“Nunca me le volteé a Uribe”, dijo Santos en CNN, aduciendo que cuidó bien los llamados “tres huevitos” –“confianza inversionista”, “cohesión social” y “seguridad democrática”–, como llamó Álvaro Uribe al conjunto de su política de gobierno, política que Santos se comprometió a continuar a cambio de que Uribe lo pusiera de Presidente. En contraste con esa frase, ni los uribistas Triple A más bondadosos bajan a Santos de “traidor”, cuando lo califican con suavidad. Comprender esta contradicción permite entender mejor a la Colombia de los últimos 16 años, los límites del estrellón de Uribe con Santos, de los más agudos entre los políticos tradicionales del país, y preguntarse sobre la forma como gobernará Duque.
Tiene razón Santos cuando asegura haber sido fiel ejecutor de la política económica y social que Uribe bautizó como “confianza inversionista”, que no es otra cosa que las imposiciones de la globalización neoliberal. Santos incluso puso a andar pactos dañinos que Uribe negoció pero que no pudo aplicar, como los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea, paralizados allá por el pésimo récord en derechos humanos del gobierno de Colombia. También logró aprobar la Ley de Zidres, idea que Uribe y Andrés Felipe Arias no pudieron tramitar por falta de respaldo político. Y suman decenas las malas leyes económicas y sociales que uribistas y santistas, unidos, aprobaron en el Congreso. “Más eficaz Santos que Uribe”, dijo un ex congresista del Polo.
Y si Santos logró más que Uribe en “confianza inversionista”, en la llamada “cohesión social” también le fue mejor, si se la entiende como una estrategia para reducir al mínimo la oposición democrática. Con decir que por poco convierte al Polo en una fuerza santista, intentona que a la postre le fracasó, pero no sin haberle sonsacado antes a Luis Eduardo Garzón, Angelino Garzón, Gustavo Petro y Clara López (enlace). Y logró también que algunos concluyeran que la oposición al régimen no era para hacérsela al Presidente sino a un ex Presidente, mientras Santos hacía y deshacía, como Uribe, contra el progreso del país.
Santos también superó a Uribe en la llamada “seguridad democrática”. Porque si bien Uribe preparó en lo militar el terreno golpeando a la Farc, fue Santos quien acabó con medio siglo de esa lucha armada, con independencia de los desatinos del proceso y de cuántas exageraciones lancen los uribistas en su contra. Y en este aspecto Santos consiguió otro logro –este sí negativo– en el que Uribe fracasó. Porque mientras que este no pudo instalar en el país las cinco bases militares norteamericanas, Santos convirtió a Colombia en correveidile de la OTAN y logró aprobar tres leyes, con el respaldo del uribismo, para que tropas colombianas vayan de carne de cañón a las guerras colonialistas de gringos y europeos.
El éxito de Santos en el engaño también obedeció a que utilizó el proceso de paz con las Farc para meter el cuento de que había dejado de ser quien era –hasta “traidor a su clase” dijo ser en su demagogia–, cuando lo cierto es que el fin de esa violencia era una necesidad para todos los colombianos, para los pobres y las clases medias, así como para los grandes poderes nacionales y extranjeros, empezando por los de Estados Unidos, capitaneados por Obama y Trump. Paradójicamente, sin la ayuda de Uribe, seguramente Santos no hubiera podido lograr lo que logró en contra de Colombia. Porque la oposición desmedida y plena de falacias del uribismo en contra del proceso de paz terminó por embellecer al gobierno entre algunos sectores, que no acogieron la consigna correcta de “Santos no; paz sí”.
La pregunta es si Duque, en acuerdo con Uribe, a quien reconoce como su jefe y con el que sin duda coincide en todo lo importante, va a gobernar, principalmente, mediante la zanahoria santista o el garrote uribista, pero, eso sí, con esta duda planteada solo en los términos de la forma como se harán las cosas, dado que los objetivos no cambian. Este interrogante se plantea, aún sin respuesta, porque Santos resultó ser más eficaz que Uribe, y porque la campaña presidencial del 2022 ya empezó. Y Duque y Uribe saben, al igual que Pastrana y Gaviria y todos ellos, que el país está hasta la coronilla de sus gobiernos y que si esta vez triunfaron, se debió a que en la segunda vuelta dieron con el único opositor que no podía ganarles, situación que podría no repetirse.
Bogotá, 6 de julio de 2018.