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En Colombia se ha vuelto común escuchar que el país necesita un presidente “con huevas”. Esa frase, que pretende comunicar carácter y determinación, termina justificando liderazgos impulsivos, improvisados y autoritarios. Pero un país en crisis no necesita impulsos: necesita un liderazgo con rigor técnico, experticia y decencia. La política del grito y del golpe en la mesa nunca ha resuelto problemas complejos. Solo los ha agravado.
Giovanni Sartori lo explicó con claridad: cuando la cultura política es débil, la democracia se vuelve vulnerable. Y es justamente en esa vulnerabilidad donde prosperan los discursos que exigen temple y temperamento por encima de capacidades y resultados. En momentos de frustración, parte de la ciudadanía se siente atraída por figuras que prometen imponer orden sin deliberación. Pero detrás de ese clamor por fuerza se esconde un riesgo democrático: sustituir instituciones por un liderazgo autoritario.
Aquí es donde la advertencia de Guillermo O’Donnell se vuelve central. Él mostró cómo ciertos presidentes latinoamericanos interpretaron su victoria en las urnas como carta blanca para gobernar sin controles. A esto lo llamó democracia delegativa: un formato de populismo donde el mandatario cree que su voluntad basta, que las instituciones son obstáculos y que la legitimidad proviene únicamente del respaldo emocional del electorado. La idea del líder que actúa por instinto, sin evidencia ni límites, es precisamente el tipo de política que debemos evitar.
Colombia necesita lo opuesto: un liderazgo que distinga entre firmeza y autoritarismo, entre carácter y prepotencia, entre decisión y atropello. El país requiere un presidente que entienda los problemas, consulte datos, escuche a los expertos y tome decisiones informadas. Un dirigente que sepa construir políticas públicas, no frases de combate; que dialogue, no que imponga; que administre con responsabilidad, no que improvise al ritmo de su temperamento.
Pero esta tarea no es solo del próximo presidente. También es de la ciudadanía. Como recordaba Sartori, las democracias sobreviven cuando los ciudadanos aprenden a diferenciar entre liderazgo democrático y liderazgo autoritario. Y esa diferencia será crucial en 2026. No se trata de elegir al candidato más ruidoso, sino al más competente. No al que “tiene huevas”, sino al que tiene soluciones. No al que promete fuerza, sino al que ofrece gobierno.
Colombia tiene la oportunidad de romper con esa política del impulso y del carácter vacío. Este país no necesita valentía de espectáculo, sino liderazgo serio; no gritos, sino resultados; no testosterona política, sino instituciones fuertes. El populismo ofrece atajos. La democracia —y Colombia— necesitan inteligencia, técnica y decencia.













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