Democracia en riesgo en tiempos del Coronavirus

En una entrevista realizada por El Tiempo el pasado domingo 03 de mayo, Martha Nussbaum afirmó que sería irresponsable realizar predicciones sobre el mundo que surgiría una vez superada la pandemia. Eso es verdad. Es muy pronto para arrojar conclusiones definitivas sobre lo que vendrá en el futuro inmediato.

Sin embargo, varios elementos ya anticipan los riesgos que, a la par sobre la existencia humana, corren para la vida social y política. La democracia, el sistema político moderno más extendido en el mundo, es quizá uno de los elementos que saldrá igual o más lastimado que la economía, con unos efectos negativos imprevisibles, pero altamente preocupantes.

En las últimas semanas, por cuenta de algunos líderes mundiales, ha empezado a circular entre la opinión pública la idea de una posible fabricación humana del virus por parte de China. Ante los medios de comunicación, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, afirmó que: “Hay una cantidad significativa de evidencia de que esto vino desde ese laboratorio en Wuhan”.

¡Nada más falso que haya “evidencia” de algo así! Por el contrario, existe cada vez más soporte científico creíble que señala la existencia de un huésped intermedio entre el murciélago de herradura y los humanos, así como estudios sobre las características del virus que muestran su capacidad de adaptación y transformación como producto de evolución natural, lo que descartaría la creación en laboratorio.

Más allá de esta y la absurda declaración de Donald Trump en la que sugirió una inyección con desinfectante para contrarrestar el virus, hay deliberada estrategia en ese discurso. Además de buscar responsables externos para evadir la propia en la gestión de la pandemia, la suspicacia sobre el origen del virus busca crear, mediante una teoría de la conspiración, un escenario virtual de guerra biológica que propague el miedo y estimule el pánico social.

La idea de un complot biológico y el miedo entre la sociedad es una combinación explosiva. En situaciones de riesgo, la sociedad e individuos buscan refugiarse en aquello que les permita reforzar sus convicciones -no importa si es información veraz o su origen-, alimentar certezas -aunque estas sean parciales-, y sentir algún tipo de protección -aunque implique firmar un cheque en blanco a liderazgos autoritarios-.

Con lo anterior, no afirmo que la incertidumbre sea infundada. Nuestras vulnerabilidades como sociedad quedaron al descubierto ante la pandemia: la informalidad no es un problema marginal, es la principal forma de ocupación de la gente en un mundo del trabajo con derechos laborales restringidos; la baja cantidad del empleo, mala calidad del mismo e impacto sobre poblaciones vulnerables, hacen que la salud y el hambre se hayan tornado en las principales preocupaciones de la población; las clases medias están en riesgo de caer en la pobreza; la salud mental se hizo asunto público ante la cuarentena, y el sistema de salud en general no tiene capacidad, porque ese derecho se cercenó con reformas que afirmaban que el mercado podía resolverlo todo.

Ante una situación anormal, se ha recurrido al estado de excepción por parte de gobiernos para restringir libertades públicas. Lo grave de esta situación es que en no pocas ocasiones resultan aceptadas por la población -como afirma Giorgio Agamben- “en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla”.

En un escenario de crisis económica latente lo primero que se considera prescindible, de manera equivocada y peligrosa, es la democracia. No resulta extraño, por eso mismo, la propuesta de miembros del Centro Democrático de intervenir el Congreso de la República. Entre menos control político haya mejor, y si se suprime, excelente. Si antes de la pandemia realizaron seguimientos ilegales y perfiles a 130 periodistas y líderes sociales, en un escenario de baja o nula democracia el riesgo es que prácticas como esas se profundicen.

La división de poderes, libertad de prensa, libre opinión y oposición, son prácticas y valores necesarios para la democracia. El peligro es que todo este sistema de garantías y contrapesos se erosione sin ser percibido. Durante la Guerra Fría, tres de cada cuatro democracias caían por cuenta de un golpe de Estado. Era tangible, visible, evidente: una facción de militares o civiles tomaban por la fuerza el poder y arrasaban con las normas compartidas. Las democracias ahora perecen lentamente a manos de liderazgos que, paradójicamente, llegan al poder de la mano de las reglas establecidas.

Steven Levitsky, quien ha estudiado precisamente estas transformaciones autoritarias, señaló que “la combinación de un autócrata en potencia y una grave crisis puede, por ende, ser letal para la democracia”. Esto -escrito en 2018- tiene en la actual crisis y los Bolsonaros y Trumps en el mundo, y el Centro Democrático en el caso colombiano, las condiciones despejadas para un colapso de la democracia, un escenario de riesgo que se podría hacer más complejo ante mayores restricciones a los derechos sociales que se darían por cuenta de la reforma laboral y tributaria propuestas.

Óscar Murillo Ramírez

Magister en Ciencias Políticas, FLACSO - Ecuador. Especialista en Pedagogía, Universidad Pedagógica Nacional. Historiador, Universidad Nacional de Colombia.