Desde Guayaquil, capital de la provincia del Guayas en Ecuador, dónde el toque de queda rige desde las 16:00 hasta las 05:00 del día siguiente, el encierro genera una dispersión de reacciones y conclusiones. En ciertos casos, la cuarentena puede ser una estadía de lujo en un hogar, desempolvando libros, canciones y demás memorias. No obstante, no toda estadía es de lujo y no toda casa es un hogar. Sería útil, entonces, observar que todos estamos encerrados pero algunos estamos mejor encerrados que otros.
La desigualdad que se hace presente virtualmente en cada provincia, es un permanente recordatorio ante una intermitente observación; un recordatorio de que la igualdad como eje transversal de la política pública en el país ha rendido pocos resultados materiales y muchos menos idílicos. El objetivo de esta columna de opinión – fruto aún inmaduro de la cuarentena – es compartir una visión desigual de la igualdad que existe en La Perla del Pacífico.
Iguales ¿Según qué? A una cantidad significativa de guayaquileños poco y nada le representa la declaración política de igualdad que significó – en teoría – la constitución de Montecristi. En una sociedad donde las relaciones de poder son notoriamente verticales, la igualdad está lejos de existir sin ser un elemento discursivo que instituciones gubernamentales, universidades y empresas utilizan para cumplir con una disposición del gobierno. Nada nuevo.
En esta ciudad, la discriminación a las minorías es solo una cara de la desigualdad; en ese sentido la costumbre es más poderosa que la estrategia. No solo hay características sometidas a la desigualdad (la orientación sexual, la raza) también lo están trabajos (como los auxiliares de limpieza con respecto a los futbolistas) sectores urbanos (como la Isla Trinitaria con respecto de Ceibos), entre otros.
Ante estas realidades surge el planteamiento de que reformar una estructura legal no es suficiente sino reformar una epistemología desigual. En esta dimensión, la política tradicional es un niño de brazos en comparación al vigilante durante la protesta social. Los guayaquileños no son iguales, en su trabajo, en su centro académico, en su lugar de residencia. Es durante este tiempo, que lo más útil sería replantearse una igualdad que es fachada y no ingeniería
Todos los alumnos dan el mismo examen, pero no todos tienen los mismos amigos o ingresos para que la informalidad parche su reprobatoria. Todos tienen el derecho al trabajo digno, pero no todos reciben el trato que merece su contribución a la sociedad, así no salga en los diarios. Acá, la igualdad es que todos estamos inscritos en el mismo sistema desigual; la igualdad es diseñada y propuesta en principio pero no hay un seguimiento, no hay quién se fije en los eventos aislados.
Tal es la costumbre de la desigualdad que cualquier debate se vuelve cíclico hasta eventualmente disiparse en una mesa, en un teléfono, en un café. Es necesario hacer uso consciente del empoderamiento, no como una palabra de moda ni como una plataforma social, política; es necesario que desde el espacio individual se empiece a gestionar una teoría y práctica de la igualdad, algo que el gobierno no solo no puede lograr sino algo en lo cual no debería tener una presencia que es marcadamente paternalista.
Enmarcados en el contexto y la historia latinoamericana que hemos vivido, una de las tareas que deberíamos atribuirnos durante la pandemia es construir sociedades igualitarias, resilientes, que sean el modelo a seguir del sistema político y no un diseño de este.