El miedo nos ha devuelto al estado natural. Desde el pensador Inglés Thomas Hobbes, el ser humano siempre tenderá a volver al estado primitivo porque teme a la muerte. Ese temor lo lleva a que salga a flote su sentido de supervivencia y se ajuste en el falso decir de la “ley del más fuerte”. Esto a la final genera un estado de guerra constante y bien lo supo Hobbes porque en aquel entonces, Inglaterra vivía en una guerra civil que más allá de los intereses y consecuencias que generó, le mostró al pensador moderno que así se mueve el ser humano: bajo el miedo y el egoísmo.
El hombre necesita sentirse seguro, necesita mantener un control aunque sea mínimo del mundo que habita. Por esa razón no se hace extraño que las personas se acumularan desesperadamente en los supermercados y acapararán todo lo que pudieran con el fin de intentar sobrevivir al aislamiento obligatorio. Sin embargo, no podemos dejar este actuar con una explicación tan simple, ya que, no estamos en un estado natural, existimos y convivimos en un Estado, en una sociedad que nació con el fin de dar orden a esos deseos desaforados, pero parece que aún no lo entendemos. Nuestra gran diferencia con los demás animales se resalta en el ejercicio de la razón y del lenguaje como un constructor de acuerdos y de la misma sociedad. Entonces: ¿Por qué ese afán de destruirnos? Parafraseado a Hobbes: el pueblo debe educarse en el deber, esto es la ciencia de lo justo e injusto. Cuando un individuo desconoce o ignora lo que es justo, claramente gritará y denunciará lo que le es injusto para sí. Pasará por encima de quien pueda con el fin de que se le haga justicia y esto no es otra cosa que el egoísmo en todo su esplendor.
Los problemas que hoy afrontamos más allá del coronavirus, es el nivel de desconocimiento e ignorancia que tenemos sobre lo que es justo, honesto, de lo que es el bien. Esto es toda una consecuencia de la falta de reflexión, de responsabilidad consigo mismo y con los otros, pues no es por culpa de la pandemia que nos acosa estas acciones, sino de un mundo infectado por el abuso de poder, por el afán desesperado de consumo, por la poca conciencia que existe sobre lo que es importante y no en la vida. El amor por lo efímero dio cabida desde hace muchos años a lo estúpido y que hoy tiene más fuerza que nunca: Los contenidos digitales que conducen a la banalidad. El ser humano es muy vulnerable a las falsas doctrinas, a la persuasión abusiva de los medios de comunicación que crearon una bola de nieve que es difícil de deshacer porque el miedo ya se apoderó de todos nosotros.
Mientras el hombre no comprenda que uno de los tesoros y peligros más grandes está en el lenguaje, viviremos condenados al bombardeo incesante de lo que otros quieren que pensemos y de lo que otros quieren que hagamos. La muestra está en el tratamiento que el Presidente le está dando al país, la falta de conciencia de los que se fueron de viaje aun sabiendo que estábamos en aislamiento, el poder del individualismo se impone para jugar al poderoso, al burlador de las normas, al ser que se rebaja al mismo nivel de los animales y juega de forma instintiva a moverse por el mundo. El capitalismo y la sociedad tal cual como la conocíamos, nos abrió la puerta del libertinaje con el cual nos creemos astutos y andamos por las calles viajando y creyendo que esto es un asunto que fue creado para sembrar el pánico. Ya no importan si fue creado el virus o no, si es idea de Estados Unidos o de China, lo que aquí prevalece es el autocuidado y la preservación de la especie, no de forma individual porque no es una carrera, sino de forma colectiva. Se debe volver al colectivo porque lo que se creía como “colectivos” ya se acabó, se destruyó no por el virus, sino por un sistema económico, político y social que estableció la falsa ley del más fuerte.
No hemos tenido la capacidad de entender el mundo que nos rodea porque sencillamente se nos fue el espíritu de reconocimiento del otro, del respeto y la construcción social. Por esa razón y por más, se empieza a evidenciar la crisis de la salud mental que sale a flote porque el encierro que no debería ser un problema, se está convirtiendo en otro enemigo. ¿A qué le tememos en el encierro? Le tememos a la falta de producción que me genere ingresos, le tememos a la falta de interactividad con el mundo, la falta de reconocimiento, el no saber aprovechar el tiempo, al sentir de un poderío que quizás muchos tenían en sus pequeños mundos que los hacía sentir únicos, ahora no queda nada de eso, se deshizo como el castillo de naipe que armaron con tantos años. ¿Qué queda? La reflexión constante de lo importante que es compartir con el otro, con la familia. El afán profundo por encontrarse a sí mismo y empezar a construir una nueva vida. Queda la lucha constante para no dejarse ganar por el miedo infundado y hacer lo que toca hacer según la OMS, según el gobierno, refugiarse en el arte, en la cultura, en el tiempo libre para lo amado, para lo que genera pasión.
Una vez más el arte y la cultura son protagonistas-como si nunca lo hubieran sido- de la vida humana, pues como dijo Nietzsche: “El arte y nada más que el arte. ¡Él es el que hace posible la vida, gran seductor de la vida, el gran estimulante de la vida!”. El arte es el único que nos impedirá caer de nuevo al estado primitivo…