Cuando la toga se reviste de ideología

Una justicia politizada, que actúa en función de intereses ideológicos y emite sentencias desequilibradas y alejadas de la realidad de los hechos apreciados en el juicio, perjudica significativamente a la democracia. Ciertamente, el expresidente Álvaro Uribe Vélez se vio obligado a asumir las consecuencias inherentes al liderazgo, y a presenciar cómo la juez Sandra Heredia, desde una perspectiva marcada por el desequilibrio, el resentimiento, la perspectiva de género y la influencia política, emitió una sentencia alejada de la justicia.


El contexto político que acompañó el juicio contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez evidencia las inconsistencias que se desprenden de una condena que parece estar más motivada por la retaliación que por la búsqueda de la verdad. El sesgo observado en la interpretación de las motivaciones del fallo y la sentencia puso de manifiesto una ruptura en la institucionalidad, patentando cómo la izquierda colombiana convirtió a la justicia en un arma política de persecución. El caso que actualmente genera controversia en Colombia requiere una evaluación crítica sobre los riesgos asociados a la politización de los tribunales y la otorgación de una relevancia excesiva a las declaraciones de los individuos involucrados en procesos criminales. Lo sucedido con la juez Sandra Heredia constituye un ejemplo adicional que corrobora la politización de un sistema judicial que actúa en beneficio de los delincuentes, adoptando medidas que no se ajustan a las evidencias del proceso y los principios jurídicos establecidos.

El reciente fallo en contra del expresidente Álvaro Uribe Vélez no solo constituye un caso jurídico de alto perfil, sino que materializa las tensiones latentes entre el sistema judicial, el ejercicio del poder y la voluntad popular. En un país como Colombia, donde el sistema de justicia enfrenta desafíos, es motivo de preocupación y desasosiego observar cómo las decisiones judiciales parecen estar más alineadas con narrativas políticas que con el derecho mismo. La juez Sandra Heredia, a cargo del caso, emitió una sentencia que, según múltiples perspectivas, carece de fundamentos sólidos y de un examen imparcial de los hechos. Las 1000 hojas que profieren el fallo parecen reflejar un sesgo latente, una voluntad de dar una lección simbólica más que de impartir justicia en sentido estricto. En última instancia, no se estaba evaluando únicamente un comportamiento individual, sino el de un personaje político que representa a un sector significativo del país y que ha generado opiniones encontradas, liderando con determinación procesos complejos en materia de seguridad, gobernabilidad y desarrollo.

El mensaje implícito que se ha arraigado en el imaginario colectivo, con la credibilidad otorgada a la palabra de individuos al margen de la ley, sugiere que en Colombia se tolera la realización de cualquier conducta, siempre y cuando se cumplan ciertos criterios específicos. Esta premisa, que se ha convertido en una práctica común, ha sido respaldada por el gobierno del cambio, lo que ha resultado en que los responsables de los delitos enfrenten menos restricciones que las víctimas en el sistema judicial. El caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez ha servido, irónicamente, como una plataforma para exponer las deficiencias fundamentales del sistema de justicia colombiano. Estas insuficiencias incluyen la filtración de información mediática, plazos procesales inconsistentes, interpretaciones jurídicas creativas y una evidente incapacidad para asegurar un proceso judicial libre de influencias externas. En este contexto, se plantea la preocupación por el principio de presunción de inocencia y la obligación de llevar a cabo juicios imparciales, libres de sesgos ideológicos que puedan comprometer la integridad del proceso judicial.

Los hechos suscitados en torno a la juez Sandra Heredia evidencian no solo una falta de corrección jurídica, sino también una posible transgresión ética, al evidenciar una ausencia de integridad en el ejercicio de sus funciones y, potencialmente de forma inconsciente, al adherirse a una narrativa de represalia institucional. Condenar al expresidente Álvaro Uribe Vélez sin pruebas concluyentes, en un contexto legal frágil y con inferencias en lugar de hechos, establece un precedente preocupante: el de una justicia que decide sus objetivos en función del entorno político. Lo sucedido constituye un precedente altamente desfavorable para aquellos que expresen opiniones discrepantes o representen una voz disidente, o que simplemente desafíen los consensos débiles de ciertas élites políticas o judiciales. El actual contexto colombiano presenta un escenario complejo, en el que se observan manifestaciones de descontento popular y una percepción generalizada de injusticias. Sin embargo, los jueces se muestran reticentes a reconocer la existencia de hechos que se salen de los márgenes de la ley.

