El COVID- 19 es una de las principales causas de muerte en el mundo, superando la malaria y el cáncer de mama. También detonó una hecatombe económica y social y colapsó el mundo y sus sistemas. La pandemia no solo colapsa al ser humano en su colectividad, sino que individualmente exacerba su paciencia, obligándolo a resignificar el contenido de la libertad. Nunca estaremos preparados para una guerra o una pandemia, bien lo afirmaba Albert Camus. No obstante, el confinamiento nos ha dado una nueva perspectiva y mirada ética frente al mundo que nos tocó vivir, estamos en una eclosión de consciencia colectiva frente al rastro dejado por el hombre en el planeta tierra.
No todas las noticias son cataclíticas y pesimistas, varios medios han dilucidado como se alcanza a ver el Himalaya desde la ciudad del Punjab; hay también un decrecimiento global de índices de polución y, majestuosamente, los animales han vuelto a reconquistar los espacios que también les pertenecían.
Bien como lo anuncié en el primer párrafo, la pandemia es uno de los mayores asesinos del 2020, pero aun no logra vencer las enfermedades respiratorias que se desprenden de la suciedad de nuestros aires, siendo no solo el sistema de salud un problema, sino también el cambio climático que, desde hace algunos años, los más ilustrados científicos nos han tratado de advertir.
Por lo anterior, he llegado a pensar que nuestro razonamiento moral es contradictorio y débil. Como humanos y animales, hacemos parte de la biosfera y como ninguna otra especie, fuimos dotados de consciencia y razonamientos complejos para poder entender que hacemos parte de este alucinante conjunto de organismos vivos que cubren nuestro privilegiado planeta tierra; el ser humano, triunfante en la evolución sobre varias especies, también es una de las magnificas formas universales del cosmos entenderse.
Sin embargo, pese al hermoso regalo evolutivo, hemos decidido ser indiferentes, no apreciar nuestras riquezas naturales e ignorar completamente las necesidades y virtudes del mundo que nos rodea. Tendemos a marchar hacia una era de destrucción masiva y lamentablemente, nos sumergimos dentro de la época del Antropoceno porque la asimilación de nuestra toma de poder a través del mundo ha llevado a que creamos que la abundancia que provee la tierra existe exclusivamente para nosotros y nuestra satisfacción, pese a la cantidad casi innumerable de especies coexistentes.
Lo anterior, obedece a que no reconocemos el valor ecosistémico que merece nuestra diversidad, pareciéramos incapaces de contemplar el mundo. Indudablemente, el capitalismo juega un papel crucial en el nuevo imperativo social que debemos seguir. Urge una transición ecológica y coherencia con los fines que cada persona y estado debe perseguir para mitigar las catástrofes causadas por el cambio climático, las cuales son consecuencias a perpetuidad, que ya debemos conocer, pero que lamentablemente, vemos lejanas o ajenas, o al menos, no como una amenaza tan grande como lo que hoy representa el COVID.
Sin creer que la situación actual se debe a una venganza ecológica frente a la desafortunada toma de poder del ser humano frente a sus otras especies, si me parece claro y constante en la proliferación científica que nuestra forma de relacionarnos con los hotspots de biodiversidad, nuestra producción en masa y peculiar producción alimentaria están causando una serie de transmisiones virales entre animales salvajes a seres humanos que resultan en epidemias y tragedias – tal como lo estamos viviendo – . Ahora, necesitamos invertir en un mundo sostenible y en valores encaminados a enverdecer los espíritus y la economía, para evitar una verdadera catástrofe global, la cual jamás como especie habríamos tenido que vivir: la sexta extinción.