“Cada día, en cada acción, en todo pronunciamiento, Gustavo Francisco Petro Urrego deja en evidencia que está ido, desenfocado frente a la realidad que circunda el territorio nacional. Ataque que ahora emprende contra los medios y el periodismo solo tiene una base, tratar de desviar la atención del caos que tiene en el gobierno.”
Totalmente claro ha quedado que la llamada Colombia profunda fue ilusionada con un apuesta política de cambio que, paso a paso, se autodestruye en manos de la izquierda. Declaraciones de su vicepresidenta, Francia Elena Márquez Mina, a la Revista Cambio dejó en evidencia que fueron muchos los líderes sociales y activistas que se quedaron, vestidos y alborotados, esperando vivir sabrosito. Lo capitalizado por el Pacto Histórico con el estallido social, que incendió el país desde 2019, perdió la esencia de lo que era, el esfuerzo y sacrificio de muchos en las calles se desvanece ante la corrupción e incongruencias que acompañan a su mandatario y el equipo de gobierno. Las promesas que se hicieron en campaña se quedaron en el aire, ofrecimientos que difícilmente se podrán cumplir en la agenda de una administración arribista que cada vez se queda más sola, y con menor músculo político en el legislativo.
Los resultados del cambio lejos están de llegar a los territorios y reivindicar las deudas ancestrales que se dice tener con “los nadies”. Exaltación que se hizo a la violencia, y los agentes al margen de la ley, está desplazando a los colombianos víctimas de las masacres, el boleteo y el secuestro. Preocupante resulta que su mandatario esté metido ciegamente en los conflictos de Palestina e Israel, o Ucrania y Rusia, pero no se ha dado cuenta de que el país está peor. Quienes viven la guerra, la intimidación, los raptos, o la extorsión, en los municipios donde las bandas irregulares hacen presencia producto de la paz total, no logran comprender la desconexión de su presidente con la realidad, el estar pensando en un concierto para el otro lado del mundo en lugar de hacer frente, y buscar soluciones inmediatas y efectivas, a los problemas que se tienen en la nación.
Adulación que se expresa desde el gobierno frente al terrorismo, Hitler, el nacismo, Hamás, los palestinos, por solo mencionar algunos, es consecuente con la conexidad de sus aliados con actos genocidas y de lesa humanidad. Memoria cortoplacista de los colombianos no eclipsa, o naturaliza, lo hecho por el M-19 en su momento. Difícil resulta, para Gustavo Francisco Petro Urrego, tener dentro de sus fuerzas amigas a los Comunes, partido con unas curules regaladas, en el imperfecto acuerdo de La Habana, y que cuenta en sus listas con militantes que tienen deudas pendientes de resarcimiento con las víctimas por los actos perpetrados por Timochenko, y quienes se alzaron en armas como integrantes de las FARC. Aquellos que no ejercen la delincuencia, y fueron, o son, víctimas de los grupos al margen de la ley, dolorosamente observan cómo son revictimizados por un gobierno que sin el menor sonrojo se atreve a dar clases de ética y de derechos humanos, sin contar con argumentos para poder hacerlo.
La ambición de poder que invadió a la izquierda está conduciendo a Colombia a la catástrofe, testaruda obstinación por la paz total, a cualquier costo, ya cobra la vida y la tranquilidad de miles de inocentes. La paz y el dialogo no son el camino en medio de organizaciones que se sientan a la mesa con una falsa voluntad de acuerdo, pero persisten en el secuestro y la extorsión como mecanismo de financiación. Incomprensible resulta que en el “gobierno de la vida” sigan en alza el asesinato de los firmantes de paz, los territorios continúen viendo desaparecer a los líderes sociales y se incrementen los índices de desplazamiento. Protección que se brinda a los criminales, desde el ente estatal, envalentona a unas bandas que tiene en sus manos la tranquilidad de campesinos, amas de casa, empleados, estudiantes, empresarios generadores de empleo, y hasta soldados y policías.
