Desafiando la Oscuridad del Racismo: Colombia en Busca de la Luz de la Diversidad y la Igualdad.

Jayson Taylor Davis

Como Nelson Mandela, el líder que luchó contra el apartheid en Sudáfrica, afirmó: «Nadie nace odiando a otra persona debido al color de su piel, su origen o su religión. La gente debe aprender a odiar, y si pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar». Esto es lo que Colombia necesita, un aprendizaje masivo de amor y aceptación.

Solo aquel que ha vivido el racismo en carne propia entiende que es un crimen que destroza el alma del ser humano. Como Mahatma Gandhi, defensor de la no violencia, nos recordó: «Debemos ser el cambio que deseamos ver en el mundo». Es un crimen contra ese pequeño niño que todos llevamos dentro, clamando por una sonrisa de aceptación social para entender que forma parte de un todo, y que su piel no es motivo para albergar odios y maltratos.

Una sociedad con zonas grises en su trato hacia aquellos que son diferentes está destinada a la anarquía, ya que la historia demuestra que la inequidad se combate con la espada de la libertad y la coraza de la justicia. Martin Luther King Jr., un ícono de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, dijo: «La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; solo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar el odio; solo el amor puede hacerlo».

La población negra en Colombia es una parte significativa de la diversidad étnica y racial del país. Según el censo de 2018, aproximadamente el 20% de la población colombiana se identifica como afrocolombiana o afrodescendiente (aunque muchos no se autodefinen así, sus rasgos dicen lo contrario). Esta comunidad ha contribuido de manera significativa a la cultura, música, deportes y tradiciones de Colombia. Como dijo Maya Angelou, una influyente poetisa y activista, «No es nuestra diversidad lo que nos divide, sino cómo la manejamos y la percibimos». Sin embargo, esta comunidad aún lucha, defendiendo un país con los principios e ideales de su etnia, cuando el único pecado del negro es haber servido a quienes le han humillado.

Me intriga cómo la Constitución colombiana enumera derechos que supuestamente traen consigo igualdad, pero la ambigüedad de la Carta Magna termina siendo sustituida por el desarrollo de una norma de rango inferior, como lo es la Ley 70. Victorina está librando una ardua batalla, pero una vez más, deja al descubierto qué tipo de ciudadano somos en Colombia.

No puede ser casualidad que la calidad de la educación en las zonas donde residen comunidades negras e indígenas sea consistentemente de mala calidad. Esta disparidad en la calidad educativa refleja un sistema que históricamente ha perpetuado la desigualdad, negando a estas comunidades el acceso a una educación de calidad y las oportunidades que esta conlleva. El acceso a una educación de calidad es un derecho fundamental que debe ser garantizado para todos, sin importar su origen étnico o racial, y es la clave absoluta para el desarrollo de la libertad humana.

Es evidente que este escrito no puede dejar de mencionar la Ley 70 de 1993, ya que representa un grito de basta, un llamado a ser y a existir, porque el ser es lo que realmente importa. Esta norma, conocida como «Ley de Comunidades Negras», es crucial para la protección y promoción de los derechos de las comunidades afrocolombianas en el país. Como dijo Desmond Tutu, arzobispo y defensor de los derechos humanos, «Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor». Reconoce la presencia histórica de estas comunidades y busca garantizar su participación en la vida política, económica y social de la nación. Además, la elección de Francia Márquez como vicepresidenta de Colombia marcó un intento por romper el andamiaje cultural arraigado que ha perpetuado la discriminación racial en Colombia. Esto representa un paso positivo hacia la diversidad y la igualdad en la política colombiana, sin importar su posición política. Lo importante es avanzar y unir a todos los afrocolombianos bajo la bandera de la dignidad y la igualdad.

El racismo es una sombra oscura que ha persistido a lo largo de la historia de Colombia, un país que, paradójicamente, alberga una rica diversidad racial y étnica. Colombia es un crisol de culturas, donde la sangre de indígenas, afrocolombianos, mestizos y muchas otras raíces étnicas se mezcla en un tejido cultural único. Como Nelson Mandela también dijo: «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo». Sin embargo, en medio de esta diversidad, el racismo persiste, a menudo oculto bajo la superficie de la sociedad colombiana.

Es esencial que la sociedad colombiana continúe educándose sobre el racismo y trabaje en conjunto para construir un país donde todas las personas, sin importar su origen étnico o racial, tengan las mismas oportunidades y sean tratadas con respeto y dignidad. Esta disparidad educativa es un claro ejemplo de cómo el racismo se manifiesta en la vida cotidiana, limitando las oportunidades y perpetuando la desigualdad. Colombia debe enfrentar este desafío de manera decidida, reconociendo que la igualdad de oportunidades en la educación es un pilar fundamental para la construcción de una sociedad más justa e inclusiva.

Erradicar esta disparidad es esencial para lograr una sociedad más justa e igualitaria en Colombia. La diversidad étnica y racial de Colombia es una riqueza que debe ser valorada y celebrada plenamente, y esto comienza con garantizar que todas las comunidades tengan acceso a una educación de calidad que les permita alcanzar su máximo potencial. Como sociedad, debemos trabajar juntos para superar el racismo y construir un país en el que todas las personas, independientemente de su origen étnico o racial, tengan las mismas oportunidades y sean tratadas con respeto y dignidad.

Como los negros colombianos, debemos motivarnos a avanzar y creer que merecemos ser auténticos y una opción para este país , porque como afirmó Malcolm X, defensor de los derechos civiles en Estados Unidos, «La educación es el pasaporte hacia el futuro, el mañana pertenece a aquellos que se preparan para ello hoy». Debemos aprovechar la educación y el conocimiento como armas para derribar las barreras del racismo y demostrar que somos una parte invaluable de la rica diversidad de Colombia.

En última instancia, como lo expresó el líder indio Bhagat Singh Thind, «No es nuestra apariencia la que nos define, sino nuestro corazón y nuestras acciones». Colombia tiene el potencial de convertirse en un faro de igualdad y diversidad, donde todos los ciudadanos, sin importar su origen étnico o racial, puedan brillar juntos en la luz de la unidad y la justicia. El camino hacia la igualdad es largo y desafiante, pero con determinación y solidaridad, podemos desafiar la oscuridad del racismo y avanzar hacia un futuro más inclusivo y equitativo para todos los colombianos.


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Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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