapso de la democracia venezolana, no obstante, no se está tomando ninguna acción perceptible. Se está al frente de un gobierno que hace propuestas sin antes realizar un análisis profundo y que hace declaraciones que infunden miedo en las esferas económica y social. Las acciones de su mandatario están provocando importantes retrocesos con un costo considerable. El riesgo de anarquía y peligro aumenta a medida que la izquierda se prepara para perturbar la estabilidad política y económica del país con el fin de avanzar en su transición de la democracia a un sistema más autoritario. Preocupa mucho que, para imponer una dictadura, apuesten por el empobrecimiento extremo de la nación a partir de una ideología destructiva propuesta por una cohorte de funcionarios corruptos en busca de riquezas rápidas.
Es difícil pensar que la democracia que facilitó la transición de Colombia al progresismo salvaguardará a la nación del comunismo socialista si la mayoría de la población persiste en venerar al Sensey de los humanos por encima de todo. Es un reto hacer frente a la animadversión y el resentimiento profundamente arraigados en Gustavo Francisco Petro Urrego, él no es el gran mesías que muchos creen. Es inaceptable que la ciudadanía siga apoyando a un gobierno que está destruyendo el país, ya sea por ignorancia, conveniencia o porque le dan migajas. Muchos ya han sido engañados y ahora lamentan la criminalidad, las finanzas y el cinismo con que la izquierda dirige el país. Colombia haría bien en seguir el ejemplo de Argentina. De cara al 2026, es crucial que se elija una alternativa que pueda rectificar el daño causado. Si los cambios necesarios no se aplican a tiempo, será difícil evitar el cambio cultural que el progresismo radical pretende imponer por la fuerza: lo malo será bueno, libre y dominante.
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