Por exceso de tolerancia, Colombia abrió la puerta al totalitarismo. Hoy, estamos en riesgo de perder la democracia.
En las sociedades libres, la tolerancia es vista como un valor supremo, creemos que ser tolerantes nos hace justos, modernos y civilizados. Sin embargo, el filósofo Karl Popper, uno de los más grandes defensores de la libertad en el siglo XX, nos advirtió que la tolerancia ilimitada puede convertirse en una amenaza mortal para la democracia. Señala este filosofo que “en nuestra lealtad a la idea de tolerancia, corremos el peligro de destruir la libertad y, con ella, la tolerancia.”
Esa es, precisamente, la trampa en la que ha caído Colombia.
Popper formuló su famosa paradoja de la tolerancia en el contexto de las dictaduras del siglo XX. Su idea es sencilla pero poderosa, si una sociedad abierta tolera sin límites a quienes promueven la intolerancia, esos mismos intolerantes destruirán la libertad que se les concedió.
No se trata de prohibir las ideas opuestas o de perseguir el disenso, Popper era un defensor del debate libre, pero sí creía que la democracia debe defenderse activamente de quienes, aprovechándose de ella, buscan destruirla desde adentro.
Durante décadas Colombia ha resistido el socialismo autoritario que avanzaba en América Latina, sin embargo, esa defensa se debilitó desde adentro. Por un exceso de tolerancia ingenua, permitimos que las ideas radicales se infiltraran en las universidades, los colegios, los sindicatos, las cortes y los medios de comunicación.
A generaciones enteras de jóvenes se les enseñó que el capitalismo es perverso, que el éxito individual es egoísta, que la desigualdad es un crimen estructural, y que la violencia política puede estar justificada si es “revolucionaria”. Se toleró el discurso del odio bajo el ropaje de justicia social. Se permitió que quienes defendieron o integraron movimientos armados entraran a la política sin haber renunciado al totalitarismo o sin haberse sometido a la justicia de alguna manera. Hoy las consecuencias son palpables, el país retrocedió en materia de inversión, educación, seguridad, salud, empleo, servicios públicos, y especialmente, en libertad.
Desafortunadamente para Colombia, en el año 2022 el “exguerrillero” del M-19 Gustavo Petro llegó a la presidencia, y no lo hizo por un golpe de Estado, sino usando las reglas del juego democrático, pero como advirtió Popper, eso no basta para legitimar a un líder. Lo que importa es qué hace ese líder con el poder, y Petro lo ha usado para erosionar las instituciones, manosear el congreso para que le aprueben sus reformas (nefastas todas), presionar jueces recordándoles con banderas del M-19 uno de los episodios más oscuros de la historia de Colombia, polarizar al país, y avanzar en un proyecto autoritario.
Está creando caos institucional para posponer las elecciones o para perpetuar su poder a través de un sucesor. Ha socavado la confianza en la justicia, ha envenenado el debate público, y lo más grave, ha promovido un relato donde el resentimiento se convierte en motor político, y donde todo el que se opone es un enemigo del pueblo.
Popper fue claro, “la tolerancia solo puede existir sobre la base de la reciprocidad”, es decir, solo se puede tolerar a quienes también respetan la libertad de los demás. Cuando una ideología o movimiento abandona ese respeto, cuando conspira para abolir la democracia, la misma que le sirvió para llegar al poder, entonces tolerarla no es virtud, es complicidad.
Tolerar a los intolerantes es permitir que la libertad sea destruida desde adentro.
Colombia está ante una de las elecciones más determinantes de su historia. Lo que está en juego en 2026 no es solo el poder político, sino el futuro mismo de la democracia, la elección es simple, libertad o autoritarismo, no hay término medio, y si queremos conservar nuestra democracia debemos abandonar la neutralidad cobarde.
No se trata de responder con odio sino con claridad moral. No se trata de censurar, sino de trazar una línea donde termina la democracia y comienza la tiranía. La historia no será indulgente con los tibios. La defensa de la libertad requiere valor, criterio y voluntad.
Comentar