Toda lucha es personal, lo inmoral en sentido estrictamente kantiano, es utilizar los brazos de otrxs para luchar las miserias propias. Lo valiente para un sujeto asumido en su deber político, es dar la cara y no esconderse tras el algoritmo que plantean los macrodatos y que preestablecen los big data, quienes supuestamente lo ven todo. Estos cerrados sistemas de tecno-manipulación cosifican la filosofía con su estructuración numérica, impidiendo la pregunta que le es connatural al sujeto pensante, reemplazándola por la respuesta veloz y supuestamente práctica.
La anterior reflexión, surge a partir de observar el discurrir de los exabruptos dados por el «todo se puede saber» -que plantea la actual maquinaria comunicacional y cultural: pos- neo- contemporánea- , quien es dirigida por el algoritmo, el mismo que predica a voz en cuello mediante sus diferentes canales que, no existe límite alguno para encontrar la respuesta a cualquier pregunta, debido, a que la máquina lo contesta todo.
Aceptar esta metodología, podría suponer que, no habría razón para pensar preguntas que fuesen más allá de dichas respuestas, lo que crea una complejidad especifica en razón del sentido de la relación entre la pregunta del sujeto sintiente y deseante, con la respuesta de la máquina inerte, la cual solo está programada para responder lo fáctico del momento; nunca, para ser empática y entender las razones existenciales que enmarcan las preguntas de lo humano. Aún se cree que, este “sistema maquina”, solo puede responder a la pregunta por lo inminente, a la urgencia programada y, a partir de sistemas cerrados y estandarizados que seleccionan dichas respuestas. En este devenir, el sistema se vale del cálculo matemático y de la pasividad inducida del algoritmo- ¿Cuál es entonces el costo de las consecuencias de este actuar pensante bajo lo maquinizado? Y ¿cuáles son las responsabilidades y deberes de los sujetos pensantes, frente a ese -supuesto todo-, frente a su capacidad de plantearse y resolverse sus propias preguntas?
Disertar frente a este tema, equivale tratar de entender lo descarada que puede ser la política cuando se apuntala en el paradigma científico (Cantos, 2015), así mismo, la manera a través de la cual se sirve de la necesidad del sujeto a su propio acomodo, sacando siempre el mejor beneficio por época, en este caso, «el espacio de plataforma sin cara, pero, – más cara que nunca-” (como lo son los modernos equipos de tecnología) Entonces, si el valor de la big data es la mayor apuesta política en la actualidad, ¿para qué las urnas y la Escuela, los espacios de concertación político-sociales, discursivos, analíticos y críticos?, si es que, la cara hueca detrás del algoritmo decide todo.
Si bien antes de la reciente pandemia los habitantes de Colombia y de Latinoamérica veníamos dando traspiés políticos en la búsqueda de un espacio más seguro para la democracia y la responsabilidad política de los ciudadanos; luego de la pandemia del Covid-19, la big data y su conveniente macrodato se han consolido con total fuerza y sentado su puesto de poder, el total apogeo. Los traspiés entonces, se convirtieron en caída libre hacía la resignación colectiva, ¿obsesión quizás? (Bruno Latour, 2009).
Traigo a colación el tema de la pandemia con relación a la big data, puesto que, para todos fue casi claro que la pandemia del 2019 simbolizó para la raza humana una especie de guerra mundial, así mismo parece ser la big data con relación al cambio de paradigma mundial, en todos los sentidos. Actualmente, se cree que la pandemia del Covid 19 ya se terminó, sin embargo, aun hoy día el miedo por la muerte impera, las consecuencias de ello se dejan ver ante las acentuadas formas de comunicación virtual que todas y todos ostentamos con tanta necesidad, lo cual, le permiten a la big data su punto de estrellato. En cuanto el miedo u horror por la muerte en la pandemia, se piensa que, el sujeto contemporáneo consolidó este trauma por medio del síntoma de la resignación hacía las respuestas ofrecidas por la máquina, datos y datos y cifras sin parar; eso es lo que cotidianamente se exhibía en los tiempos de moda del Covid-19, la muerte cifrada con macrodato. En especial era terrorífico, porque la juntanza humana estaba prohibía. De esta manera fue que la pandemia nos mandó a callar las preguntas connaturalmente filosóficas propias de lo humano y a dejar en vilo las respuestas propias, pues, ante el recelo del contagio inminente, tratar de hacer algo para olvidar la realidad era preciso para lidiar con el temor a la muerte. Para ello, muchos se dedicaron a pensar con los dedos y abandonaron al cerebro, puesto que el cerebro nos remite a la realidad (los dedos no siempre, ya que los sentidos engañan y habría que dudar de ellos (Descartes, 1637). De esta manera, los dedos la mayor parte del tiempo puestos en las teclas del ordenador o en las pantallas de los celulares. Hoy día se recuerda a aquella época, como lejana, esto es muy complejo, dado que, en tiempo, es muy reciente. Queda un sabor como de haber vivido un régimen, una ordenanza, algo así como la voz del gran hermano gritando: “callad y dormir, que de cualquier manera no vas a obtener la respuesta por el cómo, ni por el porqué, del virus del Covid-19”.
