¿Cuándo a nosotros, Medellín?

Mañana será otro día, amanecerá y veremos y yo no me muero, ni aunque intenten matarme, sin ver otra vez campeón al Medellín.


No sé bien en qué momento me hice hincha del Deportivo Independiente Medellín, tuvo que ser por la influencia del viejo, que durante años fue el único hincha del rojo que conocía, pues en el municipio del suroeste de Antioquia donde crecí los niños de mi edad eran viciosos de la victoria, todos verdes como las montañas, repletas de matas de café, que rodean las cuatro esquinas del pueblo. A mí, no me hizo ni mu en el cuerpo el bicampeonato de Nacional en 2007, que fue la primera de las muchas celebraciones de mis vecinos que recuerdo. Por el contrario, caí lelo de amor por un equipo de cuyo primer recuerdo serio y consciente que tengo es una final perdida, como cosa rara, contra el América de Cali.

Después vino Jackson Martínez, Javier Calle, Aldo Bobadilla, el regreso del Choronta Restrepo y el mágico jugador en que se estaba convirtiendo Juan Guillermo Cuadrado y entonces la tragedia fue completa porque viendo jugar a esa maravilla de equipo ¿Cómo no iba uno a ser del rojo? Si era el color de la pasión, de la sangre y del campeón de Colombia. Los verdes nos hacían menos y el equipo de Leonel quedaba campeón para demostrarle a todo el mundo que no éramos menos.

Después de eso vinieron los años de espera y de aprender, a fuerza de caídas y muchas burlas de mis vecinos verdes, las consecuencias de mi decisión. Muchas veces los vi celebrando y juro que en ninguna sentí envidia y ni por un momento consideré la oferta de amigos y familiares de pasarme de orilla para dejar de sufrir por las derrotas constantes de mi equipo. Fui cayendo en cuenta de que no había vuelta atrás. El corazón es caprichoso y en el amor no hay fuerza ni razón que valga. No es que quiera ser hincha del DIM, es que no puedo ser otra cosa y a pesar de tanto sufrimiento a veces me compadezco de mis amigos verdolagas, americanos, azucareros y tiburones porque no pueden sentir esto que siento y que solo puede sentirse por el Deportivo Independiente Medellín. No es que ellos no quieran a sus equipos, lo hacen, muchísimo y con locura, pero no es lo mismo.

Todo el mundo nos ha ganado finales. Bueno, Nacional no, a ellos se la ganamos nosotros. Alguna nos tenía que tocar. Los viejos decían que los hinchas del Medellín tenían el dedo índice cortico de golpearlo contra una mesa y repetir que este año sí. A mí lo que se me hizo cortica fue la paciencia, vi a mi equipo caer contra Millonarios, Santa Fe y luego el Cali. Perder finales agota, pero también fortalece, de qué otra manera estaríamos todos otra vez gritando en el Atanasio y jurando que este año, como cada año, el rojo sí sería campeón. Hasta que lo fue, en 2016 estaba de vuelta el gran David González en el arco, en el banco Leonel y en el medio campo los extraordinarios Marrugo y Mao Molina. Menos mal que disfruté como loco ese título, pues no sabía lo que se vendría después.

Yo no viví la larga espera de 45 años, pero entiendo a los que estuvieron ahí. Al principio parecía algo casual, una final pérdida, nada raro, aunque sí me dio berraquera por no ver celebrar al exquisito goleador Germán Cano. Un año bueno, otro malo, todo normal. La segunda final pérdida sí se vivió con un sentimiento de impotencia, indignación y algo de rabia, pero bueno, hay que seguir adelante.

La tercera tenía que ser, a como diera lugar, y para eso había que hacer uso de todas las estrategias posibles. Lo malo de ganar es que uno se acostumbra y después la derrota duele todavía más. Una noche en un partido de cuadrangulares contra Millonarios me descubrí rezando con fe profunda, mirando a lo alto y reclamando algo que se me debía, por fervor, por insistencia o por la pureza del amor con el que lo pedía: Señor, tú que estás en los cielos y que todo lo ves, que todo lo sabes de mí y de cuanto hay en mi corazón acordate de los hinchas del Medellín, que también son hijos tuyos ¿Cuándo vas a considerar a este pueblo doliente y nos vas a ayudar aunque sea con una liga? Yo hace años dejé de creer en Dios y sigo sin creer, pero cuando se trata del Poderoso la cosa cambia y hay que intentarlo todo y juro aquí que no es un mero rezo por descarte, pongo en ello toda mi fe y mi convicción religiosa más profunda, confío en que el Dios de las alturas me escucha y algún día, más pronto que tarde, atenderá a mi súplica y le dará al Medallo y a su gente una nueva alegría.

Pero qué va, alguna vez leí por ahí que Dios era rojo y que qué faltón que salió porque después de tanto pedirle se vino lo peor. El equipo de Arias jugaba delicioso, como aquel conjunto de 2009 y dominó toda la serie final contra un viejo y conocido rival, pero aquella noche terminó siendo la más triste de todas las noches, de repente se apagaron todas las luces del mundo menos las que yo quería que fueran apagadas: las luces que iluminaban la gramilla del Atanasio Girardot, minuto 90, penales, pitazo final, Junior era el campeón. El rojito, el Medallo, el consentido, el equipo del pueblo perdía otra final. Ese día perdimos todos, el pueblo, el equipo y sobre todo yo, que quería morirme inmediatamente, cansado de cargar el sufrimiento y la inmensa tristeza. Si no me morí fue por orgullo, obstinación o güevonada, fue por la rabia más pura que me brotó de las entrañas para fijarme una idea en la cabeza con la intención de cargarla para siempre visible como un estigma sangrante al costado del pecho, donde va el corazón. Me mantuvo y me mantiene vivo esa consigna sagrada, más fuerte que el paso del tiempo y las calamidades. Invencible, como debe ser algo para oponérsele a la muerte. Mañana será otro día, amanecerá y veremos y yo no me muero, ni aunque intenten matarme, sin ver otra vez campeón al Medellín.

A los pocos meses recuerdo un partido de Copa Sudamericana brillante, 5-1 en el Atanasio, me pareció esa noche que el Poderoso era el mejor equipo del mundo y fui feliz. Así es el hincha rojo, enfermo e irracional porque después de todo, heme aquí luego de otra final perdida sabiendo que del Medellín no podré desprenderme, que mañana, luego de este golpe, voy a volver a quererlo como siempre lo he querido y a confiar en que un día vamos a volver a ganar porque a todos les toca de lo bueno de vez en cuando la cuestión es ¿Cuándo a nosotros, Medellín?

Juan Camilo Osorio Taborda

Abogado, especialista en derecho administrativo. Docente universitario, litigante y asesor.

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