Seguramente muchas de las personas que leen alguna cosa de lo que escribo deben estar, por lo menos, cansadas y extrañadas de mi actitud e inflexibilidad durante los últimos días.
Pido disculpas por eso, por incomodar, tampoco yo quisiera que este tipo de cosas sucedieran. Pero pasan, y los principios nos dictan que debemos hacerle frente.
Hace un par de días denuncié un caso de violencia de género. Situación que, sin importar el tiempo en que haya sucedido, toma mucha mayor relevancia por cuanto se encuentra en el contexto de un concierto antimilitarista en donde se presentaba el agresor, lo cual, de paso, nos permite develar los mecanismos soterrados con los que operamos como sociedad. Esa ética al revés, por llamarlo de alguna forma.
Debo comenzar diciendo en primer lugar que la denuncia que realizo no la llevo a cabo porque la víctima me lo pidiera. No faltaba más. Afortunadamente se trata de una mujer que ha tenido las agallas suficientes como para denunciar el tema, ponerlo en la palestra pública.
Lo hago porque la respeto y valoro, valoro su valentía, su carácter, su rigor intelectual. Lo hago porque le creo. Lo hago porque ya a muchas María, Marta, Claudia, Vanesa, Melisa, no les han creído, y eso no puede seguir pasando más. Lo hago porque a mi madre no le creyeron, ni a mis tías, ni a la mamá de mis amigas.
La acción que ahora adelanto la realizo en el pleno ejercicio de mis facultades, no estoy loco ni atravieso ningún estado temporal o permanente de psicosis.
Conciente de mi derecho y sobre todo, de mi deber, como hombre, como ciudadano, de expresarme respecto de aquellas cosas que considero no están bien, yo me hago responsable de cada palabra dicha.
Y digo que Victor Correa y los organizadores del evento en cuestión son responsables de una actitud que privilegia en la práctica la persona del victimario por encima de la dignidad de la víctima, y que por tanto se coloca del lado de los agresores.
Todas estas personas, al permitir que quien ejerce violencia de género, acceda a la tribuna pública, silencian la palabra de la víctima y de paso pisotean todas aquellas ideas de justicia que durante tanto tiempo hemos defendido.
Denuncio que en este caso las organizaciones de Izquierda de la ciudad se comportan con maneras idénticas, arguyendo razones similares a como lo haría cualquier otro politiquero de Derecha, con su falacia jurídica y el llamado doblemoralista al «Debido proceso», tal cual lo han hecho en el caso de un Pretelt o de un Andrés Felipe Árias. No hay diferencia en su discurso, pareciera que reaccionan de idéntica manera cuando se trata de afrontar sus responsabilidades. iSeñores, las garantías son para quien se encuentra en situación de vulnerabilidad física, econónomica o de cualquier otro tipo, no al contrario!
Para todos es evidente que el Estado, en cuestiones de género, toma a priori el punto de vista de los agresores, porque historicamente él es un agresor. Por tanto, no es el mecanismo jurídico ni la leguleyada, sino la conciencia social, la solidaridad y el respeto por el vulnerable lo que puede ejercer transformaciones profundas en esta sociedad.
Victor Correa es mi amigo, de una amistad construida sobre la base de un respeto profundo, y respeto es también poner en claro nuestras diferencias.
Victor argumenta y sus juicios tienen la lógica del Establecimiento, pues a él pertenece, lo cual no quiere decir que sea justa su postura y yo deba asumirla. El derecho, el aparato jurídico y la vida de las personas no son cosas equivalentes. A mí me corresponde hablar de lo que pasa a diario, de una realidad evidente para todo el que quiera abrir los ojos. Denuncio también, por lo tanto, bajo esta maniobra rabulesca, una actitud que acorrala a la víctima, que la deja expuesta al temor social de no encontrar solidaridad en su sufrimiento.
Y esa es la lógica que ha mantenido la violencia de género enquistada en el seno de la sociedad Colombiana.
Esto es un problema cultural, no jurídico. Y dada esa diferencia, prefiero, si es el caso, errar defendiendo la versión de la víctima que triunfar legitimando al agresor.
Aquí finalmente cabe denunciar a toda una sociedad que ha construido un aparataje subjetivo de guerra que atraviesa todas las esferas de la vida cotidiana. Y es una estructura que justifica la persona del agresor, en cualquiera de sus manifestaciones. Somos en tal sentido una sociedad hipócrita.
No puedo, en honor a la verdad, culpar a algunas de las personas que han asumido la presente actitud frente a este caso, pues también el sistema ha inoculado en ellos este tipo de estructura de pensamiento, pero mi esfuerzo es por intentar desmontarla, reconstruir la manera singular como hoy entendemos el mundo y lo naturalizamos.
Lo que sí debo advertir es que Victor Correa, en su calidad de funcionario público se encuentra notificado de la denuncia que realizo y debe darle, en consecuencia, trámite judicial, pues de lo contrario incurriría en omisión.
Termino considerando que lo verdaderamente justo y loable sería la sanción social, es decir, que esta persona reconozca lo sucedido y pida perdón publicamente, humildemente, como lo haría cualquier ser humano valiente cuando está dispuesto a enmendar su desatino, y no el proceso jurídico. Lo verdaderamente significativo es que comencemos a desmontar ese horizonte viciado através del cual nos movemos en el mundo y lo justificamos. Esa es la brega.
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