Estamos ante un escenario de país nunca antes visto. Hoy los jóvenes se tomaron la vocería para exigir mejores condiciones de vida, para transformar las viejas formas de hacer política, para cambiar la cultura enquistada y dañina de una sociedad excluyente y discriminatoria.
Estamos asistiendo a una explosión de descontento profundo y absoluto ante una sociedad desigual y violenta con los más desfavorecidos. Una sociedad que sigue defendiendo los privilegios de unos pocos, y desconociendo la vulnerabilidad, el abandono y la falta de oportunidades de millones de colombianos.
Lo que pasa en Colombia no es exclusivo de este país, hace parte de la ola en crecimiento del movimiento social juvenil que hoy le reclama al mundo, y a quienes se han apoderado de él para dirigirlo, que no van a permitir que lo sigan haciendo. Este movimiento social de jóvenes está atravesando fronteras con sus voces de denuncia, descontento y valentía. Orgullosamente, están enarbolando las banderas de la equidad, el respeto y los derechos.
Las instituciones, la fuerza pública, los políticos, los partidos han perdido legitimidad ante ellos. Esa cantidad de emociones y rabias contenidas hoy salen a las calles sin miedo a perder, tal como ellos mismos lo aseguran, “es que no tenemos nada que perder”. Y en esa sencilla frase subyace una profunda realidad, que nos pone frente a una protesta social, liderada por millones de jóvenes del mundo. Tal como lo dice el sociólogo y economista, Manuel Castell, al referirse a lo sucedido en Chile, donde se logró una Nueva Constitución, “la especie humana se tiene que actualizar frente a las peticiones y las exigencias de los jóvenes del mundo, o a corto plazo perderá la institucionalidad y a mediano plazo desaparecerá la humanidad”, vaticina el investigador.
Contrario a lo que muchos aseguran, esta vez, esta explosión de la crisis colombiana carece de líderes políticos. Son los jóvenes, quienes hoy enarbolan las banderas de la equidad y del basta ya a anquilosadas y retrógradas maneras de pensar y hacer, que atentan contra los más vulnerables, mueven los cimientos de una estructura de Estado por no responder a sus expectativas.
La desesperanza agobia a los jóvenes. La educación superior es el sueño de muchos, pero la realidad de muy pocos. En las universidades privadas no tienen acceso y en las públicas, solo basta con ver el número de aceptados con respecto al número aspirantes a un cupo.
A la Universidad de Antioquia se presentaron 27.640 aspirantes en 2020-1, de los cuales solo 5.775 jóvenes pudieron convertirse en estudiantes, los demás muy seguramente pasarán a engrosar las cifras del desempleo, que entre noviembre de 2020 y enero 2021 ascendió a 22,5 por ciento, para la población entre los 14 y 28 años. Siendo las mujeres las más afectadas.
En un país donde la paz no es un objetivo de sus gobernantes, porque detrás de esa negación se esconde el miedo a perder los privilegios, los jóvenes se lanzaron a las calles de Colombia, pero también de Chile, de Francia, de Estados Unidos, de El Salvador, de Bolivia, de Ecuador, unidos en un ideal: la igualdad. Es cierto que el país ha avanzado en acceso a la educación, pero tenemos el reto de hacerla pertinente y acorde con las necesidades del país.
La educación superior gratuita será un gran logro. Se les abrirá las puertas a muchos. Pero eso no basta. Se necesita generar empleo juvenil y garantizar que aquellos que logren su sueño universitario puedan escalar en la pirámide social, de lo contrario la frustración será mayor.
Necesitamos fomentar la educación técnica y tecnológica, que además de generar empleo, también genere riqueza a través del apoyo a proyectos innovadores y otras ideas de negocio rentables y productivas.
La población juvenil no puede estar al margen de los grandes desarrollos y avances tecnológicos, la Cuarta Revolución Industrial tiene que estar al alcance de ellos y ellas. Las nuevas generaciones necesitan sentirse y estar incluidas, desde la educación, el empleo, la política, la cultura y la economía, entre otras.
Reconciliarnos es fundamental, pero eso debe de ir de la mano de reformas estructurales sociales que apunten a mejorar la vida de millones de colombianos y a reducir las brechas de desigualdad de este país.
¡Que los jóvenes puedan pasar de las calles a las aulas! Con la esperanza y la certeza de que es posible cumplir los sueños.
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