Habrá quienes asemejan la navidad con un acontecimiento histórico de carácter estrictamente religioso pero… ¡Seamos realistas! ese no es el comportamiento mayoritario en nuestra cultura y todos lo sabemos, pareciera que la música, las fiestas, el humo que proviene de natillas, la cantidad de juguetes exhibidos en cada esquina y luego los niños jugando por todas las calles con sus juguetes nuevos constituyen una fiesta de 31 días, que permea casi todo los rincones de la vida, lo que quiere decir que muy pocos quedan invictos de toda la precipitación que implica el mes de diciembre.
Quiero resaltar dos tipos de actores en esta fiesta porque con ellos se da una dinámica que me indigna bastante, de un lado están los niños, ese grupo de seres humanos extasiados con lo que ven, hacen y reciben en este mes y de otro lado los aspirantes y/o posesionados en cargos de elección popular, existe entre ellos una relación unilateralmente utilitarista que surge ipso facto con las actividades decembrinas y de la que quiero hace acá un par de anotaciones.
Las festividades y tradiciones propias de fin de año definitivamente me gustan porque, entre otras cosas, nos conducen natural y espontáneamente hasta nuestro lado más humano, compasivo y carismático. Sin embargo, existe una clara y denotada excepción a ello: la deplorable actividad de muchos funcionarios públicos o aspirantes entregando regalos a niños en distintos barrios, instrumentalizando la tradicional novena al Niño Jesús.
Al parecer, para muchos de ellos esta época puede resumirse en política y juguetes. Si partimos de que el juguete es el instrumento para que quien lo usa alcance lo que quiere entonces, el niño toma su carro para jugar y alcanzar todo lo que puede desear: diversión, así mismo el funcionario o aspirante utiliza su actividad de novena y entrega de regalos con la que pretende alcanzar la admiración y el reconocimiento de familias que podrían terminar ayudándole a través de todo lo que quiere: votos. Pero lo peor de todo es que ni siquiera nos tomamos el trabajo de cuestionarlo seriamente, pues si bien pueden existir escenarios naturales donde una comunidad política comparte como familia la novena, también los hay en exceso impostados, como si los armaran para la foto.
Que notoria se hace la oportunidad para el proselitismo de afán, el típico que hastía a tantas generaciones. Parecemos con un Alzheimer social que nos impide recordar que el desempeño de los funcionarios públicos está intrínsecamente relacionado con el restablecimiento de los derechos, y no con las muestras compasivas que pretenden efectuar en diciembre y por supuesto ante las cámaras del celular.
Yo creo que a los niños del país que habito no habría que entregarles tantos juguetes en las novenas y sí más medidas administrativas que se correspondan directamente con el restablecimiento de sus derechos y la garantía de su mínimo vital ¿Será que resulta más confiable votar por el que no comparta en las redes sociales las fotos de los regalos (que no sabe ni qué son) con los niños (que ni siquiera sabe cómo se llaman)?