A Ivanna Zauzich
En días pasados, me encontré con una querida amiga de universidad que hoy por hoy es una de las periodistas de gastronomía más cotizada en el Ecuador: Ivanna Zauzich Posada. Tuvimos la oportunidad de vernos en el centro comercial El Tesoro en un sitio concurrido de comidas; volverla a ver significó demasiado para mí, pues el aprecio y el cariño que le tengo sobrepasa toda intención. Conversamos de esta vida, de la pasada y la futura, de los sueños frustrados, del amor negado y de lo que la vida nos había dejado después de tanto andar.
Caminamos un rato por el lugar, acordándonos de aquella vida que no volverá, reímos a carcajadas y de vez en cuando la abrazaba olvidando mi bastón. Pasamos por la librería Nacional del centro comercial y se me antojo hacerle un regalo, un “no me olvides”; entramos y paseando entre los estantes encontré una versión muy bella del “Amor en los tiempos del cólera” de García Márquez, en edición de lujo, editado por Random, en tapa dura. Me pareció un regalo muy oportuno, sobre todo por el significado del texto de García Márquez, del cual no soy un admirador, pero si respeto parte de su obra.
Al volver a la caja en una canastilla había varios libros en oferta; de esos libros que no se venden muy seguidos y que terminan por ser un pasivo. Me puse a ojearlos mientras pagaba y encontré uno con un título sugestivo: “El Sibarita– relatos”. Pensé en no regalarle a Ivanna el libro de García Márquez, por obvias razones. Sin embargo, y a veces, es mejor quedarse con un libro que no se ha leído, leerlo y regalarlo, que regalarlo y quedarse con la intriga de su contenido. Confieso que en ese instante no pude otear quien era su autor, ni la editorial, tampoco quería que Nana (así llamo a Ivanna) se diera cuenta de mi hallazgo para que no se lo llevara –egoísmo razonado-; pagué, salimos de la librería y seguimos caminando.
Terminada la visita, volví a mi casa y pude ya ojear con más calma el libro. Era de la editorial Bruguera, impreso en 1999. Su autor era Thomas E. Carvian, americano, nacido en Portland, quien se suicidó en 2010 en la ciudad Siracusa New York. Fue chef y trabajó en Beauty & Essex en el 146 de Essex Street ubicado en la gran manzana.
Leí el texto completo, unas 103 páginas, y dejo al lector uno de los relatos.
Importante aclarar que los derechos de autor pertenecen a su viuda Irina Carvian ([email protected]) quien me permitió publicar el presente fragmento.
“Un hombre amaba la buena cocina y la buena mesa; amaba el buen vino, la buena compañía. Pasaba de restaurante en restaurante disfrutando de los placeres que la buena vida puede ofrecer. Se decía para sí mismo -Esto sí es vida-. Pasado algún tiempo de llevar esa vida se dio cuenta que siempre degustaba de lo mismo: la misma carne, el mismo vino, el mismo queso, la misma compañía, en fin, todo era lo mismo. Estando pensando en aquello, una mosca se posó en su plato. El hombre se la quedó mirando y con habilidad felina la agarró con su mano derecha. Sentía el revoloteo del pequeño animal en su mano y apoderándose de él su instinto y sin explicación alguna se la llevó a la boca y la trago.
Había descubierto un placer suculento; de ese tipo de “manjar” jamás había probado. Descubrió en ese momento que había otras cosas más que probar, miles de millones de cosas que degustar y como meta se propuso a probar las que más pudiera.
Probó la mayoría de animales que pudo: abejas, grillos, mangostas, monstruos de gila, serpientes, camellos, langostas, tiburones, ballenas de toda especie, llama, búho, caballo, burro, mula, cóndor, huevos de águila, águila, anguila, peces de todos los colores y variedades, hormigas, iguanas, perros de todas las razas, canguros, osos, pingüinos, en fin, todo animal terrestre que aún existiera, y que pudo probar, aquel hombre lo probó; encontrando en ellos una gran satisfacción a sus deleites, a su paladar y vivió un éxtasis por él desconocido.
Pero de toda esa cantidad de animales probados le faltaba uno solo por degustar, uno cuya carne estaba prohibida, no solo por la propia naturaleza del animal, sino también por las circunstancias en las que el animal habitaba; todos esos hechos hacían del animal, que quería, algo exquisito un animal cuyo contenido era presa de pasiones, de amores, de dolores y de horrores… El único animal –que según él- le hacía falta probar era el hombre.
A cualquiera le hubiera repugnado la idea, pero a él no. Debía probarlo, debía sentir, lo que imagina, era la ternura de la carne, el sabor, la esencia. No podía por más que quisiera privarse de saber a qué sabían los de su misma especie. Para hacerlo debía de obtener una pieza de hombre, las otras piezas las había cazado, pero no quería terminar siendo un asesino. Pedirle a alguien que fuera su plato era un acto irrisorio y resolvió pedírselo a él mismo, espero que él mismo aceptara… Y él aceptó.
¿Pero qué de su cuerpo debería de probar? No podía probar su cerebro, no podía tampoco su lengua, tampoco sus ojos y mucho menos sus oídos… Se decidió por probar su mano derecha, aquella con la que había atrapado la mosca. La amputo desde la muñeca. Luego la puso en el asador y espero a que se asara al término que siempre le gusto la carne, la sirvió en un plato de borde dorado, puso sus cubiertos (aunque de nada le servirían), sirvió un buen vino. Se alistó y tembloroso, quizás por la emoción, se dispuso a probar al animal cúspide de la escala de la evolución: él.
Tomó con la mano izquierda, la mano derecha, le dio el primer mordisco, arranco un buen trozo y comenzó a masticarlo. Al tragarlo sus entrañas se contrajeron, su estómago no aguanto por un segundo el trozo de carne y no le quedó más remedio que vomitar.
Intentó reponerse tomando un poco de vino, pero aun así siguió con el malestar. Sin embargo, no se dio por vencido, volvió a coger su mano amputada y le dio otro gran mordisco pasándole lo mismo, debiendo de beber más y más vino.
Desilusionado, aquel hombre descorcho otra botella vino y con el resto de fuerzas que le quedaban la tomó, para seguir viviendo con una sola mano: La izquierda.
Y con lo vivido y hecho comprendió que si bien todo lo que hay en la naturaleza es posible para el hombre, el hombre es imposible para él mismo.”
CARVIAN E. Thomas. El Sibarita- Relatos. Ed, Bruguera. Colombia 1999. P. 80
Nota: recomiendo el blog de Ivanna Zauzich http://morterodepiedra.com/