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Esta navidad la cerramos destacando el talento de un joven actor quien pudo haberse conformado con caminar por una senda ya abierta. Pero eligió otra cosa: ganarse su lugar con trabajo propio, con sensibilidad propia y con una búsqueda que no depende de ningún apellido. A pesar de crecer rodeado de escenarios, ensayos y melodías, su luz no proviene de la herencia, sino de una intuición profunda que lo ha llevado a habitar el arte desde una honestidad feroz.
Damián brilla porque no sabe hacer otra cosa que ser auténtico, porque se toma el oficio con una seriedad intuitiva y una pasión que parecen desbordarle el cuerpo. Sus palabras, su manera de observar el mundo y su relación con el escenario hablan de un joven que entiende el arte no como un destino heredado, sino como una elección que lo transforma cada día.
La historia que cuenta sobre su primer encuentro con el teatro es casi un rito iniciático. Una revelación. Una marca indeleble.
¿Cuál es el recuerdo más poderoso que guardas de tus primeras aproximaciones al teatro?
“Yo creo que los recuerdos, el recuerdo que más guardo, que más atesoro de mis primeras aproximaciones con el teatro, con todo este mundo. Cuando hicimos la obra, esta ganadora de un premio, Fede Ratas, la de Mateo Rueda y la dirección de actores estaba con Ramses Ramos. yo creo que jamás me voy a olvidar ese primer encuentro con el escenario además hicimos unas funciones en el Julio Mario Santo Domingo y en el Jorge Eliezer Gaitán y encontrarte con el teatro gigante y el escenario gigante y ver toda esa manotada de público enorme digamos que fue para mí muy impactante…”
Ese descubrimiento, dice, le cambió la vida. Y en su voz se escucha la gratitud de quien comprende que no todos pueden tener un comienzo así: enorme, sagrado, transformador.
Pero su relación con la actuación no se limita al escenario: se ha convertido en una forma de verse y revisar su propia identidad. En él, observar el mundo es un acto artístico y casi espiritual, un ejercicio constante de contemplación que define su forma de habitar la realidad.
Con esa premisa en mente, surge la pregunta que mejor retrata su proceso.

¿Cómo ha influido observar el mundo en la construcción de tu identidad como actor?
“Estoy absolutamente de acuerdo con que crecer actuando implica también crecer observando. Yo creo que nos volvemos absolutamente sensibles a todo lo que ocurre, a todo lo que ocurre y a todo lo que nos ocurre…”
Su respuesta es una declaración poética sobre la identidad flexible: un tejido que se transforma, que se deja afectar, que aprende, desaprende y vuelve a empezar.Esa idea del cambio constante está en el centro de su filosofía artística. Ser actor, para él, es permitirse abandonar certezas, dejar ir ideas y permanecer abierto a lo inesperado. También implica lidiar con el lado oscuro de la industria: la comparación, la presión, la envidia, la ansiedad. Por eso, más que aferrarse a una versión rígida de sí mismo, Damián defiende un principio: reconocer lo que no puede controlar y proteger lo que sí —su forma de hacer poesía con el cuerpo.
Al final, su camino parece claro: seguir aprendiendo, seguir mutando, explorar muchas artes y no limitarse jamás. En sus palabras, se dibuja un futuro en expansión, donde cada personaje, cada proyecto y cada creación serán otra oportunidad para transformarse.











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