Hasta mediados de marzo de este año, los habitantes de Sudamérica vivíamos una vida que, a pesar de nuestros problemas históricos, podríamos llamar normal. Nuestra rutina incluía salir a trabajar en las mañanas, tomar una cerveza o un café con un amigo, gozar de una tarde soleada y abrazar a nuestros seres queridos. Pero todo eso cambió cuando el COVID-19 llegó a nuestras fronteras. Desde entonces –guiados por el oportunismo político y el miedo a la saturación de un deficitario sistema de salud público– nuestros gobiernos decretaron cuarentenas totales.
Pero ¿Cuáles fueron las consecuencias de esas medidas tan draconianas?
Nuestras naciones no son, precisamente, un ejemplo de buenas decisiones económicas. Por ejemplo, el gobierno boliviano usó la estrategia conocida como el helicóptero del dinero (una política monetaria expansiva que busca impulsar la demanda agregada), asumiendo que los problemas generados por el parón provocado por el COVID-19, se solucionan regalando dinero a manos llenas. Penosamente, eso es repetir con esteroides añadidos, el desastroso modelo desarrollado por el señor Luis Arce Catacora durante los catorce años de gobierno del Movimiento al Socialismo, y que nos llevó a la actual crisis económica. La verdad es que inyectar $Bs 3,500 millones –unos 502 millones de dólares– a nombre de bonos y subvenciones; es apretar demasiado el botón inflacionario.
En el terreno político, los derechos de circulación, de asociación, y hasta de opinión, fueron suspendidos. Desde marzo sólo podemos trabajar y caminar cuando el Estado lo permite. Las cosas más simples se volvieron burocráticas –pagar un servicio en el banco, por ejemplo– y, a nombre de un “estado de guerra”, se suspendieron todas las garantías jurídicas.
Y seamos sinceros, esta no es una “cuarentena”, porque no es un prudente lapso temporal de observación para aquellas personas contagiadas, sintomáticas o sospechosas de contagio, verbigracia, los viajeros. No, esto es otra cosa, es un experimento –un “ensayo general” de control y vigilancia estatal– que consiste en un encierro forzoso domiciliario para todo el mundo, tenga o no síntomas o condiciones de riesgo, con la consiguiente y letal paralización de actividades económicas. Y como tantas otras políticas represivas, propias del estatismo, esta es inefectiva o contraproducente a sus fines declarados, con el agravante que estamos validando el modelo de gestión de crisis chino. En palabras del filósofo Byung-Chul Han (que es un enemigo del capitalismo, pero que en el tema del coronavirus tema tiene toda la razón):
«El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud. Occidente se verá obligado a abandonar sus principios liberales; y luego está la amenaza de una sociedad en cuarentena biopolítica en Occidente en la que quedaría limitada permanentemente nuestra libertad.»
Pero lo anterior no es lo más triste –total, sabemos que los Estados siempre buscan acrecentar su poder–, sino ver a muchos de nuestros vecinos convertidos en vigilantes y castigadores de todos aquellos que no usan un barbijo o salen más allá de las puertas de sus casas, en soplones de las autoridades, en una masa de esclavos satisfechos que prefieren su «seguridad», aun a costa de perder su libertad, y un montón de animales de granja a quienes fue fácil esclavizar. Esclavitud que ha sido funcional al crecimiento del poder en los planos psico y biopolítico. El primero mediante el miedo a la muerte –escojo vivir en una burbuja dicen muchos–, y el segundo con el apoyo del Big data, que permitió que muchos fuéramos vigilados por pocos y que nuestra salud pase a ser asunto de Estado.
En países como Colombia, por ejemplo, el panorama resulta también ser bastante desolador. Varios militantes, fieles seguidores, e integrantes de partidos políticos que se autodenominan de derecha –la verdad, no es así–, como es el caso del Centro Democrático, se llenan la boca diciendo que aún dicha nación no ha sucumbido al veneno del socialismo. No obstante, por efectos del COVID-19, los colombianos han dado la bienvenida, demandado, e incluso festejado con beneplácito, la aniquilación del sano ejercicio de las libertades mínimas que le competen a un individuo.
Medidas tales como la restricción a la movilidad de la ciudadanía –salvo si es para la compra de insumos y víveres, o para llevar a cabo diligencias bancarias–, y la expropiación de hecho de toda empresa que según algunos miembros de la “honorable” clase burócrata colombiana, cabe dentro del concepto de “empresa no esencial”, son claro ejemplo de ello. Peor aún, el mismo Centro Democrático, el cual funge como partido de gobierno, tomó apresuradamente, la pésima decisión de controlar los precios de los productos de primera necesidad, para así, supuestamente, “frenar la especulación”. El control estatal de precios ha traído consigo siempre hambre y escasez, como ya ocurrió –y sigue ocurriendo– en el vecino de Colombia (Venezuela).
