Durante el transcurso del tiempo, uno se sitúa en diferentes escenarios con personas de toda índole, con las que se comparten no menos que charlas triviales, sino que las fronteras entre los unos y los otros son borradas por la magna situación de una amistad. Eso es una afirmación. Pasados los años, pocas personas han sido y serán las que se localicen más que en el vago recuerdo, en presencia a pesar de los años, y sean estas quienes logran incrustarse en los resquicios del sentimentalismo que a bien alegría provoca.
Las personas somos tránsito, rondando por instantes para no volver y, pasados los años, mirarse como desconocidos apenas levantando la cabeza sólo por cortesía. También las hay quienes dejan huella, aunque terminan yéndose porque simplemente ya no hay nada en común. La incertidumbre de la perdurabilidad es apenas ignorada por momentos de fluida felicidad y experiencias compartidas.
Los motivos de esta breve columna, que pretende más bien a reflexión, son dos: primero, suelo leer todos los domingos la columna de Javier Marías en El País, lectura que disfruto sobremanera al acompañar con café y un cigarro tal momento de relajación que de ello desprende y que, por cuestiones laborales, he tenido que dejar de lado, regresando a la lectura de todos los escritos que me hacían falta leer apenas el día de ayer. En ello, encontré un escrito referido a la amistad (Las amistades desaparecidas), en la que su premisa fundamental era su pérdida ante distintos acontecimientos, en un sentido pesimista que comparto. Segundo, debo referir que cuento con pocas amistades a mi alrededor; nunca he sido el tipo al que todos acuden para beber o pasar la tarde, más siempre he vivido de forma solitaria debido a cuestiones de la infancia que me forjaron tal carácter a grados que suelo refugiarme en libros o trabajo antes que en otras situaciones. Ahora vivo un momento de excesivo trabajo al término de mi carrera y, también, de reconocimiento de mi propia situación, en la que he conocido a personas que se han convertido en ventanas hacia otro mundo, caso específico y a quien dedico este escrito, Mariana, a quien conocí no recuerdo por qué, pero coincidiendo en esa multiplicidad de posibilidades.
Dicho esto, es menester agregar que, recién leída la columna de Javier Marías, me dispuse a mirar fotografías resguardadas en carpetas de mi computadora y otras tantas, quizá de mayor valor, en un viejo álbum que robé a mi padre donde coloqué algunas impresas que tenía regadas, hace algunos años, por doquier. Casi todas mostraban, como suelen ser, gajos de felicidad pausados, en la siempre extraña aunque no incomprendida forma de extraer de la realidad sólo lo que nos parece bello. Nadie quiere recordar la desdicha. A la fecha, ninguna de las personas que salen en esas fotografías, están en este camino que recorro, muchas de ellas irreconocibles ahora y otras dejadas al simple hecho de compartir un par de horas para luego irse de nuestro andar. Un par de ellas, que logré rescatar y coloqué en la puerta de mi cuarto, muestran, una, a tres sujetos con el uniforme del COBAQ, trago en mano y posando en un fondo beige y, la segunda, a un par de tipos con lentes cargando un cartón de cervezas.
En ambas salgo yo. Las tres personas, que no soy yo, y salen en ambas imágenes son a quienes considero amistades, uno de ellos preso en el Cereso San José el Alto, otro de ellos recién casado y padre a quien miré hace no menos de cuatro meses y el último, el que sale en la fotografía en par, dedicado a trabajar. No hay más que referirse a ellos como grandes amigos que se “fueron” por ya no corresponder a los intereses personales actuales, pues seguimos avanzando y aprendiendo y lo que atrás lograba algarabía hoy no son más que meras simplicidades ante nuevos intereses. Pero ya son pasado y, ahí, para mi fortuna, es donde podré encontrarlos siempre.
No es común, al menos en mi vida, lograr amistad. Siempre habrá con quien beber, no me queda duda, más de amistades la ausencia se hace presente. Es incierto el día en el que conocí a Mariana, la memoria suele fallarme en ocasiones y, sin embargo, agradezco las oportunidades que el azar nos lega a quienes desesperanzados, andamos por el reino de los suelos, “bienaventurados los poetas pobres”, para compartir parte de nosotros en pláticas y lugares. Y sin más, dejemos que la fluidez salga sin la inmediatez, para ser felices compartiendo lo poco o mucho que tenemos en este camino de arrieros.