“Somos ella, la ciudad, la noche y yo. Un hombre protegido por tres mujeres.”
Fragmento de: Mario Mendoza. “Satanás”.
La ciudad, las ciudades no solo se viven a través de la experiencia. Algunas veces vivimos las ciudades gracias a la literatura. Existe una profusa producción literaria que tiene como protagonista y escenario ciudades. Cortázar traza su Rayuela en dos ciudades lejanas París y Buenos Aires, Onetti crea una ciudad mítica que no es ni Buenos Aires ni Montevideo pero las contiene a las dos: Santa María.
Como lectores, cada uno de nosotros construye una suerte de cartografía literaria que es única e individual, pero colectiva en tanto que nos hermana con otros lectores y con los escritores. Esas ciudades que leemos no son menos reales, que las ciudades concretas, como bien lo describen los relatos de Marco Polo que nos cuenta Italo Calvino en los relatos de Las ciudades invisibles.
Muchas veces la literatura nos acerca a lugares lejanos y nos permite conocer algunas ciudades a las que no hemos viajado. La Habana que sirve como escenario de las novelas de Leonardo Padura, seguramente no es la ciudad actual, pero no es una ciudad imaginaria, la dosis de verosimilitud que tiene esa serie de novelas transmite al lector una imagen de la capital cubana desprovista de romanticismo y muy cercana a las demás ciudades latinoamericanas, con los mismos crímenes, pasiones, amores, desamores y personas que viven sus vidas anónimas…
Hace poco, contaba mis impresiones después de pasar unos cuantos días en mi ciudad. Esa ciudad que habita en mi – Bogotá – que está en la forma en que recorro la ciudad que habito ahora – Buenos Aires – y cuya imagen alimentan la nostalgia y los libros. En estos breves párrafos, me interesa contar esa dimensión literaria que tiene la ciudad de mis nostalgias.
Al publicarse “Vivir para contarla” las memorias de Gabriel García Márquez, leí muchas reseñas que buscaban en sus párrafos el germen de Macondo. Cuando por fin tuve el libro en mis manos, lo que más disfrute fue la descripción de la Bogotá de los 40. Muy lejana en el tiempo de la ciudad que yo viví durante los años 90, pero tan bellamente descrita – a pesar de lo mucho que la detestó el ilustre costeño -.
En una de esas conversaciones sin fin que mantienen mis lazos afectivos con mi tierra y mis amigos, hablando de literatura colombiana más allá de García Márquez, un amigo me recomendó leer a Mario Mendoza. Satanás es una novela poderosa que relata la ciudad que conocí y que viví durante mis años universitarios. Esa Bogotá es la que más se parece a mis propios recuerdos.
Los libros, las historias, los relatos en clave literaria son uno más de los eslabones que se encadenan para construir la vida en y de las ciudades. Muchas veces se ha dicho que la ciudad es también un espacio literario, ámbito en el que se confunden la invención y la realidad. Los narradores, los poetas crean y recrean libro tras libro, las imágenes colectivas de los ciudadanos. La ciudad es de cierto modo, una representación colectiva, la encarnación de nuestros miedos y deseos, y no tan sólo el proscenio en el que se desenvuelven nuestras vidas. Su complejidad y variedad es, un reflejo de la vida cotidiana con todas sus grandezas, miserias y contradicciones.