“La situación de Venezuela se salió de la región y pasa a ser un reto en la geopolítica global que divide la sociedad internacional”
El desconocimiento del Protocolo de ruptura de diálogos de paz con el ELN en la Habana y el apoyo a Juan Guaidó como Presidente de Venezuela, se han convertido en un episodio inquietante para la diplomacia colombiana.
Frente al carro bomba que hizo explotar el ELN en la Escuela de Cadetes de la Policía en Bogotá hay que resaltar que es casi imposible justificarlo, aun entendiendo un contexto de guerra irregular (que no escapa a los principios del Derecho Internacional Humanitario) y a pesar de los patrones morales de una guerrilla que no supo leer el momento político. Por lo tanto, es comprensible la decisión del Gobierno colombiano de levantarse de la mesa.
Sin embargo, la respuesta que el Gobierno le ha dado al atentado de la guerrilla al desconocer el Protocolo y solicitar a Cuba la captura y entrega de los negociadores del ELN, fue una determinación errática por dos razones.
La primera es referente a las complicaciones de tipo jurídico. El Protocolo de ruptura fue firmado en su momento por un representante que compromete al Estado colombiano frente al grupo armado y a los países garantes para acordar en conjunto el retorno a Colombia de los miembros del equipo negociador garantizando que, aun con los diálogos rotos, no se les capture ni se le dé de baja. De tal manera que desconocer el Protocolo es minimizar la capacidad diplomática del Estado y lanzar por el suelo los principios de buena fe y confianza recíproca sobre los cuales se sustentan los “acuerdos blandos” y el derecho internacional.
Lo sensato hubiera sido, aun a mucho pesar de los colombianos, levantarse de la mesa, activar protocolos y combatir a los guerrilleros en Colombia, ahorrándose así el acercamiento a la perfidia.
Sin duda es problemático que se hayan roto los diálogos, que por cierto el Consejo de Seguridad de la ONU sugiere continuar, pero es aun más problemático sentar un precedente donde Colombia es incapaz de cumplir los compromisos que ha asumido. Si este Gobierno omite algo tan elemental como un Protocolo en temporada de “paz”, ¿qué podríamos esperar de su respeto a los Derechos Humanos en tiempos de guerra?
La segunda razón es de carácter político. Frente a la petición del Gobierno colombiano de que Cuba capture a los guerrilleros del ELN, dos de los Estados garantes del proceso (Cuba y Noruega) han reiterado su decisión de respetar los protocolos pues están obligados por normas internacionales y otros dos (Chile y Brasil) se acogen a la posición de Colombia.
La petición ha puesto a Cuba entre la espada y la pared pues de no respetar los protocolos perderá prestigio internacional y si no expulsa a los miembros del grupo guerrillero podrá ser vista como tolerante con el “terrorismo”. La cuestión se pone más tensa al haberse reactivado sobre los guerrilleros las ordenes de captura en Colombia y la aparición de la circular roja de la interpol. Cuba, por su parte, no le interesa regresar a la lista de países auxiliadores del terrorismo por lo cual ha condenado el atentado y ha asegurado que no albergará al ELN en su territorio.
Los escenarios que le quedan a la isla son limitados y su responsabilidad principal está en resolver a contrarreloj la seguridad de los guerrilleros mientras regresan a Colombia teniendo al Gobierno Duque en contra. Colombia falla al ponerle palos en la rueda a Cuba para cumplir su papel como garante.
El otro gran tema corresponde al reconocimiento que Colombia, en coordinación con el Grupo de Lima y Estados Unidos, ha hecho de Guaidó como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Lo que se argumenta para tomar esta decisión es que Nicolás Maduro es un Presidente ilegítimo, lo cual debe llevar a una transición democrática a través de una convocatoria a nuevas elecciones que garanticen el Estado de derecho en Venezuela.
Hay que recordar que desde hace varios años Colombia se ha visto afectada por la crisis venezolana, principalmente en materia de migración, tráfico de drogas, lucha contra grupos armados y comercio ilícito, razón por la cual las últimas acciones que la diplomacia colombiana ha adelantado para influir sobre el Gobierno venezolano y revertir la situación desfavorable, resultan difíciles de cuestionar. A excepción de dos elementos que hacen ruido: la presencia de EE.UU. y salir de un esquema de mediación para solucionar la crisis.
El problema con la presencia de EE.UU. es que la intervención militar siempre está presente pese a que Rusia y China hayan manifestando su apoyo al Presidente Maduro. Lo anterior confirma que la situación de Venezuela se salió de la región y pasa a ser un reto en la geopolítica global que divide la sociedad internacional.
Por otra parte, el nuevo rumbo que tomó la política exterior colombiana hacia valores más conservadores y radicales, encaja en una postura más agresiva que impide situarse como mediador y cierra las rutas de escape al Gobierno de Venezuela. Lo que resta es ver si México y Uruguay con algunos aliados, que en contados días no serán los europeos, logran concertar en la crisis venezolana para que las tensiones no sigan escalando de una forma peligrosa. De hecho, el nombramiento de Elliott Abrams por la administración Trump para “restaurar” la democracia agudiza las preocupaciones.
La forma en la que respondió el Gobierno Duque a la coyuntura con Cuba y Venezuela se acerca más a lo que fue la diplomacia de Uribe y eso no es precisamente halagador si las normas internacionales vuelven a ser un elemento accesorio y las posturas alineadas a Estados Unidos vuelven a determinar la política exterior. No obstante, lo que hay que entender es que en el juego de la geopolítica cada actor mueve sus fichas persiguiendo sus intereses, por ejemplo: petróleo, recursos naturales y dirección regional.