“Cada vez son más claros y explícitos los deseos del progresismo de perpetuarse en el poder. Primero fue su presidente, y ahora fue su vicepresidenta, quienes hicieron público que se necesitan periodos de gobierno más largos para abordar los desafíos y evitar que llegue alguien nuevo a improvisar y desarticular procesos”.
Invocación que se hace a la unidad de América Latina en su giro a la izquierda, para delinear una profunda preocupación por la crisis climática y la desigualdad, es la base de un discurso, con mentalidad de odio, que apuesta por la destrucción democrática del continente. Esfuerzo, de los agentes del Pacto Histórico, por trastocar los valores del país está consiguiendo su propósito, ver lo que antes era malo como bueno. En el cuatreño del gobierno del cambio ya no se considera delito el tráfico de influencias, el violar los topes financieros, el contratar a dedo, el ser criminal de lesa humanidad, el haber sido financiado por narcos, el no ejecutar los recursos y el destruir las cosas que funcionan. La descomposición moral de la administración Petro Urrego va en línea con lo que se puede esperar de un resentido al frente del poder y que no tiene conciencia para reconocer que lo está haciendo mal.
A Gustavo Francisco Petro Urrego lo atormenta el no tener el respaldo político para imponer su agenda de cambio en el legislativo, su miopía ideológica le impide reconocer que la economía, la seguridad, la salud, y todo en general, va mal. El asegurar que todo va bien y que se está al frente de un mundo ideal es el propósito de quienes buscan tapar el sol con un dedo, aquellos que quieren creer que en Colombia no pasa, y no pasará, absolutamente nada. Resulta indignante la cantidad de hechos irregulares que acompañan a su mandatario, y los principales aliados del progresismo, que develan una presunta responsabilidad desde el cúmulo de material probatorio que existe en manos de las autoridades y los organismos de vigilancia y control. Desde la izquierda, quienes posan de demócratas, sin la mayor vergüenza están dando pasos firmes y seguros para constituirse en autócratas, esos mismos que van destruyendo todo y el mundo les sale a deber.
Sin mucho esfuerzo se puede observar que, en Colombia, los militantes de la izquierda, la democracia se la están pasando por la faja. El deterioro de seguridad y la destrucción de la económica es monumental, cada día se ve peor ante la incapacidad gestora de Gustavo Francisco Petro Urrego, y su séquito de aduladores, que sueñan con ver al Sensey de los humanos en la presidencia luego de 2026. La insinuación, nacional e internacional, de querer quedarse por un periodo más largo en el poder, que hacen los progresistas, no puede pasar de agache ante la impavidez de los colombianos, el ataque sistemático que se está gestando ante la institucionalidad, la libertad de prensa, o el derecho a pensar diferente, por parte de los militantes del “Petrismo”, llama a despertar antes de que sea demasiado tarde. Peligroso es que en el país está tomando carrera la conformación de colectivos para resguardar la política del cambio.
Complejo resulta que los colombianos actúen desde las emociones del momento y lo que les permite recordar su memoria de corto plazo, que por omisión se carezca de autoridad y por acción se permita que desde el gobierno del cambio se tenga a las Fuerzas Militares y la Policía sometidas a una permanente humillación. Parquedad del colectivo ciudadano pondera el actuar de las primeras líneas, las mingas indígenas, las bases disidentes de los grupos guerrilleros, y los demás actores al margen de la ley, que ahora se constituyen en gestores de paz empoderando al mal sobre el bien. La principal incoherencia, de quienes son serviles a la izquierda, es el fanatismo que les nublan e invisibiliza todos los indicadores que demuestran que en Colombia hay un panorama muy malo. La violencia e inseguridad, las reformas regresivas, los ataques y discursos de odio desproporcionados son la materialización de que la nación va por un camino errado.
Las medidas populistas, del progresismo propuesto por Gustavo Francisco Petro Urrego, develan que en Colombia toma carrera el tomar de ejemplo a los malos y burlarse de los buenos. La falta de sentido común impide que los políticos, y las clases populares, se den cuenta que ellos también son parte de la diáspora que se excitará si no se defiende al país de la implementación del socialismo del siglo XXI. La imposición del cambio a la fuerza quedó expuesta con la implementación solapada de la reforma a la salud, sin ser aprobada, acto que da por sentado que no se necesitaba la transformación de la ley, y que por vía de decreto y la reglamentación, se pretende usurpar, desde presidencia, el poder legislativo como lo ha intentado desde que se posesionó su mandatario. Sutil proceder que lleva a imaginar lo que estará por venir con el tema pensional y laboral, la metamorfosis que se gesta para la justicia y los demás anhelos de mutación que trae consigo la izquierda en el poder.
Para nadie resulta un secreto que Gustavo Francisco Petro Urrego, Francia Elena Márquez Mina, y los demás agentes aliados al Pacto Histórico se hicieron elegir con mentiras. La pseudo diplomacia que ejercen desde el engaño, la mitomanía y las amenazas poco a poco trae sus efectos, respaldo de organismo multilaterales y regímenes extranjeros que allanan el camino para que la izquierda se perpetúe en el poder. Muy claro ya está que al progresismo cuatro años no le resultan suficientes para destruir a Colombia, necesita atomizar en pequeñas dosis los diferentes sectores poblacionales para que cada vez sean menos los que defienden la libertad económica, el estado de derecho y las instituciones. El error garrafal de haber elegido como se hizo en 2022 ya trae sus consecuencias sobre la confianza inversionista, pues despavoridos salen quienes atónitos observan cómo se empoderan los bandidos que ya ganan dominio sobre zonas territoriales ante la desidia y el desinterés del gobierno colombiano.
Retórica del cambio que emplea Gustavo Francisco Petro Urrego atenta contra el estado social de derecho colombiano, la destrucción de las instituciones que se propiciada desde el gobierno, son la confirmación de los delirios dictatoriales que acompañan a su presidente. La distribución de prebendas, con olor a corrupción, plasma el cómo se trastornan los valores al tiempo que se está implantando el terror a través de unos secuaces adoctrinados seguidores de la izquierda. Activismo, sin principios y ética, es el que logra convencer a muchas cabezas vacías. Lo que se teje desde el Pacto Histórico es el fruto que demuestra que ellos no buscan la paz, lo que están planeando, y pensando, es perpetuarse en el poder, hacerse ricos al irrespetar la constitución y los tres poderes públicos que, por ahora, son separados e independientes.
El Alzheimer de los colombianos en las urnas está saliendo muy caro, por una ausencia de memoria es que se elige a los mismos corruptos de siempre, se apoya y defiende a quien engaña, manipula y roba. Complejo resulta que cuando alguien alza la voz para alertar o construir el camino para atajar lo que está mal se termine atacándolo porque unos pocos optaron por seguir siendo robados. La incertidumbre que transita Colombia es propia del tener unos activistas de ministros y un gobierno socialista, promover la mentira del cambio mientras cada día que pasa se sigue destruyendo al país. No hay lado al que se mire sin graves problemas: salud, justicia, educación, vivienda, infraestructura, orden público, instituciones, Casa de Nariño, entre otros, escenarios en los que, a pesar de todos los escándalos de corrupción, el derroche, la burocracia, los malos manejos y las presiones indebidas contra las instituciones, no pasa nada. Pareciera que los colombianos entraron en una etapa de aceptación y resignación sin darse cuenta lo peligroso que esto resulta para la nación.
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