La pandemia vista como una guerra mundial, tiene su punto de comparación en el miedo que ambas son capaces de desatar en el ser humano frente a la posibilidad de perder la vida. Ambas, son capaces de obligar a callar a las personas y en medio de la impotencia frente a la resolución del conflicto; especialmente, frente a la pregunta filosófica de la libertad. También ambas, obligan de alguna manera a la resignación de las personas en la espera de que se termine la amenaza. Mientras tanto, envejecemos (Mejía, 2020). La pandemia legó soledad, a nivel filosófico: -humanos atrincherados bajo la consigna de “no confíes ni en tus más cercanos porque también ellos te pueden infectar y matar, solo se confiaba en la máquina porque creíamos en la promesa de que ella no contagiaba, o por lo menos, no el virus del Covid-19, en poco tiempo, la convertimos en nuestro mejor amigo y aliado”. En este sentido, la metáfora de una pandemia como guerra es apropiada, ya que, ella también es bélica, en sí misma es una arma, ¿de quién? No se sabe, pero, de lo que sí se sabe, es de los exabruptos de los metadatos que reprodujo de manera tan veloz por aquel entonces.
Algunas similitudes y diferencias entre la pandemia del Covid- 19 y una Guerra Mundial, podrían ser las siguientes: las guerras mundiales han contado con aliados y enemigos declarados, quienes las realizan, cuentan con la infraestructura más o menos adecuada, se dan en territorios que se precisan para el combate (aunque en teoría, pues, también la población civil resulta aniquilada). Para dar fin a estas guerras, se convienen tratados de paz entre las partes y se efectúan juicios. Hay conteo de las pérdidas de vidas, de territorios y de bienes. La historia por su parte se encarga de perpetuar el rechazo a tales desafueros bélicos, por medio de la escritura de los relatos de los sobrevivientes para generar empatía humana frente a la no repetición, la cual algunas veces, solo es simbólica, pero que, perdura en la memoria por medio del tratado. válido para castigar a quien viole los pactos. En cuanto a la pandemia vivida en el 2019, todos los semejantes eran el enemigo, sin aliados, tan solo, la ilusión en que la ciencia encontrara rápidamente una cura que pudiese darle frente al contrario. Los conteos de pérdidas de vidas, eran más rápidos que el mismo virus, amén al poder que adquirió la bigdata. No hubo victimarios, solo víctimas, especialmente, personas de la tercera edad (al respecto, todos escuchamos en aquella época las teorías de supuesta conspiración sobre el control del número de habitantes per cápita). De esta pandemia en metáfora con una Guerra Mundial, la historia se quedó sin argumentos, solamente sospechas hacía los desapercibidos murciélagos, -los cuales sirvieron como chivos expiatorios ante la falta de rrespuestas y antes de que se produjera el diagnóstico científico del SARS- . Particular método de selección de unos cuantos elementos en la designación que, claramente, dejan por fuera a otros elementos en el campo de la enunciación algorítmica (Bourdieu, 2014). En cuanto a la enunciación, pues sí, una nueva vacuna que por cierto fue un tanto demorada. Importante resaltar finalmente de esta metáfora que, pareciera que coexiste una estrecha relación entre ciencia y política, una alianza entre algoritmo y silencio.
Innegable es que, las y los habitantes del mundo tras la pandemia no solo adquirimos una defensa en contra del virus del Covid-19, sino también, una vacuna y una nueva posición de defensa ante lo humano, una especie de segregacionismo que rememora el trauma del “todos pueden contagiar”. Ante dicha herida, el algoritmo se sirvió su mayor plato y se tomó las riendas (ese que parece tan tierno y que ya es indomable, con quien las y los niños de hoy día se funden en total entrega).
Pregunto: ¿será acaso esta la apuesta -política-big data-, una forma de instituir un mundo maquinizado en donde la interacción e interlocución social, el debate, las preguntas y la oposición de ideas simplemente se auto consuelen por medio de chats? ¿para cuándo los espacios de producción de preguntas y respuestas humanas con argumentos sólidos, y en contravía de esta sociedad tan liquida? (Bauman, 1999). Se entiende que, los representantes del poder tienen sus propios espacios para ello, el Congreso, la Cámara, el Consejo, etc. Se aspira a que, la política sea parte de todos y que constituya un lugar de terapia en contra del miedo y un espacio para la Katarsis, el lugar para la polémica democrática, esa genera el debate, así mismo, la que puede generar las acciones de reparación de los descontentos sociales. Muchos amigos en macrodatos, pero no en la realidad, puesto que, en la realidad actual impera el silencio, la obediencia y la resignación del hombre contemporáneo por las respuestas de la máquina. Hay nuevos muros en la contemporaneidad, y ya es el de Berlín, es el muro del algoritmo, ese que exculpa, o, cuando mucho, el que exhibe al Pilatos por medio de sus emojis. Adiós 1984, Good bye, George Orwell.
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