“El feminismo es impertinente. Basta mencionar el término para que se generen todo tipo de molestias de palabra o de obra. Algunos interlocutores demuestran fastidio, unos se ponen a la defensiva, otros atacan porque sus privilegios son cuestionados”.
El feminismo es impertinente. Basta mencionar el término para que se generen todo tipo de molestias de palabra o de obra. Algunos interlocutores demuestran fastidio, unos se ponen a la defensiva, otros atacan porque sus privilegios son cuestionados.
Esta impertinencia comienza desde la propia definición. De acuerdo con la Real Academia Española de la Lengua (RAE), el feminismo es entendido para 1925 como: “Doctrina social favorable a la condición de la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados hasta ahora a los hombres”; en la versión de 1992 suprime el sustantivo condición y agrega la acepción: “Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”; definiciones que se mantienen para la publicación de 2001. Estas explicaciones incurren en aquello contra lo que el feminismo ha luchado históricamente: considerar que el hombre es el modelo a seguir. Como bien lo plantea Nuria Varela: ¿acaso la Academia consideró que las mujeres no tenemos derecho al aborto, por ejemplo, dado que los hombres no pueden abortar?
Para la edición 2014, versión que sigue vigente hoy en día, la RAE define el feminismo como: “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”; “Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”; estas dos aproximaciones no ofrecen mucha variación respecto a las acepciones anteriores. Es de esperarse. Desde que se fundó la RAE en 1713 ha habido un total de cuatrocientos ochenta y seis académicos de número, entre los que once han sido mujeres. Solo hasta el 9 de febrero de 1978, hace cuarenta y tres años, esta institución eligió a la poeta Carmen Conde para ocupar la silla K. Empero, de los treinta y ocho nombramientos que se han efectuado desde comienzos del siglo XX, solo ocho han correspondido a las académicas, es decir, el 21% de los nuevos nombres son mujeres.
De acuerdo con Victoria Sau, el feminismo es un movimiento social y político que supone la toma de conciencia de las mujeres de la opresión, dominación, y explotación de que han sido y son objeto por parte de los hombres, lo cual las mueve a la acción para “la liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquélla requiera”. En esta definición se enfatiza que el primer paso para comprender el feminismo es “la toma de conciencia”.
Esta impertinente toma de conciencia surge en Europa en el siglo XVIII a la par de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Por primera vez en la historia se cuestionaron políticamente los privilegios de cuna y aparece el principio de igualdad; sin embargo, las mujeres comenzaron a denunciar las inequidades. Entre las propuestas más sobresalientes está La declaración de los derechos humanos de la mujer y la ciudadanía (1791) de la francesa Marie Gouze, más conocida como Olympe de Gouges, quien comienza su manifiesto de la siguiente forma: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”; su osadía la llevó a la guillotina. Otra de las publicaciones más relevantes es la Vindicación de los derechos de la mujer (1792) de la inglesa Mary Wollstonecraft, obra en la que demanda que el Estado garantice una educación igualitaria que permita a las mujeres llevar vidas más independientes.
Aunque esta primera ola del feminismo se suele atribuir a las pensadoras francesas e inglesas del siglo XVIII, también en América, particularmente en la Nueva España, hubo importantes manifestaciones desde un siglo antes. Tal es el caso de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Obras tales como: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), Primero sueño (1692) y la redondilla Hombres necios que acusáis son consideradas auténticos documentos feministas. Célebres son sus versos: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis: / si con ansia sin igual / solicitáis su desdén, / ¿por qué queréis que obren bien / si las incitáis al mal? / Combatís su resistencia / y luego, con gravedad, / decís que fue liviandad / lo que hizo la diligencia”. Sor Juana defendió la igualdad entre mujeres y hombres en educación, al mismo tiempo que les eran impuestas a las mujeres normas sociales restrictivas. Las opiniones de la Décima Musa sobre el amor, la misoginia y la igualdad entre los sexos le ocasionaron la animadversión de algunas autoridades de la Iglesia.
La segunda ola feminista surge hacia el siglo XIX y comienzos del siglo XX, conocida como la del movimiento sufragista que pretende consolidar el derecho al voto para las mujeres. Se exigen además los siguientes derechos: acceso a la educación superior, participación en cargos públicos, compartir la patria potestad de sus hijos, decidir sobre el dinero y los bienes. Una de las grandes movilizaciones de esta segunda ola ocurre en Estados Unidos. Además de conmemorar a las sufragistas, las mujeres norteamericanas formulan nuevas exigencias; la “Huelga de mujeres por la igualdad” clama por el reconocimiento al valor económico del trabajo doméstico, la equidad de salarios y oportunidades entre mujeres y hombres, y la despenalización del aborto. Muchas de estas exigencias quedaron plasmadas en La declaración de sentimientos de Seneca Falls (1848), producto de la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer organizada por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Staton. En este documento, basado en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, se denuncian las restricciones, sobre todo políticas, a las que estaban sometidas las mujeres.