Es imperativo que la justicia no sea ciega y selectiva. Es indispensable mantener una postura imparcial, evitando interpretaciones simbólicas. Su deber es velar por la seguridad del ciudadano ante posibles excesos de poder, en lugar de convertirse en un instrumento más de ese poder, camuflado con la vestimenta de la justicia. El caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez refleja los desafíos que enfrenta un país en el proceso de construir instituciones confiables, inmerso en su historia, sus conflictos y su incapacidad de resolver las diferencias de manera pacífica. En años recientes, diversas resoluciones judiciales han suscitado una preocupación creciente respecto a la posible infiltración de la ideología de izquierda en el sistema judicial. Se ha planteado un gran interrogante que conduce a pensar que se está utilizando la ley como un instrumento político en lugar de como un medio para garantizar la equidad.

La creciente influencia de las posturas ideológicas en el sistema judicial colombiano no es un fenómeno aislado. La izquierda política ha ganado terreno no solo en la opinión pública y en los espacios legislativos, sino también en la interpretación y aplicación de las normas jurídicas. El problema no radica en la existencia de jueces con opiniones personales, sino en que estas opiniones puedan influir en las decisiones judiciales, lo que puede resultar en fallos, condenas o absoluciones, basadas en criterios que se alejan del derecho estricto para alinearse con agendas ideológicas. Uno de los síntomas más evidentes de este fenómeno es la selectividad con la que se activan y priorizan los procesos judiciales. Mientras líderes de izquierda o actores vinculados a movimientos sociales radicales reciben un trato tolerante, comprensivo o dilatorio. El principio de igualdad ante la ley se ve comprometido cuando las convicciones políticas del juez o del fiscal prevalecen sobre la evidencia.

La independencia judicial no se garantiza únicamente mediante la ausencia de presiones externas, sino que también requiere de una autocontención ideológica. Un juez, por su condición de representante de la ley, debe mantener una postura imparcial y no dejarse influenciar por sus propias convicciones personales, independientemente de su orientación política. Si se permite que estas ideas influyan en las decisiones judiciales, no se está haciendo justicia, se está haciendo activismo con toga. La reciente condena al expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez ha generado un impacto significativo en el contexto político del país, que ya se encontraba en un estado de inestabilidad. Independientemente de la figura del líder político, el debate jurídico o la controversia sobre los fundamentos de la sentencia, lo que ha quedado en evidencia es algo mucho más profundo: una Colombia fragmentada, polarizada, atrapada entre la exaltación de los símbolos.

Colombia ha experimentado una prolongada inmersión en una narrativa dicotómica, caracterizada por la oposición entre uribismo y antiuribismo, izquierda y derecha, pueblo y élite, así como entre legalismo y revancha. Esta simplificación del debate obstaculiza la percepción de la complejidad y las contradicciones inherentes al país. Ciertamente, resulta preocupante que la polarización esté afectando a la capacidad de alcanzar consensos básicos sobre temas fundamentales, tales como la justicia, la paz, la verdad y la gobernabilidad. La situación actual parece estar marcada por la desconfianza y la sospecha. El caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez supuso una situación de gran relevancia, puesto que no solo implicó el juzgamiento de un expresidente, sino que también puso a prueba a los ciudadanos como sociedad. En lugar de generar un espacio para el debate racional, para la reflexión institucional o el fortalecimiento del Estado de derecho, lo que se ha observado es una proliferación de posturas discursivas radicales que se refuerzan mutuamente, alimentan la desconfianza, desacreditan al oponente y profundizan las divisiones.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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