En las entrañas de Antioquia existe la creencia de que un ser, al que llamamos ‘El Coco’, tiene la capacidad de aparecerse a las personas durante la noche y llevárselas. Este mito se usa, principalmente, para asustar a niños y niñas cuando quien lo cuenta quiere que los niños se comporten de cierta manera mientras ellos no están. En una frase: obediencia a través del uso del miedo. Así mismo, en la política antioqueña existe El Coco y lo usan de la misma forma. Cada vez que hay un proyecto que no le gusta a ciertos sectores; o cuando aparece un líder que tiene más apoyo y popularidad que ellos, entonces aparece El Coco: ¡van a vender a EPM! ¡Van a vender la Fábrica de Licores!
Este cuento se usa en la misma proporción que se usa una de las tácticas preferidas en cualquier juego de mesa por quien va perdiendo: la táctica del terremoto. En esta, el que va perdiendo toma el tablero con las manos y lo sacude con fuerza, obligando a que el juego comience de nuevo y se pierdan todos los logros acumulados por quien iba ganando. Es una medida injusta para el que iba ganando, pero para quien iba perdiendo podría parecer muy claro que es su derecho pedir que todo se baraje de nuevo, que tal vez si se hace de otra manera, entonces no perderá; en la política colombiana existe algo que sirve para esto mismo, pero cuyo fin no es tanto el causar miedo (aunque lo hace), sino el crear la falsa esperanza de que se puede volver a empezar y hacer (ahora sí) lo que se debe hacer.
Hoy estamos viviendo en Colombia dos momentos históricos por su importancia y porque es la primera vez que se nos presentan: por un lado está la pandemia por Covid19, que nos ha retado como sociedad y que nos ha obligado a cambiar. Por el otro, está el hecho de que la Corte Suprema de Justicia haya ordenado la ‘hacienda por cárcel’ para el expresidente, y hoy senador, el señor Álvaro Uribe Vélez. Nunca antes en Colombia un expresidente había sido detenido mientras se le adelanta el juicio, pero como ahora sí sucede, entonces aplican la táctica del terremoto: acabemos todo esto y volvamos a empezar; al mismo tiempo que otros gritan que ya viene El Coco, mientras salen en sus camionetas a incomodar las noches de los barrios estrato seis del Valle de Aburrá.
Se han dado todo tipo de argumentos: que es una persecución política, dicen unos; que cómo puede ser que a unos criminales se les trate con garantías y al expresidente se le trate de esta forma, dicen otros; que es un agravio a todos los colombianos, alcanzan a decir unos más. No obstante, lo único cierto es que Colombia es un Estado Social de Derecho, que tiene una Constitución y unas Leyes que fundamentan todo su aparato institucional dentro del que estamos inmersos todos y al cual debemos respeto. Las Instituciones colombianas tienen defectos pero son fuertes. El hecho de que el expresidente deba responder como cualquier colombiano por sus actos, y además deba hacerlo desde su ‘hacienda por cárcel’, habla muy bien de nuestro aparato judicial.
Este es el momento de que el expresidente y sus seguidores defiendan a una patria que dicen amar tanto, y asuman una defensa seria para demostrar en un juicio que o bien es culpable o es inocente. No puede ser que ahora que el que está siendo juzgado es el senador Uribe, entonces se comience a argumentar que no se le puede juzgar que porque la justicia es injusta y peor todavía, dicen que para solucionar esto hay que hacer una constituyente. Léase bien, la solución que proponen no es demostrar su inocencia y derrotar a sus acusadores en los estrados judiciales. No. La única solución que han propuesto es tomar el tablero que es Colombia y sacudirlo con fuerza para que tengamos que volver a empezar, tal como lo haría un perdedor.
Que el expresidente resuelva su situación jurídica como un colombiano más y si tiene algo que le sirva a la justicia como para que hagamos un acuerdo de paz con él y se desmovilice, pues lo hacemos; pero no más con la farsa de El Coco, no más terremotos. Esto que estamos viviendo no es una hecatombe y Colombia no se va a acabar tan fácil. Definitivamente, cuando uno oye que a una persona como Álvaro Uribe le llaman líder, le queda claro que no puede ser casual que ‘líder’ leído al revés sea ‘redil’.
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