La Selva Inflada, de Alejandro Naranjo
Paralelo al cine de ficción hecho en Colombia, el documental también ha llegado a un punto de vitalidad, variedad y excelentes construcciones de relato, prueba de ello es La Selva Inflada, de Alejandro Naranjo. Un documental que se adentra en una comunidad de jóvenes con ascendencia indígena que son enviados al pueblo más cercano para estudiar el bachillerato y buscar una mejor forma de vida.
Seres fracturados, estatismo, pasividad e inercia al ritmo del reggaetón pueblan la película. Naranjo, como realizador, encuentra que estos jóvenes se están suicidando porque no encuentran la necesidad de seguir viviendo, estos adolescentes parecen perder su ser. No son de ninguna parte, sus vidas parecen seguir una cadena de instrucciones y nada más.
Alejándose de lo periodístico o lo meramente informativo, la película combina lo plástico (las exploraciones sonoras y los contrastes por montaje) para añadirle profundidad y humanizar lo que se narra. Los signos de interrogación se construyen como metáforas o como imágenes, más que bellas, reflexivas. Cosas que pretenden adentrarse en el espectador para tocarlo y hacerlo sentir.
La película se construye desde lo anecdótico, lo sentimental y lo privado. Estamos en la cotidianidad de ellos y, paulatinamente, se nos van siendo entregados sus pasados, sus maneras de ver la vida, de afrontar la decisión de sus compañeros de terminar sus vidas y sus existencias alienadas: entre el mundo del que viene y el mundo al que cayeron.
Hay más preguntas que respuestas, el documental propone una verdadera radiografía al tema del suicidio, a la problemática de la educación y al incierto futuro de las comunidades indígenas. Resulta urgente y arrollador. Las últimas secuencias encarnan un poder fascinante para cerrar la tanda de reflexiones y preguntas que desencadena las acciones del documental.
Y entonces queda en el aire: para qué zapatos si no hay casa y para qué cuerpo si no hay ser.
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