Desplazados por la desesperación: la ola migratoria venezolana y su efecto regional

El “éxodo de la pobreza” es un término bastante común para describir el movimiento migratorio de personas que huyen de la pobreza extrema en América Latina, en especial, de países como Venezuela. Así, buscando mejores condiciones de vida, muchas caravanas de migrantes intentan llegar a los Estados Unidos y Europa, impulsados por la desesperación a causa de la crisis económica y social en sus países de origen. Dichas caravanas han forjado a pulso el término mencionado anteriormente: un término que encapsula la impotencia y necesidad de millones de seres humanos que esperan salir de su infierno en la Tierra.

Pese a que el movimiento migratorio es un pilar importante en un mundo globalizado, en el que idealmente la gente debe ser libre para escoger dónde quiere vivir y dónde desea trabajar –a esto se refiere el concepto de “ciudadano del mundo”– el éxodo (de la pobreza) venezolano es producto de una tiranía que volvió a configurarse el pasado 28 de julio de 2024. La autoridad electoral venezolana declaró reelecto a Nicolás Maduro, al tiempo que la oposición denuncia irregularidades y fraude en el proceso. Venezuela se enfrenta a un contexto de inestabilidad política y falta de confianza que seguramente acarreará efectos de todo tipo y de gran trascendencia.

Desde el ascenso al poder de Maduro en 2013, hasta la fecha, el PIB de Venezuela se redujo en más del 75 %: el mayor descenso en 50 años para un país que no está en “estado de guerra”. Y en 2020, más del 95 % de los venezolanos vivían bajo el umbral de la pobreza, situación agravada por la pandemia del COVID-19. La profunda crisis económica, política y social en Venezuela ha provocado la salida de más de 7 millones de personas desde 2015: personas con nombre, apellido, familia y una vida en juego. A saber, en 2022, se presentó una migración venezolana sin precedentes hacia América del Norte, arriesgándose en peligrosos cruces como el Tapón del Darién entre Colombia y Panamá; la falta de alimentos, medicinas y oportunidades obligó a millones a buscar refugio en esta zona del planeta. Por otra parte, la dependencia al petróleo y las sanciones internacionales han profundizado los problemas económicos en Venezuela, haciendo aún más urgente la necesidad de migrar.

Además de ser ilegales en muchos lugares, la llegada masiva de migrantes venezolanos ha generado tensiones en las economías y dentro de servicios públicos como la educación y la salud. Sin embargo, no todo son malas noticias. La migración venezolana goza de un significativo impacto en el crecimiento económico de los países receptores. Según un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI), se estima que esta migración podría aumentar el PIB de estos países entre un 0,1 % y un 4,5 % para 2030, hecho especialmente notable en Perú (que podría ver un crecimiento del 4,4 %), seguido de Colombia (3,7 %) y Ecuador (3,5 %), los cuales, experimentarían mayores beneficios con la adhesión de los migrantes en su fuerza laboral: beneficios como un aumento de la productividad, la diversificación del mercado laboral, y el fomento a la innovación y al empleo en general.

Por ende, los países receptores necesitan implementar políticas adecuadas para gestionar tal situación, pero aún más importante, promover la integración social y económica; esto es, permitir crear cargos para aumentar la fuerza laboral, e incluso, incrementar su base tributaria, para que simultáneamente en el nivel social se pueda enriquecer la diversidad cultural de los países en mención. No obstante, las economías de los propios países receptores son un muro para lograrlo. Una considerable parte de los migrantes se mueven dentro de la economía informal, principalmente, por la falta de reconocimiento de credenciales, las barreras idiomáticas y las vastas dificultades en la obtención de los permisos de trabajo; aunque, con el tiempo, una fracción significativa de estos migrantes logra incorporarse al sector formal de la economía.

La situación en Venezuela refuerza el desbalance político y económico de la región, exacerbado por la incapacidad de su Gobierno para afrontar desafíos críticos como controlar la inflación, frenar la devaluación de la moneda (Bolívar) y recuperar la confianza de los inversionistas. Venezuela refleja tanto los retos como las oportunidades que enfrenta América Latina. La integración efectiva de los migrantes en los mercados de los países receptores es crucial para maximizar los beneficios económicos y minimizar los costos sociales. Este fenómeno resalta la necesidad de una cooperación regional más sólida y políticas públicas integrales que promuevan la estabilidad y el desarrollo en nuestra región.


Esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

Joanna Guerra

Chilanga de pura cepa, es decir, originaria de Ciudad de México. Abogada por la Universidad del Valle de México y filósofa por la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), con maestrías en Educación y en Arte por la Universidad Privada de Irapuato (Estado de Guanajuato, México) y por la Royal London University. Doctora en Educación por la Universidad IEXPRO, con estudios en el Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM y otros complementarios en Harvard University y Dartmouth College en los Estados Unidos.

Desde el año 2014 se desempeña como profesora en el IPN (Instituto Politécnico Nacional de México) y en el Colegio de Bachilleres. Considera que la Educación es la única manera de que las personas sean libres, e intervenir de manera directa contribuye a la autoconciencia y, por ende, a fomentar que los individuos comprendan que cada uno es un fin en sí mismo con derechos y obligaciones. Asimismo, dirige un despacho de abogados con especialidades en Derechos de Autor, y Marcas y Patentes. También ha organizado y participado de varios eventos académicos como moderador y disertante: distintos simposios, coloquios, y seminarios a nivel nacional e internacional en su natal México, Argentina, los Estados Unidos, Perú, Polonia, Alemania, entre otros.

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