La intervención de Donald Trump, el alcance de un acuerdo en Oriente Medio y el retorno de los rehenes siempre es una buena noticia. No obstante, muchos se preguntarán y con razón, por qué este acuerdo no se ha logrado antes. Por qué no se pudo rescatar a todos los civiles con vida. Es difícil precisarlo, pero a la luz de los sucesos podemos inferir algunas razones: la guerra es un negocio, quizás uno de los negocios más rentables del mundo. Ya en Oriente hubo anteriormente acuerdos similares. Es curioso, pero cuando Israel estaba a punto de eliminar al grupo terrorista Hamas, una oportuna intervención de los Estados Unidos consigue rescatarlos logrando de esta manera una aparente paz, que tiene todo el aroma de intentar salvar a un jugoso mercado; de ser solo una tregua más.
“¡No se negocia con terroristas!”, suelen decir los Estados. Sin embargo, parece que aquí han negociado. Alguien podría objetar que se logró el regreso de los cautivos. Es cierto. Pero, ¿a qué precio? Israel, a cambio, ha excarcelado por su parte a verdaderos homicidas que despreocupadamente irán a Gaza o algunos otros sitios de la región, o a Europa o a América Latina. A integrarse al ejército de Hamas. A reforzar sus filas, a rearmarse, a seguir produciendo proyectos para el caos y la muerte en nombre de su Dios. Esto no es una solución, ni mucho menos paz.
Este aparente sosiego, que más que paz asemeja solo una pausa, pareciera que se produjo para no extinguir a un grupo terrorista que en el futuro será un gran cliente, un seguro consumidor de armas para seguir sembrando el odio y el horror. Pero para el hombre común no parece haber sido un buen negocio. Eso sí, tuvo valor simbólico. Se salvó a veinte civiles inocentes de un lado y se masacró a cientos de miles de civiles inocentes del otro. Pero en la praxis, las milicias de Hamas se verán reforzadas no solo por la devolución de presos, sino además por miles y miles de árabes palestinos que quedaron sin hogar, que sus vidas están trastocadas para siempre, porque el ejército israelí les asesinó a sus familias, les destruyó sus hogares, su mundo, y que hoy por hoy odian más que nunca a este Israel guerrero y están dispuestos a vengarse a cualquier costo.
Lo ocurrido solo fue un armisticio a la espera de que otro atentado se produzca en cualquier momento y lugar con más virulencia. El conflicto árabe-israelí no tiene solución de fondo, es, en definitiva, una rivalidad religiosa. Desde la reunión en Egipto y desde la liberación de los rehenes el mundo en vez de ser un lugar más protegido, es, al contrario, un espacio mucho más inseguro, un ámbito propicio para que los asesinos y fanáticos sigan perpetrando sus crímenes. Y los inocentes, sin importar en donde se encuentren, serán siempre los que carguen con esas crueles consecuencias.
Comentar