La historia me dará la razón al decir que sin lugar a dudas, ha habido eventos históricos que surgen producto de la mano de los jóvenes, por ejemplo, en el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos por la década de los sesentas, en donde una gran parte de jóvenes como Martin Luther King Jr. o John Lewis, entre muchos otros, buscaban acabar con la discriminación racial y obtener garantías de igualdad de derechos para todos los estadounidenses. Por supuesto que en Colombia no ha sido la excepción, luego de aquel doloroso 18 de agosto de 1989 en donde asesinaban a Luis Carlos Galán, un amplio número de estudiantes de diferentes universidades impulsaron la inclusión de un séptimo voto, generando un pacto social con el fin de crear una nueva Constitución, una que garantizara los derechos fundamentales y la paz en el territorio, que por aquella época, similar a lo que hoy en día se vive, era amenazada por las guerrillas y el narcotráfico en manos de aquellos llamados “Los Extraditables”.
Uno de los mayores legados que dejó nuestra Constitución actual, es la democracia representativa y participativa, es decir, que el pueblo no debe ser limitado únicamente a hacerse oír por medio del voto; el ciudadano, debe poder expresarse y participar debidamente en los asuntos concernientes a lo público, es de allí, en donde la libertad de expresión y la protesta pacífica deberán ser protegidas como uno de los elementos esenciales de nuestra democracia, del estado social de derecho, de nuestra Constitución y por consiguiente, de nuestras vidas. ¿Pero a que costo?
Desde la teoría del derecho una de las cosas que se estudia ampliamente es la crítica al otorgamiento de muchos nuevos derechos, hay quienes creen, que la concesión de más prerrogativas al hombre repercute en lo que hoy en día se empieza a ver como el decaimiento de nuestra especie, yo sin embargo, creo que el problema esencialmente radica en el abuso del derecho. En el 2021, evidenciamos uno de los eventos que marcarán nuestra historia, el “Estallido Social”. Un gran número de personas, la mayoría jóvenes, salían a las calles del país a “ejercer su derecho a la protesta”, lo pongo en comillas, pues lo que debió haberse enmarcado de acuerdo al derecho como una protesta pacífica, terminó en una destrucción masiva de nuestra infraestructura, en jóvenes instrumentalizados para acabar con el país, en un atentado en contra de la vida de muchos y en aquello, que parecía más una guerra civil que una protesta pacífica.
Creo firmemente, como lo he evidenciado en anteriores columnas, en impulsar a jóvenes críticos, proactivos, sensatos, solidarios y políticos; empero, hemos pasado del ahínco a la fuerza desmedida, de resistir a destruir, del respeto por el imperio de la ley a burlar a la justicia, de crear hitos a ser instrumentos de fuerza, del impulso de buenas ideas al desacato, de marchar por nuestros sueños a destruirlos “marchando”, de un clamor popular a la imposición, de luchar de frente a ser taimados; pero sobre todo, de la rebeldía al anarquismo. Aquellos que se sienten víctimas hoy son los victimarios.
Ellos nunca me representarán.
Quienes quieren ser oídos, deberán oír primero.
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