La impertinencia de las mujeres prosigue en los años sesenta del siglo XX, en plena efervescencia de las revoluciones estudiantiles. Esta tercera ola feminista se orienta hacia la libertad sexual, el derecho al uso de anticonceptivos, la despenalización del aborto y las desigualdades sexo-genéricas. Característica de esta ola es el lema “Lo personal es político”, que centra su atención en las causas que originan la opresión de la mujer, es decir, en el patriarcado. Se publican obras como: La política sexual (1969) de Kate Millett, considerado uno de los primeros libros feministas en suscitar la cólera masculina en Estados Unidos, junto a La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan, La mujer eunuco (1970) de Germaine Greer, y La dialéctica del sexo: en defensa de la revolución feminista (1970) de Shulamit Firestone.
La cuarta ola inicia desde finales del siglo XX y se extiende hasta la época actual. Después de varios siglos de lucha, se continúan exigiendo derechos fundamentales. De acuerdo con la ONU, la brecha salarial, de seguir la tendencia actual, se cerrará hasta el 2086. Las mujeres son jefas de Estado o de gobierno en veintidós países; solo 24.9% de los parlamentarios nacionales son mujeres; tomará ciento treinta años alcanzar la igualdad de género en este rubro. También se exige un alto a los feminicidios y a las violencias machistas que padecen las mujeres en todo el mundo, ya que una de cada tres sigue sufriendo violencia de género.
Las manifestaciones de protesta del pasado 8 de marzo en Medellín, a pesar de la crisis sanitaria que estamos viviendo por la Covid-19, son una prueba irrefutable del hartazgo y de la rabia que provocan la desigualdad y la violencia. El movimiento político de mujeres Estamos Listas, junto con la Red Feminista Antimilitarista y Mujeres que crean convocaron a la marcha “Juntas avanzamos” que partió desde el Parque de San Antonio y finalizó en el Parque de los deseos.
En el mitin fue posible observar gran pluralidad de feminismos. Están aquellos que denuncian a las desaparecidas y asesinadas: “durante el 2020, 630 mujeres fueron víctimas de feminicidios en Colombia; además se denunciaron 75.778 casos de violencia intrafamiliar”; los que representan a la mujer campesina y obrera: “según las cifras de desempleo en 2020, de cada 100 mujeres, 61 estuvieron inactivas laboralmente”; el Grupo Comunista Revolucionario que clama por “desencadenar plenamente la furia de las mujeres como una fuerza poderosa para la revolución proletaria”; las separatistas que establecen la necesidad de que la mujer deba mantenerse al margen de toda relación con los hombres: “no queremos machos, que nos asesinen”, vociferan; las abolicionistas que se oponen abiertamente a la pornografía y la maternidad subrogada; el transfeminismo que establece que tanto el género como el sexo biológico son construcciones sociales: “La lucha trans también es feminista”, proclaman. Por su parte, colectivos como Putamente poderosas, el Derecho a No Obedecer y Somos Hiedras hicieron un llamado a las autoridades gubernamentales para que atiendan “las brechas y la violencia de género para formar una sociedad igualitaria y justa, donde las mujeres puedan llevar una vida en paz sin importar su oficio o como estén vestidas”.
La conmemoración del 8 de marzo es una ocasión para reflexionar sobre los logros alcanzados, exigir cambios y celebrar los actos de valor de aquellas mujeres que se atrevieron a cambiar la historia. No importa cuantos siglos lleve esta lucha, ni cuánto tiempo haga falta para conseguir la igualdad, las mujeres seguiremos siendo impertinentes hasta que nuestras demandas sean atendidas.
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Fotografía: Galo Ibarra Palacios, hombre de lodo.
Galo Ibarra Palacios, fotógrafo mexicano. Su obra ha sido reconocida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Secretaría de Cultura del Estado de Morelos y el Instituto de Cultura del H. Ayuntamiento de la Ciudad de Cuernavaca. Ha participado en exposiciones individuales y colectivas en el Centro Cultural Jardín Borda, Centro Comunitario Los Chocolates, Congreso del Estado de Morelos, Museo de la Ciudad, Museo Morelense de Arte Contemporáneo, entre otros espacios. Sus fotografías han sido publicadas en medios de comunicación colombianos y mexicanos. www.hombredelodo.com
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