¿Cuál es el estándar para vivir?

“¿Qué sentido tiene poner como fundamento de mi vida un libro?”


Piensa en la ubicación desde la que estás leyendo mi columna. Considera las posibles relaciones humanas que podrías crear o fortalecer alrededor de ti. Reflexiona en el impacto que tienen tus palabras en otros. Si tales relaciones son cercanas, tus comentarios se amplifican e instalan en lo profundo del corazón, según corresponda el grado de aceptación o resistencia que tengas con quienes interactúas.

Lo anterior para contarte lo que ha ocurrido desde el momento en que una mujer me entregó un libro cuando tenía diez años, junto a su esposo, quizás intencional o sin darse cuenta habían estado influenciando mi vida para ver en los libros grandes aliados, en vez de enemigos a enfrentar. El eco de las palabras dichas por la mujer continúa hoy: este debe ser el estándar en el que tu vida debe fundamentarse.

He de confesar que a pesar de los incentivos semanales constantes para leer ese libro, me costaba encontrarlo como un aliado. Leía con mucha cautela sus páginas, pero rápidamente desistía, y año tras año, junto a las promesas de hacer más deporte, me proponía leerlo, pero no lo lograba.

¿Qué sentido tiene poner como fundamento de mi vida un libro? ¿En qué me afecta lo que allí dice? Llegó el día en que abandoné la idea de retomar mi promesa anual, y en una actitud cobarde, mi corazón se llenó de amargura. No soportaba la mención recurrente que la mujer hacía del libro cada vez que conversábamos.

Lo que me ocurría al parecer le había ocurrido a otros, simplemente no soportaron el peso de las palabras, aunque inteligentes, llegaron a oscuros callejones sin salida.  El diagnóstico para la apatía lo asociaba a una pereza extrema, pero el problema no era de hábitos de lectura pues disfrutaba las páginas de escritores grandiosos como Borges, Orwell, Bradbury, Tolstoi y Dostoievsky. No era tampoco un asunto de estética literaria, pues los ya mencionados escritores alabaron las páginas del libro que la mujer me había dado.

Debo confesarte que me sentía juzgado cuando lo leía, algo que no me ocurría con Ficciones, 1984, Fahrenheit 451, Ana Karenina y El Jugador. Era raro porque no me sentía mal cuando me perdía en los laberintos, cuando me sentía vigilado, cuando escapaba del fuego, cuando me despreciaban y cuando perdía todo en el casino. En otras obras literarias no se alcanzaba a prender con tanta fuerza la chispa que levemente despertó mi conciencia cuando lo leí.

El esposo de la mujer me hacía analogías relacionadas con el mundo de la construcción, en servilletas de cafetería solía enseñarme el significado de un estándar como parte esencial de cualquier obra civil. Técnicamente, las medidas de una servilleta común se divide en 4 partes, las cuales se pueden dividir en dos partes, para finalmente visualizar el tradicional cuadro de servilleta.

Si el estándar de una obra civil fueran las servilletas, habría que contar las “n” servilletas necesarias para medir correctamente lo que se pretende construir. El trabajo al que se dedica el esposo con su mujer, es determinar los estándares de volumen, a través de curvas de nivel, las cuales determinan si un terreno es plano, empinado, o de pendiente suave. Su mundo esta a atravesado por la medición, la excelencia de su trabajo es brindar datos lo más exactos posible para guiar a grandes maquinarias amarillas a retirar tesoros en minas cubiertas y a cielo abierto. Ellos me enseñaron a seguir el estándar, así como en su trabajo ellos guían con sus coordenadas a otros.

Aprendí y aprendo de ellos, aun cuando en algunas cosas, como yo, no siguen el estándar. Me alivia saber que lo reconocen, trabajando para alinearse ya no cuando marcan puntos de topografía, sino cuando alinean sus vidas, al estándar del libro del que tanto me hablaron. Por cierto, el libro es la Biblia, y la pareja, mis padres.

Michael Leonardo Serrano Rincón

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.