La Revolución Cubana, que durante décadas fue símbolo de resistencia al modelo capitalista, hoy enfrenta su capítulo más crítico. Lo que comenzó como una utopía igualitaria, desemboca ahora en una nación empobrecida, desmoralizada y al borde del colapso económico, institucional y humano.
Los apagones hoy son diarios, el desabastecimiento es crónico, y el éxodo se ha convertido en un fenómeno masivo: más de 400 mil cubanos han abandonado la isla en los últimos dos años en la mayor ola migratoria desde El Mariel. Las colas por comida básica y medicina son interminables. El salario promedio apenas cubre dos días de alimentación.
Mientras tanto, el aparato burocrático y represivo del Estado continúa intacto, como una estructura que protege privilegios cada vez más vacíos. Tras más de seis décadas de control estatal absoluto, la economía cubana ha perdido toda capacidad de generar riqueza.
La agricultura está estancada por falta de incentivos. Las empresas estatales son ineficientes. El turismo, su motor económico durante largo tiempo, se ha desplomado. La dolarización encubierta ha destruido la moneda nacional y profundizado las desigualdades que el régimen decía combatir. Se ha incrementado notablemente la prostitución en el país, especialmente en La Habana. Los actos de delincuencia han vuelto a aparecer tras años. También, las protestas sociales se comienzan a reiterar en las calles de toda la isla.
El sistema ha fracasado en todos sus objetivos: ni igualdad, ni progreso, ni soberanía. Solo represión, miseria y dependencia en las remesas de familias proscritas en el extranjero.
La juventud cubana, educada bajo el “heroico relato de la revolución”, ha despertado. En redes sociales, desde las calles o el exilio, miles de jóvenes cuestionan el legado de los Castro y la continuidad del presidente Miguel Díaz-Canel. Reclaman libertad, derechos, propiedad, acceso a la verdad. No quieren ser mártires ni sobrevivientes: quieren ser ciudadanos libres.
Hoy más que nunca, Cuba necesita una revolución de ideas, no de fusiles. El camino de salida no está en nuevas utopías colectivistas ni en reformismos cosméticos.
Claves para un renacer cubano
- Apertura total al mercado: privatización de empresas estatales, legalización amplia del emprendimiento, y respeto absoluto a la propiedad privada.
- Estado mínimo y constitucional: que garantice derechos, no que regule vidas.
- Educación libre y racional: centrada en el pensamiento crítico, la ciencia y la ética del logro.
- Separación total entre el poder político y el poder económico: sin planificación central, sin monopolios estatales.
- Respeto a la soberanía del individuo: libertad de expresión, asociación, trabajo, movimiento y conciencia
Si Cuba no cambia su modelo mental, no cambiará su destino. El pueblo cubano no necesita más líderes mesiánicos, ni salvadores armados: necesita ciudadanos que piensen, creen y elijan.
Porque la libertad no se decreta: se defiende desde la razón.
Cuba tiene los talentos, la cultura, la historia y el coraje para renacer. Pero solo florecerá cuando deje de mirar al pasado con nostalgia y comience a mirar al futuro con razón, orgullo y libertad.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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