Serie: Libros Olvidados.
La existencia, por más circunspecta que sea, siempre pone en el lugar menos esperado cosas que hacen de ella algo agradable o algo turbio. Para este caso la existencia me obligó –como obliga a la mayoría de los seres humanos- a ponerme de acuerdo conmigo mismo buscando un mediador. Los seres humanos tenemos como mediadores a muchos seres: unos irracionales, otros racionales y al fin y al cabo los racionales, por una obligación espontánea, acuden al psicólogo para que pueda opinar sobre uno mismo sin que a uno le dé el prurito que da cuando otro desarticulado opine sobre uno.
A pesar de todo, la experiencia con los psicólogos siempre me ha resultado compleja; si bien considero que su saber es, cuando más –y fuera del derecho- uno de los más útiles para poder sobrevivir, aún sigo tratando de resolver cómo puede un sujeto mediar entre lo tangible (el ser humano) y sus demonios (lo que habita en el cerebro) para poder lograr que el ser pueda ser.
El tiempo pasa y el ser elabora para sí más y más demonios; a mí me viene pasando que vengo atalajando una legión completa de ellos y por ello tuve que ir a donde un buen amigo psicólogo a que ayudará a evacuarlos: Lorenzo Piedrahita Vasco. Él se ubica en la torre COMEDAL del centro de la ciudad en el quinto piso, ha sido mi psicólogo desde hace ya unos 19 años; primero comenzó atendiendo en un pequeño consultorio en las torres de Bombona y después pasó a la oficina que ocupa ahora. Lorenzo, al igual que yo, posee la afición por la lectura de textos extraños y a veces escasos de encontrar; cuando no tenemos encuentros profesionales (paciente- psicólogo) a veces nos encontramos en Envigado en la casa museo Fernando González a intercambiar lecturas y a contar nuestras experiencias respecto a ellas y fue precisamente en esos encuentros donde salió la idea de realizar esta columna pues había regados por la ciudad muchos libros que merecían ser reconocidos cuando fuesen hallados.
Después de finalizada la sesión, de la cual mis demonios no salieron bien librados (calculo que murieron varios), fuimos Lorenzo y yo al salón Versalles a tomarnos algo (el clima a veces no colabora, lo mismo que el tráfico para ir a la casa museo). Lorenzo llevaba su papelera, ya que seguramente no volvería a su consultorio, y estando sentados allí, conversando –ni él hablaba de psicología o yo de derecho-, extrajo una hoja de papel, ya amarillenta, en donde había una nota. Lorenzo me pasó el papel y he de decir que observé una caligrafía fina, estilizada y de buen cuerpo.
Lorenzo me contó que aquella carta había pertenecido –aparentemente- a un paciente que había ingresado al Hospital Mental, el que queda en Bello, y que él la había encontrado por casualidad en un archivo sin nombre en las épocas en que era un estudiante de psicología de la Universidad de Antioquia y hacía sus prácticas por el año de 1988 (Lorenzo supone que la nota es de los años 50, toda vez que no está fechada). Yo pude leerla en aquel momento y no dude en traerla a esta columna pues me pareció prudente.
Si bien no tiene autor conocido ni hace parte de un libro me parece que es necesario que sea conocida pues es necesario entender que quienes tienen algún conflicto con si mismo también saben expresarse de alguna u otra manera.
Dejo pues a consideración del lector el texto que sigue:
“Detrás de los ojos míos se esconde otro yo al cual le tengo pánico. Ese yo duerme en los espacios preciosos de mi cuerpo, habitando en él a sus anchas, esperando salir. Esperando que esta raquítica armadura acabe sus funciones vitales para él desplegarse como si fuera un gran manto de niebla y ocupar cada resquicio del mundo que mis manos por estar cubiertas, con esta armadura, no pudieron alcanzar.
Adentro de mí habita el yo de mi otro yo. Un yo pausado y recurrente. Avalista de la paz de los gritos y de la ternura del silencio. Un yo tan anticuado que cuando su antecesor recorre el mundo él apenas si sabrá que existió. Dos yo habitando una armadura que peca. Dos yo habitando una armadura que tras de estar oxidada solo cubre el pudor del alma que no se cuenta como un yo.
Me enseñó la vida que la miseria de todo hombre está en haber sido uno de sus otros ellos. La vida me enseñó que para poder ser uno, se necesita ser tantas veces ellos o quizás yo, que al final no se es ni uno, ni yo, ni ellos, tan solo polvo en el viento que nadie recuperara. De pequeño soñaba con ser viejo y ya de viejo sueño con ser niño y soñaba tanto que confundía la realidad; pero al final de la jornada siempre volvía al mismo punto de partida en donde yo y mis otros yo éramos… Tan solo yo.
Me debato en franca retirada, en una soledad inconmensurable, en una diatriba llena de celos, de odios y de rencores: ¿Me quiero o me odio? Solo los que rondan detrás de mis ojos lo saben. ¿Orgullo, Poder? Que miseria de vida los que piensan en ello… Amor, ¿Para qué?, ¿Vida? No sé qué es eso; por qué si vida es respirar, comer, defecar, dormir y fornicar entonces no es vida… es una función. Solo escucho a los lobos rondar los aposentos desde donde escribo: presiento que soy diferente, lo que no sé es si soy diferente para el mundo que me rodea o para mí mismo.
Veo la desnudes de un sueño, pero no la desnudes de mi realidad. Confundo cada hora, cada segundo de la siguiente hora, con un siglo, con una eternidad…pasan y pasan las vidas con sus dioses y diosas en una fornicación interminable, donde fabrican nuevos hijos para “salvarnos”. Solo nos salvan de otro día de sangre, pero no de un resto de eternidad de mares rojos llegando a la orilla a mojar los pies de todos. No quiero ver más dioses fornicadores, ni vírgenes reclamando ser fornicadas, tan solo busco el espacio preciso en donde mi yo y otro yo no se confundan con un ello, sino que sean ellos en su individual expresión.
Los otros que han abandonado la armadura de sus otros han encontrado destino en las nieblas que han forjado. No se tienen que preocupar de si existe o no existe un yo, otro yo o un ello porque al fin y al cabo son ellos nada más… Ya han podio ocupar esos resquicios donde se ve la luz del sol y en donde la niebla se confunde con la felicidad de un estanque lleno de muchos peces que esperan ser pescados por algún libre pescador. La niebla no derriba la muralla que separa la luz de ella. La niebla sigue fingiendo seguir… ¿Cuándo dejaremos de fingir nuestras vidas para vivirlas de verdad?
Suele suceder que cuando se diserta sobre lo que se ve cuando se cierran los ojos se es condenado a padecer el rotulo de loco o de inmoral. Sin embargo, ante la posibilidad de ser llamado cuerdo y de poder vivir tan si quiera un instante en la comodidad y en el confort de la pasividad… Prefiero padecer antes que ser llamado normal.