“Educar es sembrar futuro, pero para que esa semilla crezca, el terreno debe ser justo para todos”
En Colombia, la educación ha sido proclamada como un derecho fundamental y un motor para la equidad social. Sin embargo, cuando se recorren los territorios colombianos, específicamente los barrios de las comunas de Medellín y/o las veredas del municipio de Barbosa, se visibiliza la desigualdad en el acceso a la educación; profundizando el retroceso académico de miles de colombianos y, por tanto, su bienestar social.
Esta inequidad obedece a múltiples escenarios: la escasez de recursos económicos evidenciado en los altos índices de pobreza, las condiciones territoriales por la ubicación geográfica, el enfoque de género fundamentado en la igualdad, el reconocimiento histórico de las etnias y los efectos del conflicto armado. Si consideramos el contexto de un niño que crece en una vereda apartada del Cauca, a otro, cuya vida se desarrolla en una zona urbana de Medellín, estos desafíos se hacen más evidentes. Mientras el primero camina kilómetros para llegar a una escuela con techos rotos y sin internet, el segundo asiste a una institución equipada con biblioteca, laboratorio y docentes especializados.
Según la “Encuesta de Calidad de Vida” del DANE (2021), los estudiantes de zonas rurales tienen un rendimiento promedio significativamente más bajo que sus pares urbanos, y presentan mayores tasas de deserción. Esta realidad se agravó durante la pandemia del COVID-19, cuando más del 60% de los estudiantes en áreas rurales no contaban con conexión a internet ni dispositivos adecuados para la educación virtual. Incluso, actualmente, muchos no han podido retornar a sus estudios.
Las comunidades indígenas y afrocolombianas se enfrentan, además, al reto de una educación que rara vez considera sus lenguas y cosmovisiones. Aunque la Constitución Política de Colombia reconoce el carácter multiétnico y pluricultural, en la práctica, solo el 3% de los estudiantes indígenas acceden a una educación bilingüe que respeta su identidad. Esta desconexión cultural, sumada a la discriminación estructural, explica por qué estas comunidades presentan las tasas más altas de deserción escolar, así lo señala el Informe 79, “Características y retos de la educación rural en Colombia” publicado en octubre de 2023 por el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Pontificia Javeriana.
De igual manera, no se puede hablar de igualdad educativa sin abordar la calidad. Como director en esta sección, reconozco que es indispensable garantizar que todos los estudiantes estén matriculados y registrados según sus condiciones en el sistema educativo. No obstante, considero que la calidad también se atestigua en las sonrisas de los estudiantes, cada vez que dan un paso hacia la construcción de su proyecto de vida.
Frente a este panorama, no podemos limitarnos a describir el problema: es necesario sentar una posición real. Se requiere crear más políticas públicas que reconozcan las particularidades de cada territorio y fortalecer las existentes, como por ejemplo el PGOT (Política General de Ordenamiento Territorial). La prioridad del Gobierno Nacional está en invertir en infraestructura escolar, formar al personal que ofrece servicios educativos y garantizar la permanencia educativa. A esto le sumo fortalecer las estrategias de educación intercultural y bilingüe, así como garantizar el acceso gratuito a la educación superior para jóvenes de bajos recursos mediante becas y créditos condonables.
Colombia tiene la oportunidad de reducir la inequidad siempre y cuando sea consciente de la importancia de articular la institucionalidad con la participación de las comunidades. No hay desarrollo sostenible sin una educación incluyente, que no discrimine por el lugar de nacimiento, que mire a los ojos a cada estudiante y le diga: “tú también puedes soñar”.
Termino con una convicción nacida de mi experiencia como docente y directivo educativo: cada vez que se le niega a un niño o niña el derecho de aprender, se fractura la esperanza del país que queremos construir. Educar es sembrar futuro, pero para que esa semilla crezca, el terreno debe ser justo para todos.
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