Serie: Libros Olvidados
Hay hechos que hace el ser humano que, y por extraño que parezcan, terminan por convertirse en pasiones. Pasiones que para los otros pueden parecer bizarras… Y que. Siempre he tenido por costumbre ausentarme de mi trabajo en aquellos momentos en que es necesario reposar el ánimo, lo hago en las tardes y suelo tomarme unas cervezas y fumarme unos cuantos cigarros para tratar de alivianar la carga. Suelo subir unas cuadras y sentarme en un pequeño local del parque del periodista atendido por Álvaro (Ali) quien cada vez que entro me pone una de mis canciones preferidas de Héroes del Silencio: “La Carta”. Me siento en la barra y hago lo que me gusta hacer (y que a los ojos de la gleba es bizarro): ver gente.
Cuando la veo suelo imaginar sus historias, su pequeño o gran mundo y trato de darle un sentido, a esa persona, en esta marea de seres anónimos que suben y bajan por las calles; pareciera un juego macabro o un ejercicio de arrogancia, pero la verdad apacigua los deseos interiores de gritar.
Estando en el local entró un sujeto, relativamente joven, de barba descuidada, pelo largo canoso; traía una serie de libros bajo su antebrazo y cojeaba ligeramente de su pie derecho. Ali lo atendió amablemente (como siempre), yo me quedé observándolo y pude ver su piel curtida bien fuera por los años o esa experiencia que se impregna; mientras lo miraba sacó una pluma fuente y comenzó a escribir en una servilleta (los que escribimos con pluma fuente sabemos muy bien lo difícil que es), mientras escribía observé que en el cúmulo de libros que tenía había uno que me era familiar “Discursos” de Benjamín Vélez Isaza (ya reseñado en esta columna: et tu Gaitán), volví la mirada hacia él y lo veía anotando sobre el papel con cierta rapidez. Suelo pensar que quien escribe con cierta rapidez es porque tiene su cerebro congestionado y trata de igualar la congestión con la rapidez de su mano… Lo que es, por momentos, imposible.
Y en ese ritmo estuvo unos cinco minutos hasta que Ali le trajo la orden: Un café. Al terminarlo tomó sus libros, dejó un billete de cinco mil y se marchó dejando la servilleta en la cual había escrito. Antes de que Ali recogiera todo yo pasé por la mesa y me apropié de la servilleta en la que había escrito. Pude ver que era un poema y al leerlo nota una claridad de conceptos tremenda, podría decir -sin ser conocedor del arte de la poesía- que estaba bien escrito; confieso que me sorprendió la intención y lo profundo. He creído, desde tiempo atrás, que la escritura de poesía hace al escritor. Decir en unos pocos párrafos lo que él desea y con la profundidad adecuada no lo logra cualquiera; pero para el caso lo consiguió.
Dejo, entonces, a consideración del lector el poema escrito por el extraño en el pequeño local del parque del periodista atendido por Álvaro y ruego que si el escritor lee esta columna por favor se ponga en contacto conmigo.
Podrás comer del árbol de la ciencia,
Sabrás de Nietzsche todo
Sabrás de Sartre igual
Practicarás de Beauvoir su feminismo
Y de Aristóteles sabrás hasta su modo de reflexionar
Podrás saber de teatro
Podrás saber de cine y de poesía
Podrás saber de la mente
Y hasta podrás saber de filosofía.
Podrás negar al otro con larga astucia y argucia
Podrás usar a todos como madame Dubois
Podrás darle a tu vida un título… Podrás
Podrás tallar la piedra con letras de sangre,
Podrás leerlas en los templos donde no habita un dios colgante,
Podrás darles sentido y rumbo
Podrás decir lo que crees al solitario e ignominioso mundo
Podrás hacer el amor como fiera
Y añorar a tus amantes con una sonrisa de hiena
Podrás jugar con las marionetas en el burdel de la existencia
podrás organizarlas de tal forma que escojas la del uso, la de la gloria o la de la deshonra
podrás antojarte de ser lo que quieras,
podrás negar que imitas lo que tanto detestas
Pero no podrás decir, ni apelando a tu ciencia,
Que para las cuestiones de amor eres diestra
Ya que, como todo cuando se piensa, tu capacidad de entender el amor
Es eso… solo mierda.