-Pero… ¡El Instituto, yo hago crochet, yo tengo sueños!- Fue lo que le dije al cirujano robot cuando me dijo: “Isabel, tienes cáncer y lo más posible es que te tengan que retirar la tiroides”. Luego de eso, y de que un enorme pánico se apoderara de mi cuerpo (pero vitalmente de mi cabeza), pensé: ¿Tiroides? Pero si ni siquiera sé que es tiroides, ¿Cómo vienen a decirme ahora que me la van a quitar? ¡No! ¡No quiero! ¡Es mía! ¡La necesito para vivir!
Pero una vez en mi casa de madera, con mis gatos y a solas con mis pensamientos, una vez convoqué a la mujer más sensata que hay en mí, pensé: debo buscar qué es la tiroides. Luego pensé: punto, cadeneta, punto. Y por primera vez puse en mi mente los puntos suspensivos más radicales y serios de mi vida.
Mientras le hacía mi pregunta al bien concebido Google me invadía un miedo estrepitoso. Las manos se me pusieron frías y sudorosas, palidecí mientras iban apareciendo los links que develarían mi destino. Mientras los minutos se prolongaban (a propósito de lo fantástico en Cortázar, que tiene que ver con esa prolongación y dilatación del tiempo, que es lo que bien llama Cortázar fantasía) yo pensaba hacia adentro, que es hacia donde las personas piensan: movete pues estúpido que no me hago más joven.
Y ahí estaban. Trescientos ochenta y cuatro mil resultados, Wikipedia encabezando la lista. Busqué el resultado más clínicamente serio. La cosa se puso muy seria cuando leí: “Las hormonas tiroideas afectan la frecuencia cardíaca, el nivel de colesterol, el peso corporal, el nivel de energía, la fuerza muscular, las condiciones de la piel, la regularidad menstrual, la memoria y muchas otras funciones”.
¡No, pues gracias! ¿Será que hace alguna otra cosita doña tiroides? Pero cuando avancé en la lectura ya no había vuelta atrás: “aunque los nódulos de tiroides son muy comunes, sólo una pequeña porción de ellos, probablemente menor al cinco por ciento, contienen un cáncer”. Ya no quería continuar. Ya hacía parte de la espantosa estadística. Ahí estaba yo y mi silencio visual. Yo, mirando al vacío, a la gran nada que parecía volverse la vida en ese momento.
Yo, ahí, con miedo. Yo ahí… Y mi gato mordiéndome los dedos para que le diera comida. -Estate quieto, ome Fellini. Mirá que tengo un cáncer- le dije al felino. Y él se fue al lado de su coquita azulita y me miraba con esa carita dulce como diciendo: a mí qué me importa tu cáncer si yo lo que tengo es hambre. Entonces le di la comida a mi solidario gato y salí en busca de un helado, con urgencia.
Ese fin de semana, después del helado, lloré intensamente dándome la oportunidad del drama. Pregunté desconsolada: ¿por qué? Y por supuesto la pregunta más original para estos casos: ¿Por qué yo? Y la respuesta fue: ¿Por qué no? Y esa respuesta me puso en mi sitio. ¿Por qué no tener cáncer? ¿Acaso vivo en un domo de cristal donde no puede alcanzarme un cáncer? Una vez que viajé a España alguien me dijo durante una conversación: “Pero un cáncer ahora es como una gripa”. El cáncer – concluyó ese alguien – es como la peste de este siglo. Yo asentí como esas personas que asienten cuando algo muy lejano no les tocará jamás. Pero heme aquí, con una gripa, una fuerte gripa.
No quise buscar nada más sobre este padecimiento gripal en el bien concebido Google. No. Mi experiencia es mi experiencia. Debo acudir a un tratamiento alimenticio, deben intervenirme y seguramente aprenderé a sobrevivir sin tiroides. Quizás vea mi cicatriz todas las mañanas y deba decidir qué collar tejido debo ponerme para tal vestido y es aquí cuando llega el símil. La vida es como el crochet: te entregan una gran madeja, de un solo color. Debes hacer el mejor tejido y coser cada punto con actitud. Finalmente esa es la gran diferencia, la actitud. Punto, cadeneta, punto.
Haces un proyecto, empiezas el nuevo, cada vez con más entusiasmo. Sabes que siempre sobrevendrá un punto, el punto con el que debes terminar el gran tejido. Si logras llegar a ese punto, debes hacer un buen empate para que todo el tejido no se vaya con el último punto. De ese último punto depende la estabilidad de todo lo tejido. Pero cuando vas tejiendo nadie puede asegurarte que terminarás el tejido. El gran problema del crochet es que no quieres parar, aunque tus manos estén cansadas siempre quieres seguir. Entonces es cuando debes pensar: querida amiga crochetera, aprecio este momento con mis pensamientos y espero verte mañana bonito tejido. De esta forma he llamado al sol los últimos días. Pero ¿Sabe alguien si ha de venir la próxima cadeneta?
Yo no sirvo mucho para hacer las novenas de la Rosa Mística, la de la Virgen Auxiliadora y esas cosas. Mi madre me puso en manos de la Virgen Auxiliadora cuando yo era chiquita, ella ya sabe para qué la acoso yo. Yo solo espero que esta suspensión se acabe ¿Mientras tanto? Actitud. ¿Qué más le queda a esta tiroides mía?
Seguí latiendo vida, te lo pido. Lo que hay en mí son ganas. Ganas de escribir, ganas de decir, ganas de vivir, ganas de tejer.