Colombia, en manos de la izquierda y su gobierno del cambio, está retrocediendo a marcha agigantada, le regaló espacio a la guerrilla, y los grupos al margen de la ley, perdiendo la seguridad democrática ganada con el esfuerzo de una mano firme. La legitimidad del cambio queda en entredicho frente a las evidencias, niños en la Guajira y el Choco muriendo de hambre, secuestros al orden del día, y una ciudadanía amedrentada porque es víctima de la delincuencia. Atrocidades cometidas por las FARC y el ELN, poco y nada se distancian de lo estratégicamente ejecutado por las primeras líneas, y sus patrocinadores políticos, para desestabilizar el país y hacerse al poder. Ineptitud y permisividad de Gustavo Francisco Petro Urrego fortaleció a los malhechores, la nación se encuentra secuestrada ante una política de la alcahuetería, la impunidad y la complicidad con lo mal habido y que trasgrede la línea de la moral.
Narrativa que se comienza a imponer, por parte de un séquito de obnubilados seguidores que tiene que inventar y sostener mentiras para justificar las mil y una embarradas de Gustavo Francisco Petro Urrego, pone al país a merced de una polarización cada vez más aguda. Ataque y deslegitimación que emprendió su mandatario contra la industria informativa busca atajar la fuerza que toman quienes opinan y piensan diferente al Sensey de los humanos. Acusación de emisión de noticias falsas, la búsqueda de desprestigio del gobierno, o la participación en una confabulación para detener el cambio a como dé lugar, son infundadas, complejo sería para el país que los medios de comunicación, y el periodismo, se constituyeran como parte del comité de aplausos, que está en complicidad con los bandidos, para alabar un gobierno que es dañino para la nación.
Delirio de persecución que mantiene su presidente está acabando con la institucionalidad. Adulación al mecías del progresismo socialista, que se propone al país, tiende una telaraña de odio, mentiras y calumnias que desde la injuria quieren romper el vínculo de la audiencia con el periodismo y los medios de comunicación. Para vivir sabrosito la izquierda requiere que se apaguen los ojos fiscalizadores de la industria informativa, incómodo es que se hable de los dineros mal habidos en campaña, los despilfarros en mercados superiores a los 30 millones de pesos, las desapariciones constantes de su mandatario, las adicciones en la Casa de Nariño, o el turismo internacional de la familia de su dignatario. Quienes ya se han tenido que ir de la nación, en busca de un mejor futuro, pueden dar testimonio al mundo que antes que un héroe nacional, con valentía e inteligencia, Gustavo Francisco Petro Urrego es el prototipo de un eje del mal que está difamando a los ciudadanos de bien y distorsionando lo que realmente ocurre en Colombia.
Desconexión, total, que tiene su presidente con la realidad, lleva a Colombia rumbo al despeñadero del socialismo corrupto que para lograr sus propósitos requiere brindar amparo a guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares y demás delincuentes, que desde verdades a medias normalizan la criminalidad. Obligación de los colombianos es asumir la responsabilidad que les asiste frente al caos que trae un gobierno que los está ahogando en impuestos, y se hace el de la vista gorda ante prácticas tan deplorables como el secuestro, la extorsión y la muerte, nuevos y bien sonantes valores, que practican el ELN, las disidencias de las FARC, y la delincuencia común comandada por actores extranjeros.
Los ciudadanos no resisten una política del cambio que, desde reformas sociales impositivas, disfraza un mayor aumento en los tributos que suben como la gasolina, los peajes, o lo que se propone para un futuro no muy lejano con el predial. Al grueso del colectivo poblacional no le gusta vivir de las migajas de la administración pública, poco a poco, se le desdibuja la imagen de un caudillo que le hace inalcanzable los alimentos, le apaga la salud y apuesta por derrochar los ahorros para pensionarse. Quienes no escucharon lo que tanto se advirtió hoy comprueban que Colombia va camino a convertirse en una Venezuela, nación que abrió la puerta al socialismo del siglo XXI para que los pobres sean cada día más pobres mientras se manipula a la opinión pública en pro de las arcas de quienes comandan y defienden, desde la izquierda, la distribución inequitativa de los recursos.
Comentar