De la necesidad histórica

“La temporalidad en Colombia parece funcionar de maneras misteriosas, no importa el sacrificio o los litros de sangre derramados, vivimos en un eterno retorno, donde los momentos de esperanza no parecen ser más que la antesala de una masacre más…”


Tal vez sea la incontenible velocidad con la que transcurre nuestra modernidad o la distracción permanente del colombiano promedio sumido en las típicas constantes circenses que los medios le plantean para su entretenimiento, pero hay un hecho innegable en la que se supone debía ser compleja, capacidad de pensamiento ciudadana, la memoria es apenas una fugacidad.

Los programas de resiliencia y superación del conflicto armado nos han planteado en múltiples ocasiones la necesidad de una reivindicación de la memoria, un regreso a ese pasado oscuro que nos permita, desde un lugar que se supone seguro, ver con mayor claridad los actos y los actores involucrados, desentrañar la verdad y alcanzar un “darse cuenta” que permita comprender las implicaciones sociales y políticas de nuestro transcurso nacional. Sin embargo, nuestras realidades contemporáneas muestran que en su mayoría la población colombiana carece de memoria alguna, incluso de interés, en las dinámicas pasadas de sus propios territorios, cada individuo voltea su rostro hacia espacios e imágenes más atractivas; el programa del fin de semana, el partido de futbol, la fiesta y por qué no, la politiquería.

Hemos avanzado en la reconstrucción del relato verídico nacional, pero aun nos vemos tentados y atrapados en la mitología política y la ensoñación democrática, creemos que nuestros procesos políticos han sido fieles a las narraciones propagandísticas que unos cuantos medios tradicionales han querido excretar sobre el pueblo desde hace décadas, que los hilos narrativos de periodistas pagados por las mafias son la hechura del evento y que sin fallas, el lobo disfrazado de oveja, con el palacio lleno de hienas, ha hecho las maravillas proféticas que por años se han profesado en tantos medios nacionales.

Nuestro desconocimiento histórico se evidencia de la forma más sublime e innegable en la dinámica política que nos permea, como si de siglos pasados se tratase, el rojo y el azul siguen tan vigentes como antaño y la discusión sigue siendo la misma, los del frente contra los de atrás, los de arriba contra los de abajo, los de la derecha contra la izquierda, los del bando suyo contra los del bando mío. Aunque guerrillas y chulavitas parezcan ser nada más que vestigios arqueolinguisticos del ayer, son tan contemporáneos como la inteligencia artificial y tan destructivos como cualquier arma de destrucción masiva.

La temporalidad en Colombia parece funcionar de maneras misteriosas, no importa el sacrificio o los litros de sangre derramados, vivimos en un eterno retorno, donde los momentos de esperanza no parecen ser más que la antesala de una masacre más. Nos negamos a superar nuestra lógica nacional quizá porque sea la única que conocemos, miramos con desconfianza el futuro y dudamos de nuestro pasado, es un presente continuo, anclado en el tiempo, donde cada interacción con un oro conlleva la previa conspiración de que todo será como antes, mientras lo construimos como antes, quizá por eso no salimos de un grupo armado para que se conforme otro, que sanemos una tragedia para que nos ocurra otra, para que dejemos atrás el odio e inmediatamente surja uno nuevo.

¿Somos nosotros quienes conscientemente olvidamos y odiamos? ¿O aún nos vemos completamente cegados por los hilos invisibles que por décadas nos manipularon para que el otro no fuese algo más que una amenaza, un desconocido, un enemigo? Es claro que los medios siguen cumpliendo su rol, que aun muchos de ellos siguen las prácticas de distrito rojo, vendiéndose al mejor postor, pero sin duda, la diversificación nos ha traído un poco de libertad, entre tantas fake news, entre tanta farándula, entre tanta infoxicación, algunos aprenden, algunos recuerdan, algunos superan, algunos participan.

Colombia es un país rico en historia donde poca historia se enseña, ya lo decía Galán en una de sus muchas intervenciones “Lean y aprendan mucha historia, porque entonces entiende mucho más…” Y quizá sea esta la razón por la que la demagogia y el populismo, de derechas e izquierdas, cobran tanta relevancia en época electoral, quizá esta sea la razón por la que los emocionalismos mueven masas, quizá esta sea la razón por la que es tan difícil que un colombiano entienda de su propio país, porque la historia ha sido deteriorada, desmarcada y abandonada, porque ya no hay aula de historia en las escuelas y colegios, porque los adultos saben poca historia para compartir con sus pequeños, porque se ha roto el vínculo comunicativo del pasado con el presente.

Los colombianos somos ahistóricos, solo tenemos recuerdo del día pasado y del hoy, al menos en lo importante, porque claro que tenemos historiadores hechos con sus mismos esfuerzos, la ciudadanía sabe más de futbol que de tragedias y aun más de farándula que de programas sociales ¿Quién se beneficia de este desconocimiento? El político de turno que aprovecha la ignorancia latente de la población, para manipular su poco juicio y lucrarse de la ignorancia.

Es necesaria una vuelta a la historia, una divulgación moderna y comprensible de nuestra historia nacional, sin tapujos, sin enmendaduras, redignificar nuestra historia tal cual es; cruda, violenta, severa, aguerrida, heroica. Para que las próximas generaciones construyan sobre los esfuerzos y la vida de tantos miles de colombianos, al menos, eso queda de nuestra esperanza, una nación que irradie su historia, un país mucho mejor.

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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