Recién ganada la Guerra Civil española, el general Francisco Franco se enfrentaba a la reconstrucción de un país en ruinas y a la necesidad de edificar un régimen. El generalísimo y caudillo hubo de dosificar las diferentes corrientes políticas que le servían de apoyo, aquellas que habían salido de la victoria reciente y que se acabarán llamando en el argot franquista familias. Y hubo además de hacerlo de tal forma que ello no mermara un ápice su poder personal, el vértice perfecto de todo el edificio. Aquello era el extraño pluralismo de que hablara Manuel Tuñón de Lara, un pluralismo reservado en cualquier caso a lo que el insigne historiador no se cansó de calificar de bloque dominante.
Preservar su inmenso poder es la razón de que buena parte del trabajo de Franco estuviera dirigido a conseguir acrecentar su carisma. A ello contribuyó la nueva Ley de la Administración del 8 de agosto de 1939, que incrementó su jefatura militar sobre los tres ejércitos, al situarle como presidente de la Junta de Defensa Nacional que ejercería la supremacía directa sobre los tres ministerios bélicos, y suprimió la vicepresidencia gubernamental. En el artículo 7 de esa Ley se volvía a repetir aquello de que correspondía “al Jefe del Estado la suprema potestad de dictar normas jurídicas de carácter general”, pero ahora se añadía: “y radicando en él de modo permanente las funciones de gobierno, sus disposiciones y resoluciones adoptan la forma de Leyes o de Decretos, y podrán dictarse aunque no vayan precedidas de la deliberación del Consejo de Ministros, cuando razones de urgencia así lo aconsejen, si bien en tales casos el Jefe del Estado dará después conocimiento a aquél de tales disposiciones o resoluciones”.
No parece que sea necesario insistir en algo que resulta evidente y que ni la trayectoria institucional ni cronológica del franquismo desmentiría jamás: el general Francisco Franco ejerció sobre los españoles en sus 39 años de gobierno una dictadura. Su pragmatismo, alejado de las ideologías y en absoluto doctrinario, llevó a cabo una obra descomunal de adaptación permanente a las circunstancias, tanto a las del exterior como a las del aparente inmovilismo interior que era en realidad un bullicio consentido por el autócrata sólo hasta los límites en que le impedía asentar su poder personal.
El paternalismo social que guiaba su manera de entender la forma de gobernar, se unía en Franco a sus simplistas representaciones mentales de la autoridad y la religiosidad. Y conviene aclarar de una vez por todas que no era un fascista, y no lo podía ser siendo como era un clerical y un reaccionario.
Adaptado de mi libro El franquismo (Sílex Ediciones, Punto de Vista Editores)
[author] [author_image timthumb=’on’]http://anatomiadelahistoria.com/wp-content/uploads/2011/05/JoseLuisIba%C3%B1ezSalas.jpg[/author_image] [author_info]José Luis Ibáñez Salas Comencé a ser algo parecido a un editor cuando en 1990 trabajé a las órdenes de Ricardo Artola en la indispensable Enciclopedia de Historia de España que dirigía su padre, Miguel Artola. Desde 2008 hasta 2012 dirigí la colección Breve Historia de Ediciones Nowtilus y a partir de ese año la colección Biografías de Sílex Ediciones. Un año más tarde publiqué para esa misma editorial El franquismo. Soy asimismo editor de libros de texto en Santillana y fui el editor responsable del área de Historia de la Enciclopedia Multimedia Encarta de Microsoft. En la actualidad dirijo la revista digital de divulgación históricaAnatomía de la Historia (anatomiadelahistoria.com), escribo para la revista digital española Fernando Martínez y soy el director editorial de Punto de Vista Editores. Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
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