El estado de parálisis forzado de la mayor parte del aparato productivo colombiano, ha sido un completo desastre. Han crecido tanto el número de empresas en quiebra, como los índices de desempleo –disfrazados de la figura de “suspensión contractual”, por ejemplo–, y por supuesto, se tiene más pobreza –algo que suele ser mas sencillo desencadenarlo, que corregirlo–. Tampoco existe señal alguna de que se tomen las medidas necesarias para que el sector privado pueda irse recuperando: aplazar cobro de impuestos, rebajar temporalmente (no sólo aplazar) impuestos sobre las rentas y el consumo, compensar con un recorte del gasto público de instituciones no fundamentales y no afectadas por la pandemia, suspender temporalmente la carga regulatoria no vinculada con el control de la pandemia que pesa sobre las empresas, y, no rescatar por ningún motivo a empresas o sectores económicos enteros con el pretexto del COVID-19 –medida última, lastimosamente desechada, ya que el gobierno colombiano se planteó el rescate de Avianca con compra de acciones–.
Alejandro Bermeo, abogado y editor general del portal The Mises Report, hizo en una oportunidad un análisis al respecto de la situación que enfrenta Colombia, y que en general, aplica para el contexto latinoamericano:
«Lo dije desde hace dos meses. Hoy lo estamos confirmando.
- La cuarentena se hizo tan pronto que no nos alcanzamos a infectar. De tal manera que no se aplanó la curva porque como he dicho, nunca hubo ninguna curva –los hospitales siempre estuvieron vacíos–, es decir, el pico se pospuso.
- La mal llamada cuarentena fue una total pérdida de tiempo, ya que no alcanzamos a infectar a un primer grupo. Con ello, hay posibilidades de más confinamientos obligatorios, pues apenas comenzará el virus a propagarse. Es más, los políticos ya amenazan diciendo que con el aumento de casos; nos devuelven a la prisión domiciliaria. Un absurdo, pues los casos siempre estarán aumentando porque no hemos llegado a la etapa de Inmunidad de Rebaño.
- Fue destruida a toda la clase media, ahora en línea de pobreza, porque el Estado les rompió las piernas. Ahora, esperan por las muletas. Ya se cuenta incluso con la propuesta de Renta Básica Universal –impulsada paradójicamente por el partido de gobierno–, la cual pretende consolidar el poder del Estado y hacernos aún más dependientes de éste.
- A los políticos sólo les importan los muertos por efectos del COVID-19, ya que estos los pueden cobrar políticamente. Pero, si la gente muere de hambre o por otras causas, no tienen problema.
- Como ya dije, al no tener curva, nos enfrentaremos débiles, pobres y deprimidos al virus, demostrando una vez más, que los políticos empeoran todo con sus intervenciones.»
La ONU por su parte, ha advertido que por el impacto del cierre de la economía a causa del COVID-19, cerca de 6,000 niños al día podrían morir en todo el planeta en los próximos seis meses, lo que asciende a más de 1.2 millones en total.
Entre otras, Sunetra Gupta, profesora de Teoría Epidemiológica de la Universidad de Oxford, publicó junto con el equipo de trabajo del cual es directora, un estudio que contempló que hasta el 50% de la población podría estar ya infectada por el COVID-19, y que la verdadera tasa de mortalidad por infección podría ser tan baja como 0.1%. En entrevista realizada por el portal de noticias británico UnHerd, recomendó acelerar la salida del confinamiento obligatorio, y que éste sea basado en patrones como quién está muriendo y qué está sucediendo con las tasas de mortalidad. La Dra. Gupta cree firmemente que el número de muertes son la única medida confiable, y que el número de casos confirmados ni siquiera debe divulgarse, ya que es directamente proporcional a la cantidad de testeos que sean llevados a cabo.
Con todo lo dicho, ha servido de algo ¿Colapsar la economía? ¿Entorpecer arbitrariamente la educación de nuestros niños? ¿Concederles a las fuerzas armadas un autoritarismo que se le hubiera hecho agua la boca implementar a la KGB en la época de la Unión Soviética? Y ¿Favorecer con una apacibilidad mezquina, la mayor y más prolongada transgresión de todas las libertades individuales en la historia moderna? La respuesta es NO, y los hechos nos respaldan.
Varias de las naciones que han salido mejor libradas de la pandemia, jamás implementaron confinamientos obligatorios para toda su población. Entre ellas se tiene a Singapur, Taiwán y Japón. Por otra parte, Suecia ha tomado medidas preventivas y su número de muertes por millón de habitantes es menor en contraste con otras naciones europeas que han acogido el forzoso aislamiento domiciliario.
Se evidencia que encerrar a toda una población, en lo absoluto es salubre, pese a que muchos “expertos” aseguraron era lo mejor. Y que, los políticos de turno escudándose en matar a una mosca por las molestias que genera, resultan es tumbando toda la casa.
Nuestros países están listos para copiar los modelos de vigilancia chinos, porque las condiciones que legitimarían semejante abuso de poder, están servidas sobre la mesa. Por eso, esperamos, que reaccionemos ¡Todavía estamos a tiempo!
Este artículo fue escrito en colaboración con el economista, máster en administración de empresas, PhD. en economía, y liberal conservador boliviano: Hugo Marcelo Balderrama.
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