
Nada creyente, Eligio echó mano de ese cuarto mandamiento, el mismo de honrar a los padres, así que doña Elena Roldán, su mamá, gozó de la compañía de su niño menor todos los fines de semana en esa última etapa de vida hasta 2018 que partió a la eternidad. Él la sacaba a caminar, le hacía piruetas en el cabello, le contaba chistes.
Lo distinguí desde que el padre Froilán Yepes, párroco de Entrerríos nos dijo en una de esas conferencias a las que nos llevaban del colegio por allá principiando la década del 80, que, para él, Entrerríos tenía dos jóvenes dignos de admiración: Sergio Londoño y Eligio Palacio. A Londoño no lo distinguí, pero supe de su pasión por el futbol y a Eligio, que terminaba su bachillerato cuando yo apenas lo comenzaba, me lo crucé en la campaña política de 1984 que promovía anticipadamente el nombre de Álvaro Gómez Hurtado para suceder a Belisario Betancur en la Casa de Nariño. Eran los tiempos de Jenaro Pérez y el recién llegado a la política Daniel Cuartas Tamayo.
Ahí conocí al Eligio entusiasta, lleno de vitalidad, soñador y que calculó que la política podía ser un buen escenario para Servir. Ambos, en ese entonces creíamos que los santos sudaban.
Arrancó para la Facultad Nacional de Minas y se graduó de Ingeniero Industrial, y años después, sin que nadie, ni siquiera su familia se enterara, se metió a Comunicación Social a la Universidad de Antioquia. A su grado, que fue en 1997, asistí. Fue en la Plazuela de San Ignacio en el que antes fuera el bachillerato del alma máter. Sus más allegados nos dimos cuenta de sus estudios cuando ya se preparaba para graduarse. Escondidito se lo tuvo buen tiempo.
En la Dian, Eligio Palacio Roldán se desempeñó como encargado de las comunicaciones y, en cierta ocasión, fungió como maestro de ceremonias en un acto al que asistió el presidente Andrés Pastrana Arango. Sin embargo, algo salió mal y fue recriminado públicamente por el mandatario, lo que generó memes burlescos de la época en los noticieros nacionales. A pesar de este incidente, Eligio continuó escalando posiciones de gran responsabilidad dentro de la Dian, demostrando su capacidad para liderar y motivar a su equipo. Siempre creyó en la importancia de hacer reproches en privado y aplausos en público, reflejando su sentido humano y empático, que ha sido una parte fundamental de su personalidad y estilo de liderazgo.
Participó activamente en el Club de Lectores de El Colombiano. No me quiero ni imaginar cuáles serían sus posturas en las reuniones cuando de buscar el buen cumplimiento de la misión del medio antioqueño se trataba, pues su franqueza, mal interpretada muchísimas veces, chocaba. Renegó siempre de hacer parte activa de los comités de aplausos, y estoy seguro que ese escenario no fue la excepción.
Nada creyente, Eligio echó mano de ese cuarto mandamiento, el mismo de honrar a los padres, así que doña Elena Roldán, su mamá, gozó de la compañía de su niño menor todos los fines de semana en esa última etapa de vida hasta 2018 que partió a la eternidad. Él la sacaba a caminar, le hacía piruetas en el cabello, le contaba chistes. El dolor por la muerte de su madre, lo compensa Eligio con la satisfacción de no haberle negado un minuto de esos fines de semana.
«Puta Mierda,» como llamó en sus inicios la finca de la vereda Tesorero y que al subir de estrato por su buena producción lechera cambió por «la finca de Eligio» está de plácemes por la llegada del patrón, ahora sí definitivamente. Las «empanadas de la mona» tendrán a su publicista de cabecera al cien por ciento en el oficio de darlas a conocer, y en los distintos escenarios culturales lo tendremos para animar charlas sobre historias bien contadas, crecimiento personal, orientación profesional y hasta de tributación.
Lo de los casi 35 años por la Dian son ya historia, y Entrerríos que últimamente viene recibiendo a muchos «hijos pródigo» que por trabajo y estudio se trasladaron a Medellín y otras ciudades, le da la bienvenida Eligio. Esta ha sido, es y será su casa.
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