No es nuevo el debate público que ha suscitado históricamente la conformación del Congreso Colombiano, legislaturas antiguas y otras no tanto, han dado cuenta de la pluralidad tal vez no positiva, en algunos casos, que ha reinado en el Congreso de la Republica, solo por mencionar, hay que decir que se encuentran condenados, más de cincuenta[1], excongresitas por temas que van desde parapolítica, pasan por farcpolitca y terminan incluso en asuntos de corrupción, ello sin mencionar, los otros tantos que se encuentran inmersos en procesos judiciales sin resolverse, más los que no se conocen aún. ¡Son datos y hay que darlos!
Posicionar el dato anterior como el preámbulo de este artículo, tiene una finalidad pedagógica, histórica y de ejercicio de recordación si se quiere, pues los reproches en torno al cuerpo legislativo, no deberían desprenderse necesariamente, de tomar fila entre los amigos o enemigos de la paz, como de forma innecesaria se ha querido, generando en todo caso un ambiente de polarización que hace daño a la democracia e incluso al poder legislativo.
La conformación del más reciente Congreso, estuvo marcada, por un hito político mayor, que abriría un espacio en la democracia nacional a actores políticos, que habían decidido defender sus causas haciendo uso de la fuerza y la subversión, al paso, surgía, un rechazo natural por parte de la clase política, el ciudadano desprevenido y en especial algunos sectores que integran víctimas del conflicto del armado, no era para menos, se trataba de una reacción proporcional, dado que en una carrera hacia la impopularidad, se inscribía Juan Manuel Santos al iniciar los diálogos en La Habana con quienes para ese momento enlistaban las filas del grupo guerrillero más antiguo del país.
El transcurrir del dialogo y a la par el del pasado gobierno, se enfrentaba a la campaña de desprestigio tal vez mas bien estructurada de los últimos tiempos, (Lo estructurado no siempre es lo correcto), en la que se vestía a un Presidente con camuflado guerrillero, se le tildaba de Comunista, aun cuando de público conocimiento se supiese, que hacia parte de una de las oligarquías familiares más arraigadas en la capital Bogotana, y se le imponía incluso la necesidad de negociar lo negociado.
Pese a lo resultante del acuerdo; las curules para miembros de las Farc como partido, no era esta la primera vez que cuestionados personajes ingresaban a ocupar asientos de los llamados padres de la patria, sin embargo, allí no está la discusión, en aquellos momentos, los referidos parlamentarios, hacían bancadas, tenían grupo protector, y mediante alianzas y actos políticos lavaban algunas de sus culpas, y generaban silencio en torno a ellas, situación diferente, acontece hoy con Jesús Santrich, quien para hacer mucho más plural el congreso, y luego de dar tal vez uno de los pasos más utópicos que podría soñarse, trascendió de un complejo carcelario, a un complejo legislativo ocupando una curul: “Nadie quiere ser amigo de Santrich, ni sus propios partidarios” son algunos de los comentarios que por los pasillos de aquel recinto se corean.
La inteligencia de la que se jacta poseer el recién posesionado, no le ha sido suficiente para entender, que su juicio goza de una especialidad bipartita, esto es, como ya se discute, se sostiene y se defiende, por un lado posa su Juez Natural, la Corte Suprema de Justicia, a quien en virtud de la ley, y atendiendo sus calidades, le asiste competencia para acusarlo e investigarlo, nada nuevo hasta ahí, lo que no quiere asimilar, o más bien, lo que parece no importarle, es que a su vez, tiene en su espalda, el Juzgador ciudadano, jurado que conforma la opinión pública y para este caso de forma especial, las víctimas de conflicto armado, que a juzgar por sus actuaciones públicas, pronunciamientos, posturas y formas, le interesan poco.
Existe una delgada línea entre la obligación de las autoridades públicas de garantizar y respetar el debido proceso, y el uso del debido proceso como comodín para burlar e irrespetar a quienes de forma directa o indirecta, se sienten víctimas. El debido proceso, tiene un doble connotación, implica que el juzgador no emita una aseveración de fondo, sin haberla adquirido más allá de toda duda razonable, obligación también para el acusado o investigador, para quien implica además de respeto por el proceso en curso, y en el mismo sentido, no emitir pronunciamientos de fondo, hasta tanto su situación no haya sido esclarecida más allá de toda duda razonable, máxime, cuando dicha decisión final, compromete, afecta o inmiscuye derechos de otras personas que se relacionan directamente con la decisión adoptable.
Si con lo que son pruebas para el Juzgador ciudadano se fallara en el caso Santrich, además de un prejuzgamiento, existiría con claridad una condena, pues si se tuviesen como tales las actitudes, actuaciones, pronunciamientos y formas de proceder, más allá de toda duda razonable, se podría plantear, la existencia de un total desprecio por los posibles afectados, de una burla desmesurada por la justicia y de una seguridad desmedida de tener la razón, a tal punto que ya la discusión no da entre los amigos y lo enemigos de paz, pues casi de forma unánime, no hay quien finja un sentimiento de pesar, solidaridad y menos de defensa por el cuestionado congresista.
¡EL EXCESO DE SANTRICH, ES PERJUDICIAL PARA LA PAZ!, parece ser el mensaje que no han entendido algunos sectores, no existe un antagonista (vaya ironía, pues fue negociador) que mayor daño le haya hecho al proceso de reconciliación que este nuevo Congresista, que día a día alimenta odios que dividen, opiniones que maltratan y heridas que no sanan. Podrá descansar Juan Manuel Santos, al saber que hoy existe un personaje que guarda relación con los acuerdos de paz que ha logrado alcanzar mayor nivel de impopularidad en medio del pueblo colombiano.
El eco común, hoy debe reclamarle, así sea en su condición de Congresista a Santrich, un mínimo de respeto, no como signo de prejuicio o prejuzgamiento en su contra, más si como símbolo de ciudadanía, de respeto y solidaridad por quienes son o se sienten víctimas, y mucho más por las instituciones, que tachadas o no, hacen parte de nuestra estructura de Estado.
Cuestionada la conformación histórica del Congreso y el proceder de Santrich, la pregunta de cierre será: ¿ Durará Santrich en el Congreso? y la repuesta adecuada será: quizás, quizás, quizás.
[1] Datos de internet- Wikipedia, de libre consulta.